València comienza, poco a poco, a oler a primavera. A azahar y a la brisa fresca que llega del Mediterráneo cuando los días se alargan y el frío del invierno comienza a dejar paso al sofocante calor del todavía lejano verano. Y con esos aromas, la primavera también trae otras fragancias, festeras sin duda, como las de la pólvora, las paellas cocinadas al sarmiento sobre el asfalto de las calles o los buñuelos omnipresentes en cada esquina.
Las Fallas, como cada año, volverán a inundar la ciudad para, alrededor de esos monumentos efímeros, congregar a festeros y turistas, vecinos y foráneos, entendidos y noveles; para contemplar esas enormes obras de arte que arderán, irremediablemente, en la noche de San José para, a la vez, representar la muerte de lo viejo y el nacimiento de lo nuevo. El fuego purificador que todo lo destruye y, a la vez, crear un nuevo paisaje, una nueva realidad, un nuevo futuro.
Guerra y paz, una dualidad muy actual
Con el mundo literalmente en llamas a causa de los muchos conflictos armados que se están desarrollando en distintos países, con las guerras de Ucrania e Israel como las más mediáticas en occidente, la Falla Municipal quiere, precisamente, lanzar un mensaje de paz y para ello ha escogido dos palomas blancas como su imagen central. Dos palomas que son un símbolo de la paz, pero que aparecen enfrentadas como los bandos contrarios en una contienda. Peleando, ambas, por sostener una rama de olivo, símbolo también de la fraternidad humana desde tiempos inmemoriales.
Se trata, en definitiva, de una falla de corte clásico y que recurre a elementos ornamentales en desuso, como las estructuras laterales de soporte o aquellos destinados a rescatar elementos populares y cotidianos de la cultura valenciana.
Y todo ello, sin renunciar al vanguardismo que siempre se espera del colosal monumento que durante unos días presidirá la plaza del Ayuntamiento. Una modernidad que llega a través de su lenguaje visual, sí; pero también por esa apuesta decidida por las sostenibilidad y el respeto al medio ambiente con la que celebrar, a su vez, la capitalidad verde europea de València.
Días para soñar
Y así, coronando una programación que arrancó el pasado mes de enero -si es que no lo hizo ya el día 20 de marzo de 2023 cuando se terminaron de recoger las cenizas de aquellos monumentos ya olvidados-, el Cap i Casal espera ya ansioso el momento de la plantà, de los centenares de monumentos que arderán al unísono en la siempre espectacular y emotiva cremà.
Y se estremecerá València entera, y con ella el mundo, con las sonoras mascletàs o los espectaculares fuegos artificiales. Y bailará al son de las bandas que aparecerán por cada barrio y cada calle. Y cantará junto a los grandes artistas que, una vez más, serán los encargados de animar los muchos conciertos que se tienen programados. Y se saciará con el arroz, tan omnipresente estos días.
Y pasarán los días grandes y el 20 de marzo, de repente, todo será un recuerdo. Un precioso sueño del que no querremos despertar. Pero, a la vez, tras el paso del fuego purificador, será el momento de volver a empezar con la vista puesta en 2025.