Entrevista > Jesús Fuster / Músico
El destino musical de Jesús Fuster (Buñol, 23-agosto-1966) estaba casi predestinado: su padre, gran aficionado, y especialmente su primo -el célebre Jesús Perelló- le fueron marcando el camino. “Mi padre era oboísta, al igual que mi primo, y yo no podía ser otra cosa, aunque fue un instrumento que enseguida me apasionó”, apunta.
Comenzó estudiando el grado elemental en el Conservatorio de Buñol, para modelar seguidamente su talento en el Superior de València, donde de la mano de los maestros Vicente Martí y Francisco Salanova “obtuve el premio extraordinario final de grado medio y superior por unanimidad”.
De hecho, acabó la carrera con apenas dieciocho años, y apenas unos meses después ya había logrado la oposición superior al conservatorio, formando parte de inmediato de la propia entidad, “algo muy poco habitual”. Opina que esa pasión por la música procede, sin duda, de una enorme tradición familiar.
¿Tocar el oboe era casi una obligación en tu caso?
Sí, aunque cuando comencé con ocho años en solfeo, en la Sociedad Musical ‘La Artística’ -conocida popularmente como ‘Los Feos’- me dieron primero el clarinete requinto. Pero cuando llegó mi primo, nueve años mayor que yo, remarcó que yo debía tocar el oboe; fue casi un imperativo.
¿Nacer en Buñol también te ha marcado?
En cierta forma. El ambiente musical de mi municipio -el más relevante de la Comunitat Valenciana junto a Llíria y Cullera- provocó que empezaran a salir grandes profesionales. Paulatinamente lo veíamos no solo como una afición, sino como una posible salida laboral. Trabajabas entonces con la ilusión de quizás algún día ser músico profesional.
«Con ocho años mi primo Jesús Perelló, célebre músico, me impuso que debía tocar el oboe»
¿Qué han representado para ti tu primo y tu padre?
Ambos han sido mis referentes, especialmente en los inicios: mi padre más a un nivel amateur -no sin ello tener menos importancia, porque era un gran músico-, mientras Jesús, mi primo, es un enorme oboísta de la Banda Municipal de València.
Fueron los dos mis profesores, y eso es doblemente cálido y satisfactorio para empezar a estudiar una disciplina instrumental, que por otro lado no es nada fácil.
¿Desde cuándo eres catedrático de oboe en el Conservatorio de Música de València?
Alrededor de diez años, accediendo a la cátedra con la máxima nota. Empecé pronto a dar clase, pero no me paré ahí, sino que al igual que Jesús Perelló -incluso antes-, me desplacé a Róterdam (Países Bajos) para seguir formándome, ahora con el profesor Emanuel Abbühl.
Estuve allí un año, yendo y viviendo, y al finalizar el primer curso me pidió que hiciera el examen de virtuosismo. Conmigo fue la primera vez que el Conservatorio de Rotterdam ponía cuatro dieces. Antes de regresar a España definitivamente fui asistente de Abbühl e impartí también clases.
«Mis alumnos se han convertido en amigos, y hacer música con ellos es muy emocionante»
¿Es complicado sacar lo mejor de cada alumno?
Fundamental en ello es tener claro que no hay dos personas iguales. Debemos tener mucha empatía y saber que cada uno viene de un sitio: llega con unas técnicas y unas ideas dispares.
Es clave respetar la personalidad como intérprete de cada pupilo y, a partir de ahí, trabajar con ellos, haciéndoles converger en una técnica más sólida para que puedan desarrollar su musicalidad. Realizo un repertorio distinto con cada uno, porque necesitan aspectos diferentes.
¿Qué se te pasa por la mente sobre un escenario?
Primero muchísima responsabilidad, obviamente. Además, al llevar tantos años dando clases mis alumnos se han convertido en amigos, y compartir escenario con ellos es algo realmente emocionante. Es una sensación que no cambiaría por nada, es como encontrarte en el paraíso musical.
«Es bueno que haya nervios sobre un escenario; el quid de la cuestión es saber controlarlos»
¿Sigue habiendo nervios?
Claro, y es bueno que existan, porque si no, no seríamos humanos. El quid de la cuestión está en controlarlos; la preocupación es buena, porque hace que te superes día a día.
No obstante, una vez te subes al escenario sí que debemos relajarlos, quitar los nervios de en medio y que todo se convierta en excelente música. Los nervios iniciales -el protocolo del concierto- son un sinónimo de respeto hacia el público y los compañeros, al deseo que todo salga perfecto.
Aparte del conservatorio, ¿en qué más estás trabajando?
También toco como solista junto al conjunto instrumental de València; soy miembro del Quintet Cuesta, con más de cuarenta años de trayectoria -estaremos pronto en el Palau de la Música-, y colaboro con infinidad de orquestas, entre otras la Nacional y la de Cataluña.
De igual forma he tocado, como solista, en la Orquesta de la Radio de Múnich (Alemania), y recientemente actué en un concierto internacional en Phoenix (Arizona), pues soy imagen de la marca japonesa de oboes Josef.