El término municipal de Benilloba, localidad próxima a Alcoy, esconde un lugar único, el llamado Molí del Salt, donde el visitante podrá descubrir un viejo molino del siglo XVIII mientras admira un salto de agua de unos veinte metros del río Penàguila, el conocido por los lugareños como El Salt.
El itinerario para llegar a esta joya esculpida por el agua es la Senda dels Molins de Benilloba. Está perfectamente señalizada, siendo una ruta perfecta y sencilla para realizarla con niños pues no es excesivamente larga, unos dos kilómetros (ida y vuelta incluidos).
La temporada más adecuada para hacerla es otoño, por el enorme caudal de agua que cae del salto, aunque otras estaciones como primavera o verano -a horas no muy calurosas- también pueden resultar muy recomendables.
Un camino sin dificultades
La ruta, como ya les avanzábamos, es de dificultad baja, bien adaptada con escaleras, un puente de piedra y diversas barandillas. Se inicia a las afueras de la población, donde podemos estacionar nuestro vehículo.
Desde el parking Els Molins se aprecia un cartel informativo, junto a unas mesas de pícnic. Seguimos unos pasos y cruzamos el antiguo puente de piedra, con vistas al Molí de les Penyes del Salt (del que luego les informaremos). Mantenemos el sendero, llegando a un pequeño olivar con el río a la derecha, bordeándolo.
En este punto, antes de descender por las escaleras, observamos una pequeña vía, que pese a ser menos accesible que el resto de la ruta merece mucho la pena para tener una visión más amplia del salto de agua desde la antigua acequia.
Es un itinerario idóneo para otoño, por el gran caudal que lleva el salto, aunque es visitable todo el año
Final de la ruta
Regresamos a las escaleras y retomamos el camino original, que nos conduce al molino de harina, reconvertido en 1889 en una central hidroeléctrica para abastecer al municipio. Hoy, lamentablemente, se encuentra en ruinas.
No se puede acceder al molino en sí, al estar vallado, pero aconsejamos acercarse lo máximo al río para poder ver con todo su esplendor El Salt de Benilloba desde abajo, sin duda la principal finalidad de la ruta.
Desde ahí el camino deja de estar abordable, por lo que la mejor idea es regresar por la misma hasta el aparcamiento. Podremos entonces conocer la propia localidad y saborear alguna receta de su rica gastronomía.
El Molino
La relevancia del Molí del Salt, pese a su absoluta ruina, es indiscutible: se trata del más singular y espectacular de toda la comarca de El Comtat, siendo declarado Bien de Relevancia Local (BRL) en 2017.
Fue construido en la década de 1760-1770, como remarca la web del ayuntamiento local, y fue propiedad de los Condes de Revillagigedo, quienes lo arrendaron a diversos molineros de la zona. Lo vendieron tiempo más tarde, en 1865, a Benjamín Barrié Dosonié, cónsul de la Gran Bretaña.
Poco después, finalizando el siglo, en 1899, Luis Orta Montpartler, vecino de la localidad, compró el edificio en nombre de la Sociedad Eléctrica de Benilloba (La Fàbrica de la Llum).
Hoy en estado ruinoso, el molino se reconvirtió en central hidroeléctrica en 1889, para abastecer al municipio
Cómo es
El Molí o Central Hidroeléctrica del Salt, de notable diseño, se erigió sobre la roca y alzado al vacío, junto a la cascada que origina el río. Estuvo en uso hasta la década de los cuarenta del pasado siglo, cuando dejó de funcionar y cayó en el abandono.
Enclavado en plena naturaleza, puede visitarse sin ninguna restricción, siempre recordando ser cívicos y respetar tanto el medio ambiente como el entorno. Como curiosidad, en el edificio se instaló el primer aparato telefónico de Benilloba, necesario para avisar en caso de averías u otras contingencias.
Otros atractivos
A lo largo del recorrido, además de la visita al Molí del Salt y la cascada, podremos conocer los restos de un acueducto, la Fuente de la Teuleria, otro viejo molino y un antiguo puente de piedra. El ya mencionado Molí de les Penyes del Salt fue construido en 1852 por Francisco Ximenos Blanes, en el margen derecho (contrario) al Molí del Salt.
Por su parte, Benilloba es un pequeño municipio situado entre dos sierras. Resulta, sin duda, una perfecta opción de paz para escaparse del estrés de la gran ciudad y del día a día. Además de su lavadero o el cercano castillo de Penella, de su casco urbano destaca la tradición de los retablos de cerámica, que representan al santo al que está dedicada la calle.
No podemos tampoco perdernos la Iglesia de la Natividad, del siglo XVII y estilo neoclásico, ni dejar de degustar -como decíamos- alguno de sus platos típicos, donde sobresale la deliciosa pericana.