Se cumplen tres años desde la retirada total y precipitada de todas las tropas de la OTAN en Afganistán.
Hay noticias que se repiten una y otra vez, y otras que, ya sea por vergüenza o por carecer de ella, se olvidan. Es como si nos marcasen el ritmo: ahora va con nosotros, ahora ya no.
‘Dirigir el mundo’
El caso es que conviene poner a cada uno en su sitio y, tras las nuevas restricciones de los talibanes, que saltan por encima de los más elementales derechos humanos, no está de más recordar porque ha pasado todo esto.
EE.UU., ese al que tantas personas idolatran y ponen como galante de la democracia en el mundo, no es más que un estado que mira por sus propios intereses. Ellos lo venden bien; no hace mucho el todavía presidente del país norteamericano, Joe Biden, ante si se encontraba preparado para seguir, aseguraba: “no sólo llevo mi campaña, sino que dirijo el mundo”.
Y la forma de creer que dirige el mundo se podría resumir en su discurso en la Casa Blanca en agosto de 2021. “Nuestro único interés nacional vital en Afganistán sigue siendo hoy el mismo de siempre: impedir que haya un atentado terrorista en nuestra patria estadounidense”. Es decir, dirijo el mundo preocupándome solo de mí. Pero aun así hay gente que se lo ‘compra’.
Llegada a Afganistán
La entrada en Afganistán fue consecuencia del atentado terrorista del 11-S de 2001 en Nueva York. Las consecuencias, después de veinte años de presencia de los países integrantes de la OTAN, fue la devolución de las libertades a las mujeres afganas, darles un halo de esperanza en el futuro y salvar a un pueblo de la tiranía de los talibanes.
Pero, como tanto les gusta a los estadounidenses, todo era una puesta en escena hollywoodense. Llegó a la presidencia Donald Trump, se cansó y dijo: “nos vamos”. Y la OTAN, que demuestra que pinta poco más que nada, respondió: “pues venga, todos fuera”.
Pantomima de acuerdo
Trump, en febrero de 2020, hizo la pantomima de firmar un acuerdo bilateral con los talibanes en el que EE.UU. se comprometía a retirarse con todos sus aliados, siempre que los islamistas no permitieran que el territorio afgano fuese utilizado para planear o llevar a cabo acciones que amenazaran la seguridad del estado americano.
Ese documento, que irónicamente llevaba por nombre ‘Acuerdo para traer la paz a Afganistán’, realmente era una rendición. No mencionaba nada del respeto a los derechos humanos, ni del mantenimiento del gobierno y las fuerzas de seguridad que tantos años y dinero costó formar. Eso sí, la negociación incluía la liberación de 5.000 prisioneros talibanes.
Luego llegó Biden y cumplió el compromiso de su antecesor.
Mirando para otro lado
Y se acabó. El mundo ha empezado a mirar para otro lado. Se echa en falta esos políticos que tanto se llenan la boca con la defensa del derecho de las mujeres, y luego ante esto no levantan la voz.
Llegaron los talibanes, envalentonados, con el armamento renovado gracias al que quitaron a las fuerzas de seguridad que puso EE.UU., y las afganas volvieron a ser para los islamistas mucho peor que cualquier animal.
Peor que escoria
Suhail Saheen, portavoz de los talibanes, le dijo a la BBC que en el nuevo Afganistán «las mujeres pueden tener acceso a la educación y al trabajo».
Pero poco tiempo después las afganas tenían prohibido ir al colegio o a la universidad, trabajar, salir de casa sin su ‘mahram’ (hombre de parentesco cercano), practicar deporte, subir a un autobús en el que haya hombres, protestar, y también elegir con quien se casan, cuántos hijos quieren tener y cuándo mantener relaciones.
Además de todo ello, sus ventanas deben ser opacas para que no puedan ser vistas, y la normativa de vestimenta es extrema. Aquellas que se atreven a desafiar las reglas impuestas por los talibanes o que no están acompañadas por su ‘mahram’ se enfrentan a castigos como azotes, palizas y abusos verbales. Incluso actos aparentemente inofensivos, como mostrar los tobillos, pueden ser castigados.
Pues todavía hay más
Ahora, tres años después, treinta nuevas normas del ‘Ministerio para la propagación de la virtud y la prevención del vicio’ endurecen todo aún más, si es que eso es posible. Entre estas nuevas prohibiciones está la de que las mujeres puedan emitir sonidos en público, además de imponer como necesario que cubran el rostro en su totalidad.
Solo son frases hechas
¿Por qué el olvido? Porque las frases en política suenan muy bien, son slogans que repiten sus seguidores, pero cumplirlas es más difícil. Cuando anunció el acuerdo Trump advirtió: «Si las cosas van mal, volveremos con una fuerza como nunca antes se ha visto».
También en España nuestro presidente, Pedro Sánchez, aseguraba desde Moncloa en agosto de 2021, que “España no dejará solo al pueblo afgano”. Reivindicaba la «semilla de libertad» sembrada en el país y definió la ‘huida’ como “un éxito del país, es colectivo y así lo vive la mayor parte de la sociedad española” añadiendo «no nos vamos a desentender de quienes siguen allí”.