Entrevista > María Teresa Manrique / Logopeda (València, 8-mayo-1978)
Hablar de un modo correcto es fundamental, especialmente a día de hoy, que todo se observa y se mide. Ser tartamudo, por ejemplo, puede ocasionar fuertes problemas psicológicos, “porque nos reímos de él o ella”, al tiempo que enfermos dementes o con Alzheimer sufren muchísimo, “porque llegan a olvidar cómo expresarse”.
La logopeda María Teresa Manrique nos atiende en su clínica de Mislata para aclarar cuáles son los trastornos más habituales entre sus pacientes y las diferentes especialidades de este campo. “Trabajo todas las patologías, porque soy de la vieja escuela; ahora se especializan en un campo concreto”, apunta.
Nos referimos concretamente a problemas en el habla, la respiración, el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) o jóvenes con síndrome de Down. “Cuando vemos un avance es una satisfacción enorme”, confiesa, es una señal de “que lo estamos logrando, poco a poco”.
«La disfemia, también llamada tartamudez, se da en la mayoría de los casos por una mala respiración»
¿Cuáles son los objetivos de la logopedia?
Trabajamos principalmente los trastornos de la comunicación, tanto del lenguaje oral como escrito, para evaluar un diagnóstico y un tratamiento -en niños y adultos- de las diferentes alteraciones del lenguaje: habla, voz, dificultades de aprendizaje, deglución, respiración…
¿Qué trastornos soléis trabajar?
La disfemia (tartamudez), donde primero debemos ver qué problema tiene esa persona, en muchas ocasiones de respiración. Les enseñamos a hacerlo por la nariz, en lugar de por la boca, y buscamos mejorar la pronunciación, en parte mediante la lectura o el canto.
Se ponen también nerviosos.
Saben que van a fallar en el habla, se sienten observados y que se van a dar cuenta de que pronuncian mal. Es como la pescadilla que se muerde la cola: pienso que lo voy a hacer mal, me pongo nervioso y erro.
«Algunos pacientes son capaces de entablar una conversación sin utilizar ciertas palabras; usan sinónimos»
¿Algún trastorno más?
Sí, la disfonía (perder la voz, afonía), sobre todo en profesores; o la dislalia, niños que pronuncian mal algunas consonantes. En lugar de decir la ‘r’, pronuncian ‘l’ o ‘g’. Además, como consecuencia, lo escriben mal.
¿De qué forma les afecta psicológicamente?
Algunos lo tienen asumido y le restan importancia, mientras otros evitan pronunciar esas palabras que saben que se van a enganchar. Hay gente que es muy hábil y es capaz de entablar una conversación sin utilizar ciertas palabras; usan sinónimos.
Deben estar siempre alerta, con una tensión terrible, y tenemos que enseñarles que pueden pronunciarla. Una vez ven que lo logran, quizás en ocho o diez sesiones, van tomando confianza.
Aparte del habla, ¿qué otros ámbitos tocáis?
La respiración, como avanzaba, o la deglución. Se trabaja para ayudar a niños o adultos que llevan aparatos correctores, pues, una vez se los quitan -a los dos o tres meses- los dientes regresan a su posición normal. Se debe a que la lengua no tiene el apoyo correcto.
El reto es corregir la respiración, la deglución y el apoyo de la lengua para que, cuando ya no sean necesarios los brackets o células transparentes, todo se quede como está, sin necesidad de poner de nuevo el aparato. Ahí vamos muy de la mano con los dentistas.
«Cada paciente es distinto, porque, aunque sean enfermedades comunes, su desarrollo es muy diferente»
¿Muchos de los pacientes ancianos son dementes?
Así es. Con ellos debemos tener muchísima paciencia, empatía y cariño. La mayoría, al igual como pasa con los niños, no se dan cuenta de que están haciendo sesión, al ser juegos y actividades diversas.
Asimismo, lo que me vale para un paciente no me sirve para otro. Pese a que son enfermedades comunes, cada una tiene un desarrollo diferente, son retos nuevos. La mía es una profesión muy bonita, pero sumamente vocacional y a veces frustrante.
¿Algunos se ponen violentos?
Normalmente no son conscientes de lo que les pasa, porque piensan que van a jugar, a terapia o a pasar el rato. Pero si tienen un momento de lucidez, sí pueden ponerse agresivos, diciendo que ellos no están locos ni les pasa nada.
Enseguida les hacemos recordar cosas pasadas, que son las que más tienen en mente. Por eso procuro ‘jugar’ mucho con las canciones o noticias de su época, para paulatinamente ir tomando el tono en la voz.
¿Nos puedes explicar algún caso extremo?
Vino un paciente con síndrome de Down de cuarenta y un años. A sus padres, mucho tiempo atrás -cuando el niño tenía apenas doce-, les aseguraron que jamás podría leer, escribir o comunicarse vagamente.
Llegó hace cuatro meses y hemos empezado ahora con la lectura comprensiva. Fue muy emotivo, porque cuando se dio cuenta de que estaba leyendo, empezó a llorar. Nunca se le puede decir a una paciente que no lo va a alcanzar. Nos llenó de satisfacción, porque es aquello de decir “lo estamos logrando”.