Ahí sigue. Con sus setenta habitaciones grandes, espaciosas, más su restaurante de renombre y, ay, eso sí, cierto aspecto de hospital general sesentero que, al menos, suele resultar amable a la vista, a decir de los comentarios que suscita. El Parador Nacional de Xàbia, accesible por la avenida del Mediterráneo (continúa siendo el único asomado a la Costa Blanca), pero saludando al mar por la playa del Arenal, abría sus puertas oficialmente en 1965.
Una época especial, curiosa, en la que el país permeabilizaba sus fronteras a la llegada masiva de turistas, tras haber forjado una clase media con lógicas necesidades vacacionales, que a su vez generó una infraestructura, en señalados puntos de la orografía española, pensada precisamente para atender a esas masas turísticas. Pero estas tierras, las xabieras, iban a ofrecer, además de la ‘plantilla’ gubernamental, especificidades singulares.
‘Typical spanish’
¿Lo habitual? Sol y playas. Un concepto prácticamente diseñado desde Madrid, desde el Ministerio de Información y Turismo presidido entonces (desde 1962 a 1969) por el político y profesor universitario Manuel Fraga Iribarne (1922-2012), donde se forjan eslóganes como “Spain is different” (España es diferente) o, más elaborado, “Spain is beautiful, and ‘different’. Visit Spain” (España es hermosa, y ‘diferente’. Visite España).
Es la España que imaginamos con un tablao flamenco en cada esquina, y olé. Donde quien venía pensaba que hasta los toros estaban por la calle, según nos cuentan los mayores. Charanga y pandereta. “Typical spanish” (típico español), o sea, ‘souvenirs’ para todos, aunque sea un sombrero charro. Conceptos de los que Xàbia no pudo sustraerse. Pero a cambio ofrecía algo más, algo que aún hoy continúa siendo bandera del turismo xabiero.
Aquel fue un concepto prácticamente diseñado desde Madrid
Centro con solera
Para empezar, Xàbia se descubría a los visitantes con un ajuar visitable de carácter monumental. Su casco histórico, alejado del mar (aunque en la actualidad, urbanización a urbanización, la ciudad ya baje a saludar a sus orillas), ofrecía, frente a la promesa de bullicio, un recorrido tranquilo entre construcciones con solera. Pero como en Altea, aunque magnificado por mayor distancia al mar, comenzó a fraguarse una primera línea siguiendo un modelo llamémosle benidormí.
A cambio, el núcleo original urbano inició ese proceso, quizá aún en marcha, de lograr un centro paseable, de los de encandilarse entre recias o primorosas fachadas. Templos como la imponente iglesia de San Bartolomé, del XVI, declarada monumento histórico-artístico del Tesoro Artístico Nacional el 3 de junio de 1931; u obra civil como el palacio de Antoni Banyuls (1582-1662), actual museo arqueológico y etnográfico Soler Blasco, ultimado en 1636.
Su casco histórico, alejado del mar, ofrecía un recorrido tranquilo
Veteranos vestigios
A todo ello, como al ramillete de casas góticas de entre los siglos XV al XVII, se le sumaban otras muchas construcciones, ya a las afueras, como las torres vigía del Ambolo y del Portitxol, del XVI, o el Santuari de la Mare de Déu dels Àngels, sembrado en el XIV, aunque lo que disfrutemos en la actualidad de él procede de la reconstrucción de 1964.
Incluso vestigios de la ingeniería romana como la acequia de la Noria, con sus 280 metros de longitud, 2,5 de anchura media y unos siete de profundidad. Un legado, del que aquí solo se reseña una mínima muestra, que ofrecer. La afluencia de visitantes no se hizo esperar. Se mimó también a quien buscaba el modelo sol y playa, y comenzó a crearse una infraestructura turística que iba a dotar al municipio de nuevas fuentes de ingresos.
Un buen contingente de británicos eligió tornarse xabieros definitivamente
Iniciativas deportivas
Se apuntalaba desde diversos frentes, como cuando el 12 de junio de 1971 se celebraba la reunión constitutiva del Club de Tenis Jávea, impulsado, entre otros, por el jugador de origen barcelonés y crianza madrileña Guillermo Bertrán Cortezo (1907-1975), a la sazón presidente del club de Chamartín, por él fundado, y delegado de tenis del Real Madrid.
O el minigolf, conocido como ‘golf en miniatura’ allá por la década de 1860, cuando arrancaba desde pistas escocesas, y que aquí llegará también, como el tenis, en los setenta del pasado siglo. Así, los 6.029 habitantes de 1960, según el Instituto Nacional de Estadística, 7.130 en 1970 y 28.731 según el censo de 2023, empezaron a ver también cómo iba sumándoseles residentes veraniegos (según el Observatori Marina Alta en el prepandémico 2019, plantándose en unos 117.000 habitantes).
Unas cuantas cifras
Si en 1970 Xàbia disponía de un 49,8 por cien de terreno cultivado, entre regadío (alfalfa, cítricos y hortalizas) y secano (algarrobos, cereales, olivos y vides para uva moscatel convertible en vino dulce), hoy posee casi (o más de, según el buscador) un millar de alojamientos varios, incluidos hoteles (además del Parador Nacional). No todos los riu-raus, con sus porches con arcos carpaneles, donde volver pasas las uvas, fueron convirtiéndose en viviendas, pero un buen número sí lo hizo.
Saludaban, entre otras muchas casas, a un buen contingente de ciudadanos transpirenaicos o transoceánicos, sobre todo británicos, que eligieron tornarse xabieros, por temporadas o definitivamente. De esta manera, Xàbia ha ido conformando un modelo turístico que, a lo tradicional, añade otros muchos atractivos.