Nuestra localidad alberga familias con unas historias apasionantes, como la de los Colomer Pastor, aunque en esta ocasión nos centraremos en las féminas, las llamadas Carboneras, mujeres de fuerte carácter, vitales, alegres y capaces de trabajar como un hombre, “haciendo lo que fuera necesario”.
Pepe Colomer Tortosa, su padre, que ya comercializaba con el carbón, acabó asentándose en San Vicente. Era 1935, la vigilia de la Guerra Civil, y gracias al buen hacer del negocio familiar, nunca llegaron a pasar hambre, ni durante el racionamiento.
El matrimonio formado por Pepe y María tuvieron un total de nueve hijos: María (1927), Asunción (1929), Pepe (1931), Lola (1933), Beatriz (1935), David (1937) -tristemente fallecido al mes de vida-, las mellizas Pepita y Amparín (1941) y Julio (1945).
Una vida longeva
Todos ellos, nos relatan Loli y María Pastor -hijas de Lola-, han tenido una vida longeva, empezando a fallecer a una edad avanzada. “La mayor de todos, María, lo hizo con 92 años y en plena pandemia”, recuerdan las hermanas.
“Mi tío Pepe le decía en broma a mi madre que entre todos tenían seiscientos y pico años”, explica Loli. Sobreviven Asunción, “que está perfecta de cabeza”, Beatriz y las mellizas, residiendo una de ellas, Amparín, en Las Palmas de Gran Canarias.
Su apodo en San Vicente, donde son muy conocidos, es Carboneros/as. Sin embargo, muy pocos conocen que son originarios de Vallada (València), dedicándose entonces al aceite y el mimbre.
Las hermanas siempre han sido alegres, trabajadoras y muy avanzadas a su época
Del carbón al hielo
Pepe, cabeza de familia, pronto apreció una decadencia en el mercado del carbón por la inminente llegada del gas, y montó una fábrica de hielo, en un primer momento en la calle Primero de Mayo, que era donde tenían la casa.
Después compró unos terrenos, donde se ubica la actual fábrica de hielo, frente al polideportivo municipal. “Hoy es propiedad de nuestros primos, los hijos de Pepe”, comentan. Todos los hijos trabajaron en ambos negocios: primero en el carbón y seguidamente en el hielo. “Las chicas siempre han sido muy femeninas, atractivas, les gustaba vestir bien, pero a la hora de hincar el codo, eran una más”.
¡Agarraban los barriles de petróleo con una soltura!, así como las barras de hielo después, que cogían con ganzúas de hierro. “Mi tía Pepita, siempre tan graciosa, explicaba que tenía unos bíceps que si le pegaba a uno…”.
Esta familia se dedicó primero al comercio del carbón, pasando seguidamente al del hielo
Una piña
En casa bordaban, y María, por ejemplo, se convirtió en profesora de corte y confección. “Cosían y hacían todo en casa, además de cargar y descargar carbón y hielo”, señalan María y Loli Pastor.
Eran una piña, y lo que no hacía una, lo hacía otra: “si una se ponía enferma, como pasó con nuestra madre, enseguida otra la socorría”. La unión y compenetración, admirable, era otra de las virtudes de estas adelantadas a la época.
Debieron, eso sí, luchar mucho, pero no se amilanaban frente a nada, “eran mujeres muy Colomer”, personas con mucha raza e ímpetu, porque si había que hacer algo, eran las primeras dispuestas. “A mi abuelo le llamaban ‘Pepe Mal Genio’, porque tenía mucho carácter, y sus hijas salieron igual”, rememora Loli con una sonrisa.
Todos destacaron asimismo por su solidaridad, ayudando a cualquier desvalido de la calle
Solidarias y emprendedoras
También sobresalían por su afabilidad y, al ser muy católicas, “si había que ayudar a Cáritas, Cruz Roja o dar un plato de comida a un desvalido de la calle, no lo dudaban”. Tuvieron, de igual modo, la capacidad para estudiar, principalmente enseñanza, labor que algunas como Beatriz, Amparín y María pudieron desempeñar.
María, la mayor, esperó que sus hermanos crecieran para hacerse monja, su gran devoción, mientras Asunción y la pequeña Pepita montaron una tienda de lanas e hilos. Amparín, la más aventurera, se fue incluso de misionera a África.
Se casó luego con un médico de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y recorrieron el mundo. “Sigue con ese espíritu”, sostienen. Vive sola en Canarias, ya viuda, y con su hija en Italia -donde es física nuclear-, “pero no hay forma de que se venga aquí”.
La toña y las gallinas
“Siempre fueron de comer mucho”, nos aseguran, y nuestra madre y Pepe -que se llevaban quince meses- eran los más traviesos, “haciéndole a la abuela una detrás de otra”. Tenía hasta que cerrar la despensa con llave para guardar una toña (un bollo enorme) cada vez que tenía invitados.
Pero Lola replicó la llave, “no sabemos cómo”, y entre ella y Pepe se comían el interior del dulce. “Todo se descubría cuando llegaban los invitados y mi abuela partía la toña, que lógicamente estaba vacía”, ríen.
Además, agregan, las gallinas supuestamente tampoco ponían huevos. “Lo que pasaba es que se los comían crudos y tiraban las cáscaras detrás de los sacos de almendras”.