Entrevista > Carmelo Fresneda / Músico (Dénia, 19-marzo-1971)
En muchas ocasiones estamos como ciegos, no sabemos cuál va a ser nuestro destino hasta que una persona, sabia, nos abre los ojos e indica qué debemos hacer. Eso es precisamente lo que le sucedió a Carmelo Fresneda, imponente saxofonista y profesor de nuestro conservatorio de música desde los inicios.
Pensaba dedicarse a la herrería, como marcaba la tradición familiar. Pero no, por fortuna se ha convertido en un enorme músico, capaz de tocar en numerosas bandas prácticamente todos los fines de semana, colaborar en grupos -como The Rockets-, montar un dúo con Manuel Cobo (The Legendarios) o ser profesor de Orba, Benitatxell, Els Poblets o La Vall de Laguar.
“Mucho se lo debo a mi mujer, Maite Vallés, también excepcional saxofonista”, reconoce Carmelo, en Xàbia desde la infancia. Indicar que ha sido jefe de estudios, secretario y director del centro durante muchos años, “cumpliendo una etapa frenética para ofrecer la máxima dedicación en pro de la continuidad del centro, cometido ahora a cargo de otros compañeros”.
¿Quién te instruyó primero en la música?
Fue mi padre el que me llevó a la banda de música del pueblo a los siete años. Entré poco después, a los ocho, para tocar la trompeta, que no me acababa de entusiasmar. De hecho, dejé este instrumento y comencé de cero con mi querido saxofón.
¿Qué te enamoró del saxo?
Principalmente su sonido, que es espectacular. Es de los pocos instrumentos que, siendo metálico, se tocan con una lengüeta de caña. Eso provoca que tenga unos sonidos muy armónicos y peculiares, y que no sea para acompañar, sino solista.
«Empecé mis estudios con la trompeta, pero poco después me di cuenta de que lo mío era el saxofón»
¿Cuáles fueron tus siguientes pasos?
Seguía haciendo música, en muchas xarangas sobre todo, y a los dieciséis años monté -junto a cuatro compañeros- la primera orquesta, ‘Bulevard’, un proyecto que duró casi dos décadas, tocando en bodas, bautizos, comuniones, verbenas… Llegamos incluso a tener otra, ‘La Trama’.
Mientras, estudiaba en los Conservatorios de València y Alicante, pero jamás me había planteado vivir de la música. Pensaba que mi trabajo sería continuar la tradición familiar -pese a que me fascinaba tocar-, hasta que José Luis Tormos, presidente de la banda, insistió en que siguiera con los estudios. Tengo mucho que agradecerle, sinceramente.
Otra persona te acabó de abrir los ojos.
Exacto, Ángel Gimeno, gran maestro y amigo. Me espetó “¿qué haces trabajando de herrero?”, recalcando que debería vivir de mi pasión, de la música. Seguidamente me ofreció irme a vivir con él, a Logroño, donde impartía clases, y no lo dudé.
La única condición que me impuso fue que mis exámenes serían todos públicos, es decir, los podría ver cualquier persona. Estuve en la capital riojana tres años, aunque regresaba todos los fines de semana para tocar en la orquesta.
«Los chicos de hoy no valoran las cosas como hacíamos nosotros, que no teníamos tantas facilidades»
¿En qué momento te haces profesor?
En 1998, muchos años han pasado. A los alumnos les pido principalmente que disfruten, porque es tan fácil cuando algo te gusta; todo sale. A partir de ahí, obviamente un compromiso, seriedad y respeto por la música y el trabajo.
Todo es muy diferente a hace años, porque hoy la gente no se da cuenta de las facilidades que disfruta, la oferta de distracción es tan descomunal…
¿Les envidias en alguna cosa?
Sí, el acceso a la información. Recuerdo que, con la paga que me daba mi madre, me compraba discos y cedés (ahora albergo más de dos mil). Ahora, gracias a las plataformas, puedes escuchar las canciones que se acaban de componer. No valoran las cosas como lo hacíamos nosotros.
«Nuestro conservatorio no deja de crecer, con una proyección brutal y excepcionales profesores»
¿Cómo se presenta el curso que acaba de arrancar?
Muy bien. Tengo bastantes alumnos, alrededor de veinte, porque las clases son individualizadas, y doy asimismo clases de música de cámara. El conservatorio no deja de crecer, con una proyección brutal y excepcionales profesores.
En mis inicios -que era una simple escuela de música, ni siquiera reconocida- había apenas ochenta alumnos y ahora superamos los doscientos. Pasó de ser conservatorio elemental a profesional.
¿Recuerdas con especial cariño alguno de tus conciertos?
Aparte de las dos orquestas propias, estuve un tiempo parado y regresé con una, ‘Stradivarius’, que tocábamos por toda España. ¡Éramos dieciséis personas, entre bailarines y músicos!
Hubo un bolo en la plaza de España de Vitoria, con capacidad para más de 10.000 personas. La noche anterior había actuado David Bisbal en un escenario enorme, que aprovechamos. Nuestro primer tema era un solo de saxo, con gran protagonismo mío. Al acabar la canción, únicamente se veían cabezas, se acercó el percusionista muy gracioso -llamado Sergio- y me dijo: “amigo, ya te puedes morir a gusto”. Fue hace unos diez años.