Entrevista > Paco Torreblanca / Pastelero (Villena, 5-febrero-1951)
Dicen los más sabios que el ser humano no deja de aprender hasta el último suspiro de su vida. Paco Torreblanca, nombrado mejor pastelero del mundo en 2022, se rige por esta filosofía o pensamiento. De adolescente tuvo que emigrar a París y de la mano del pastelero Jean Millet -amigo íntimo de su padre- aprendió el oficio. Hoy se siente ampliamente satisfecho de contar con la sapiencia culinaria de ambas culturas: la francesa y la española.
A mediados de los setenta regresó a nuestro país, concretamente a Elda, del que se siente parte, para demostrar lo asimilado. Muchos años después, en 2012, creó su escuela, y su mejor legado se llama Jacob Torreblanca, “mi hijo, un enorme profesional”.
Siempre activo, “con cosas que hacer”, confiesa que todos los días se levanta temprano, para recorrer a pie los tres kilómetros que le separan del centro formativo. “Ese trayecto me sirve para pensar y reflexionar”, reconoce.
¿Qué significa ser el mejor pastelero del planeta?
Mucho orgullo, al igual que el reconocimiento por parte de la Generalitat, que me designó el pasado 9 de Octubre embajador de la Comunitat Valenciana en el mundo. Es una satisfacción, pues jamás pensé que a un pastelero le pudieran nombrar Doctor Honoris Causa en arte, ciencia y tecnología de la alimentación en dos universidades valencianas.
Todo fruto de una larguísima trayectoria.
Realmente mi idea jamás fue buscar nada de esto; lo que siempre quise hacer fue completar bien mi trabajo, ser feliz y compartirlo tanto con los colegas como con mis escuelas. Dar un poco de lo que me ha brindado la vida.
«Siempre he querido hacer bien mi trabajo, ser feliz y compartirlo con los colegas, en mis escuelas…»
¿Cómo fueron tus inicios?
La profesión que ejerzo no es vocacional, es accidental. Mi padre me mandó a París con apenas trece años, a casa de un amigo suyo, Jean Millet. Ambos habían estado en la cárcel tras la Guerra Civil, por ser republicanos, y él fue como un padre espiritual: me crio, me educó y me formó como pastelero, siendo de los mejores en Francia. Parte de mi vida la he desarrollado allí, y ellos dicen: “Paco no es español, es francés” (ríe).
¿Por qué te instalaste en Elda al regresar?
Mi mujer y yo hicimos un estudio de mercado, pues la Elda de entonces era una ciudad boyante, muy dinámica, con muchísimas familias dedicadas al sector del calzado. Decidimos montar un negocio aquí y somos muy felices, con mis hijos y nietos, todos eldenses.
Respecto a Francia, aunque suene contradictorio, considero que lo mejor que me pasó fue irme allí y también volver. En el país vecino aprendí disciplina, orden, trabajo y amor por la profesión, mientras aquí supe cómo emplear los productos de mi tierra. Esa combinación, lo mejor de Francia y España, me ha hecho ser lo que soy.
«Aunque suene contradictorio, lo mejor que me pudo pasar fue irme a Francia, para después volver»
Un postre perfecto, ¿de qué se compone?
La perfección no existe, podemos rozar los límites. Hice un postre, que me ilusiona que esté todavía en los escaparates de Japón, que llevaba chocolate con una pasta -parecida al rollo de vino, pero sin-, y relleno de manzana cocida al vapor, azafrán y flan, todo ello cubierto de chocolate. Al verla allí siento que hice algo muy importante, de lo mejor de mi trayectoria.
¿La pastelería española es top mundial?
Se puede matizar, debido a que la que se hace en el Mediterráneo, desde Cataluña hasta aquí, tiene un nivel altísimo, como evidencian los campeonatos mundiales. Si bajamos más hacia el sur, los postres son mucho más tradicionales, numerosos de origen árabe, y esa circunstancia -sin quitarnos del medallero- nos hace descender ligeramente.
«Mi hijo Jacob es el futuro: tiene una fuerte personalidad, las ideas claras y me encanta cómo trabaja»
¿Qué te queda por hacer?
Debo seguir investigando. Durante el discurso que ofrecí el día de nuestra comunidad, mencioné una frase de Clint Eastwood, al que un periodista le preguntó si iba a hacer una nueva película, pasados los noventa años.
El cineasta contestó: “ese hombre viejo que hay fuera no quiero que entre dentro de mí”. ¡Me quedan tantas cosas por hacer! Como esculturas de chocolate, piezas para museos, talleres en la escuela… Mantenernos vivos es mantenernos activos, y si hacemos lo que nos gusta es un valor añadido para seguir laborando.
Háblanos de tu hijo Jacob.
Tiene el mejor legado que puede tener un hijo, pero también un problema: que es su propio padre, como si de una espada de Damocles se tratara. Posee una enorme personalidad, muy suya, obviamente tras aprender las bases que le marqué.
Le envié a Francia un tiempo y luego quiso volver conmigo. Tiene sus propias ideas, las cosas claras y un enorme talento; me encanta cómo trabaja. ¡El futuro es él!