La memoria ocurre que es salvaje. No tenía muy buena reputación la parroquia que acudía aquella taberna y pocos querían ser señalados como habituales: delincuentes, gentes de mal vivir, policías tapados… y por supuesto las gentes plumíferas, periodistas, que todo esto se las traía al pairo (“no le digas a mi madre que soy periodista…”) y acudían al lugar como moscas a la miel.
Especialmente cuando la democracia se soñaba en este país, luego al presentirse e incluso décadas después de su advenimiento, varios informadores (y alguna que otra intrépida reportera) acudían en busca de sustento noticioso a aquel angosto bar acogido a Puente Villavieja como distrito fogueril. Pero existen mejores motivos de por qué al ‘racó’ de la comisión festera lo llamaron ‘de los periodistas’.
El gran telón
Esta comisión llegó a incluir entre sus foguerers a varios redactores, procedentes tanto de los medios locales como de las delegaciones provinciales, por lo que no dejó de convertirse en lugar de peregrinación para la fauna del micrófono, la libreta o la cámara. Y mira que lucen los actos en la plaza del Puente, con el castillo de Santa Bárbara como elevado telón de fondo.
Bien nos sirve esta hoguera, fundada (con el lema ‘això està fet’, esto está hecho) en 1929, un año después de nacer las fiestas, para introducirnos en el meollo del propio origen más actual de la ciudad de Alicante. Al cabo, Villavieja alude precisamente a la ‘Vila Vieja’ (antes de subirnos la escalera de la plaza del Puente, si tiramos a mano diestra, por la calle Maldonado, tenemos la de la Villavieja).
Su comisión festera llegó a incluir a varios periodistas
Tres inicios
El periodista y escritor Ismael Belda (1953-2018), en su libro ‘Cuartel 10, San Roque familiar’ (2004, con fotos históricas, además de otras realizadas para este tomo por Ángel García Catalá), editado para el 75 aniversario de la hoguera Puente Villavieja (inicialmente San Roque-Villavieja), nos retrotraía, desde apuntes impresionistas y costumbristas del presente, hasta los comienzos del siglo XX, cuando se gesta la comisión festera.
Pero deslizaba también no pocos datos de la historia de esta barriada seminal. La historia de la creación de la actual urbe ya se ha visto aquí: íberos, más tarde romanos, eligieron la actual Albufereta como tierra de promisión, aunque restos sobre la colindante sierra de San Julián o Grossa (gruesa), fechados hacia el 1865 a.C., en la Edad del Bronce (3300-1200 a.C.), hablarían de un poblamiento anterior.
Durante el siglo XX la zona experimentaría un aumento poblacional
De albufera a cantil
Estar junto a tanta agua, en la Albufereta, incluso en lo alto del Tossal de Manises (‘colina o collado de los azulejos’), tiene sus cosas. Como lo de los mosquitos. El caso es que los árabes, al conquistar la plaza (que ya poseía enclaves romanos por donde la actual barriada de Benalúa, por ejemplo), decidieron apostarse a las faldas del Benacantil (un cantil es un monte).
Sucedía en el año 718, y el lugar fue nombrado Al-Laqant (de Lucentum, ‘ciudad de luz’ según unos, ‘rayos de luz’ para otros, en todo caso siempre mucha luz, sol, calor, eso sí). Conforma San Roque, junto a los barrios interiores de San Antón (Alto y Bajo, que aquí hay secciones), Santa Cruz y San Roque, más el otrora costeño del Raval Roig (literalmente, el arrabal rojo), el núcleo primigenio urbano (casco histórico en buena parte).
Allí existe un vestigio de lo que fue torre defensiva muslime
Vaivenes poblacionales
La barriada experimentaría durante el siglo XX un aumento poblacional, en parte debido a una inmigración que en cierta manera impulsó la zona, justo la centuria en que, administrativamente, la ciudad quedaba dividida en cuarteles, con el número diez adjudicado a San Roque, de ahí el título del libro de Ismael Belda. Sin embargo, los mediados del anterior siglo no fueron benévolos con la zona.
Una lumpenización del entorno no impidió que resistiera hasta una actualidad de gastrobares y fachadas limpias, de museos como el de Aguas (Pozos de Garrigós), abierto en 2009 por el 110 Aniversario de Aguas de Alicante, o el parque de la Ereta, inaugurado en 2003 y que tiene uno de los portones precisamente en la plaza del Puente. El entramado callejero cuenta también con viales como San Juan (derivado de la plaza) o Toledo (pórtico a Santa Cruz).
Recuerdos históricos
Además, la de San Roque, con una ermita erigida originalmente en 1559, pero rehecha, dado que amenazaba ruina, a partir de 1869. La barriada se vuelca con su santo patrón, el sanador de la peste, que figura incluso como copatrono de la ciudad desde el XVI. Pero el templo representa también una de las citas monumentales del lugar, como la puerta Ferrissa.
Bueno, lo que queda de esta cancela de la muralla derribada en 1862 se encuentra integrado hoy en el museo de la Ciudad Descubierta (el edificio de cristal junto al ayuntamiento). En la misma plaza existe un vestigio, ultrarrestaurado, de lo que fue torre defensiva muslime (de entre el XI y el XIII, con primera recuperación en el XIV), convirtiéndola, de nuevo (en realidad junto a la ermita), en ánima del origen urbano.