La verdad es que, en ocasiones, toparse con la historia supone algo relativamente fácil. Por ejemplo, parar para coger algo del maletero: vienes de Santa Pola por la N-332, dejando atrás, a mano izquierda, el espíritu bastante material del desaparecido Hotel Rocas Blancas, y, un poco más adelante, viras a la diestra. Allí, presidiendo un espacio con aparcamiento y envidiable mirador al infinito Mediterráneo, un molino.
Ya no están las aspas, pero su pasado de molturador de trigo resulta aparente. Custodiado en las cercanías por un enmudecido quiosco circular, el molino de la Calera, sembrado en 1771, ensueña un pasado de hogazas de la época, de actividad agraria y social, de trabajo (la explanada quizá sirvió para extender el grano). Y es que, ¿somos capaces hoy de concebir una sociedad sin pan?
Oros panes
El pan, y las harinas correspondientes para elaborarlo, o en su defecto fabricar gachas, se han convertido en elemento imprescindible en casi todas las culturas. Por estos lares, aparte del trigo, tenemos avena, cebada, centeno, maíz… arroz, con esas tortitas que triunfan cuando se acercan el verano y las correspondientes ‘operaciones’ biquini o bañador, inventadas y alentadas mediante la publicidad.
Pero en otros lugares han recurrido a otros productos para elaborar harinas, como la yuca o mandioca, cuyo almidón, la tapioca (del guaraní ‘tïpïok’, residuo), es la base de tantos alimentos de América del Sur (de cuyo centro procede) y, por exportación y arraigo del arbusto (‘Manihot esculenta’), de África y Oceanía. O el tef (‘Eragrostis tef’), una suerte de mijo (semillas de parecidas características: es una clasificación agrícola, no biológica), surgido en África.
A partir del siglo XX, nos quedamos con la baguette francesa
Elección francesa
Con el tef o teff, por cierto, se elabora el ‘injera’ o ‘inyera’ (se pronuncia con tilde en la i), el pan etíope, algo así como una crepe esponjosa y un tanto amarga. Patentiza la dependencia del pan, o productos siquiera cercanos, por parte de las sociedades humanas. En nuestro caso, por aquí el que nos tocó fue el pan de pita árabe, cuya herencia podemos rastrear en las cocas al horno o en las pizzas.
Eso sí, al final, especialmente a partir del siglo XX, nos quedamos con la baguette francesa, sembrada en hornos vieneses. Este pan en principio extrafronterizo aterrizó posiblemente en España, durante la invasión francesa (1808-1814). Por la época del molino santapolero, por aquí comeríamos una versión, quizá más mollar, del pan de pita. Pero, ¿a cuántas personas abastecía el edificio-artilugio?
Está situado, y de ahí su nombre, donde hubo una calera
La calera
No es ni muy grande ni muy pequeño. De dos plantas, donde la inferior servía de almacén. Está situado, y de ahí su nombre, en donde hubo una calera, es decir, un horno para la obtención de cal viva gracias a la cocción de piedras calizas o yesos. Y en una provincia, la alicantina, tan rica en las denominadas piedras industriales (también arcillas, areniscas, mármoles), estas no iban a faltar.
Indispensable como argamasa, necesaria para el protector encalado, en unas tierras donde el sol parece hacer horas extraordinarias, y también un estabilizador del suelo, al reaccionar químicamente con las arcillas. Daba para mucho, y que al final se construyera aquí el molino dice mucho sobre el aposentamiento del lugar como equivalente a las actuales áreas de servicios. ¿Para mucha gente? Un censo de 1781 adjudica 870 personas a la futura urbe.
Aquí llegarían las gentes del contorno con sus fanegas de cereal
Repoblando la ciudad
Pero sin duda no se tuvo en cuenta toda una amplia población campesina que habitaba la unión entre el antiguo Portus Ilicitanus y Elche. Aparte de ello, la rebelión antiseñorial, fallida, desarrollada en esta última ciudad del 13 de abril al 3 de mayo de 1766, iba a provocar un repoblamiento de la antigua metrópoli romana. En 1857 ya anotábamos 2.759 almas bien vivas deambulando por estas calles nuestras.
Así pues, la alimentación comenzaba a convertirse en una necesidad cada vez más acuciante. Ciudad y campo necesitarían de servicios al respecto. Este molino, con doble puerta, obviamente para salvar el movimiento de las aspas y no acabar quijoteando por los aires, se convierte en un buen ejemplo para ello. Aquí llegarían las gentes del contorno, principalmente dedicadas al agro, con sus fanegas de cereal para proceder a la molienda.
Posible torre
La mecánica no distaría mucho de la de las almáceras aún existentes por la provincia de Alicante (tantas olivas traes, ya estriadas, tanto aceite te llevas). Esta es la cantidad de trigo, bien preparado, por lo que esta otra es la de harina. El siglo XX se llevó esta función consigo y, aunque los registros de que efectivamente fue molino abundan, surgió la idea de que se trata en realidad de una abandonada torre vigía.
Estas se construyeron por aquí desde 1552, para defendernos de los piratas berberiscos. Aunque en este caso, como con la torre Escaletes, de planta troncocónica. Tengan razón los recuperados vestigios, o la tengan los pálpitos, se trata de conservar un trozo, siempre importante, de nuestra historia, que, ya se sabe, en ocasiones encontrarse con ella es algo relativamente fácil. Tanto como perderla.