Aunque para el benidormense medio, ese que vive en la capital turística de la Comunitat Valenciana durante los doce meses del año, los meses estivales puedan resultar los más incómodos por la enorme afluencia de turistas que llenan cada rincón de la ciudad, lo cierto es que esa masificación es, a la vez, el gran secreto del éxito de un destino que representa como ningún otro (y lo hace desde su auge en los años sesenta del siglo pasado), la democratización del derecho a las vacaciones para todas las clases sociales.
En continuo crecimiento, los datos de ocupación facilitados a lo largo de todo el presente año y también en el pasado mes de julio (así como las predicciones para agosto) de la patronal hotelera Hosbec, la más representativa de la región, hablan de un nuevo récord en el número de visitantes. Por ello, con millones tratando de descubrir cada centímetro cuadrado de Benidorm, parece mentira que todavía puedan existir rincones casi inéditos para el turismo. Sin embargo, como las meigas, haberlos, haylos.
El ‘otro’ Benidorm
Las playas, los rascacielos, los bares y locales nocturnos de la ‘zona guiri’, los parques temáticos, los recintos de festivales y conciertos… nada de eso es ya una sorpresa para los locales y visitantes. Entre estos últimos y, sobre todo, entre los que hablan desde la atalaya del desconocimiento, la fama ‘kisch’ y, sobre todo, la masificación extrema del destino parece indicar que nada está por descubrir.
Nada más lejos de la realidad. En los alrededores del casco urbano e, incluso, en pleno centro, escondido a ojos de todo el que quiera mirar con un poco más de atención, late ese ‘otro’ Benidorm que quizás se hace más presente y real en invierno, cuando los paseos y los estímulos son más relajados; pero que también sigue ahí ahora, en pleno verano. En ocasiones, incluso, ofreciendo un importante alivio frente al calor.
Sin rastro de altos rascacielos, el casco histórico es uno de los grandes contrastes de la ciudad
Casco histórico
Benidorm no puede presumir, tampoco lo busca, de un pasado lleno de hechos protagonistas en los libros de historia o de grandes edificios que en su día fueran propiedad de los grandes apellidos de la Gotha patria; pero el casco histórico, esa nuez que se articula alrededor del Castell, habla todavía de aquella localidad de marinos (que no pescadores) y almadraberos que dominaron el arte de la pesca del atún en el Mediterráneo.
No hay allí rastro de los enormes rascacielos que se lanzan hacia el cielo desde el Racó de l’Oix hasta La Cala. El casco viejo benidormense es, por derecho propio, el mayor contraste que puede ofrecer la ciudad. Emblemático el carrer dels Gats, quizás la más estrecha callejuela de toda la ciudad, y que mantiene aquel empedrado primigenio que parece llevar los pasos del caminante en un viaje al pasado.
La cala del Tío Ximo sigue ofreciendo la posibilidad de visitar una playa semidesierta en pleno verano
Selfies y gastronomía
Desde ese carrer, u otros cercanos, sigue asombrando llegar a la plaça de Castelar, entrada a la Iglesia de San Jaime y Santa Ana, ubicada en la cima de una colina y que es ejemplo de una típica arquitectura mediterránea, con su cúpula azul, y desde la que se puede disfrutar de unas impresionantes panorámicas ideales para los ‘cazaselfies’.
Allí, además, los pequeños comercios más tradicionales y algunos bares y restaurantes ofrecen ese sabor típico del recetario más arraigado a la ‘terra’, con presencia protagonista, claro, del arroz y el pescado.
El Parc Natural de la Serra Gelada no sólo esconde naturaleza, sino también edificaciones históricas como la Torre de la Escaleta
Calas semidesiertas
Colocar la toalla o la tumbona en la playa de Levante puede ser, en pleno mes de agosto, una misión imposible incluso para el más entregado Ethan Hunt. Sobre todo en la zona más próxima al Racó de l’Oix, donde se concentran la mayoría de los hoteles de Benidorm, el asunto se pone más que peliagudo.
Sin embargo, hasta en el mes vacacional por excelencia, se puede disfrutar de playas casi desérticas también en el abarrotado Benidorm. A los que no les gusta tener los pies del vecino junto a la cara o disfrutar del hilo musical de los cada vez más numerosos dj que creen buena idea compartir su playlist con todo quisqui, la cala del Tío Ximo es un auténtico tesoro.
Situada en el extremo norte de la ciudad, es perfecta para disfrutar de aguas cristalinas y un ambiente más tranquilo. Ideal para el snorkel y la relajación, este es el lugar perfecto para desconectar y apreciar la belleza natural de la Costa Blanca.
Naturaleza y defensa del territorio
Y ya puestos a visitar el arenal del Tío Ximo, imposible pasar por alto el Parc Natural de la Serra Gelada. Aquellos que tengan la suerte de poder hacerlo, no deberían perderse una visita por mar a sus impresionantes acantilados, pero si no se dispone de embarcación para ello, no está de más perderse en su parte terrestre y disfrutar, también en pleno verano, del silencio sólo roto por los sonidos de la fauna local.
Además, quedan en el parque, como en el casco histórico, vestigios del pasado más o menos remoto de esta costa, asediada frecuentemente por piratas e invasores. Tal es el caso de la Torre de la Escaleta, a cuyos pies no es complicado imaginar cómo serían aquellas largas guardias oteando el horizonte en busca de las naves enemigas para poder dar la voz de alarma.