Frases como “¡nos hemos quedado sin pueblo!”, “nos han dejado totalmente abandonados”, “ha sido lo más terrible que he vivido” o “Alfafar sufre el peor desastre desde la Guerra Civil” proceden de testimonios que han querido relatarnos cómo vivieron la devastadora Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA) del 29 de octubre y sus posteriores días, igualmente dramáticos.
El desastre natural era inevitable, es más que evidente, “pero sí avisarnos con más tiempo, no en el momento en que teníamos dos metros de agua”. Muchos de nuestros vecinos lo han perdido prácticamente todo (coche, casa, negocio, mascotas…) y no queda otra que comenzar de cero.
Nos detallarán también qué pasó esa misma noche, cuando bajó el nivel del agua y algunos se dedicaron a saquear supermercados y tiendas -en busca de los artículos de más valor- o a husmear los coches, para “robar cualquier cosa”. Sin embargo, “nos quedamos con los voluntarios, esas buenas personas que nos han ayudado día tras día”, apuntan.
«No lo concebíamos»
Uno de los relatos más desgarradores nos lo ofrece Álvaro Conejos, paleontólogo, que lo vivió con impotencia desde su balcón. “Vimos qué estaba pasando por la televisión y un amigo de Paiporta nos mandó un vídeo de cómo se estaba inundando”, dice. “Poco después oímos gente gritar por la calle, pero no pensábamos que era por el agua, no lo concebíamos”.
Seguidamente “nos asomamos y ya empezaba a llegar el agua marrón: muchos corrían, hacia sus coches, en los garajes, mientras les gritábamos que no se la jugaran”. En apenas unos minutos la calle se había convertido en un enorme río.
“Cuando se fue la luz impresionaban las de los coches, los limpiaparabrisas girando, automáticamente, la alarma, los cláxones…”. Confiesa que apenas pudo dormir, y a las cuatro de la madrugada oyó la alarma del supermercado. “El agua había bajado casi del todo y gente trepaba entre los coches para entrar y saquear”.
Observaron a una persona mirando con una linterna el interior de los coches apilados. “Le chillamos y se encaró, mientras robaba un refresco de una máquina expendedora”. Conejos cuenta que se sintió muy desilusionado por esa forma de actuar, “pensamiento que cambió después, gracias a los voluntarios”.
Muchos vecinos lo han perdido prácticamente todo y no queda otra que comenzar de cero
La devastación total
A la mañana siguiente, sobre las seis, Álvaro y su padre bajaron para intentar llegar al garaje y “nos encontramos con la devastación total: pilas de tres coches, cables de la luz por el suelo, una fuga de gas enorme por la calle Divisoria y un fuerte olor a gasolina, de la propia agua”. La imagen era “terrible”.
Poco después, ya amaneciendo, se desplazaron a las vías del tren, a su paso por Sedaví, y “ya no pude seguir”, reconoce, “porque el nivel de destrucción era total”. Se puso a llorar, maldiciendo: “¡nos hemos quedado sin pueblo!”.
Hasta el tercer día no acudió nadie a Alfafar, repite. “Si no es por los alimentos que nos trajeron los voluntarios, nos morimos de hambre. Nos hemos sentido superabandonados y fueron los bomberos de Málaga y otros franceses los primeros en venir”, manifiesta.
Comenzó a llegar agua marrón y en unos pocos minutos la calle se convirtió en un enorme río
Lo mejor y lo peor
El segundo y tercer día la situación no mejoraba y una de las tareas de Álvaro era darles comida a dos de sus tías, atrapadas en casa. “Se las tenía que pasar por los huecos dejados por los coches”, rememora ahora.
Marchó asimismo a ayudar a amigos, cruzando la avenida Real de Madrid, la que separa Alfafar de Benetússer. “Fue horrible pasar por allí, todo el amasijo de coches, con muchos cuerpos y los de la Unidad Militar de Emergencias (UME) haciendo lo que podían”. Remarca que “no volveré a pasar por esa calle”.
Al bajar el puente de Massanassa, “vi a personas pescando con palos en los coches cosas de valor, con los muertos dentro”. Lo peor de todo fue que “disfrutaban y se reían de la desgracia de los demás”. Eso lo ha llevado mal.
Igualmente, la mala gestión, porque “al no tener equipamientos, muchos nos hemos puesto malos: un amigo tuvo una fuerte diarrea, le entró lodo en el ojo y debió ir al hospital”. El propio paleontólogo cogió una infección respiratoria. “¡Hasta el quinto día Sanidad no nos mandó un mensaje recomendando ponernos mascarillas y guantes!”, lamenta.
A la mañana siguiente la devastación era latente: cuerpos humanos, coches amontonados…
La fuerza del agua
Ninguno de nuestros vecinos olvidará jamás la fuerza que posee el agua. Tampoco, por supuesto, Mauro Lorenzo, presidente de la Asociación de Comerciantes y Profesionales de Alfafar (Acypal), quien, “tras recibir a las siete de la tarde la primera alarma de que el barranco de Catarroja se desbordaba, no le dimos más importancia”.
De hecho, ya lo había hecho en otras ocasiones, pero sin consecuencias. Solo treinta minutos más tarde el agua había sobrepasado Massanassa y el barrio de Orba, “y el agua nos llegaba por las rodillas”. Su negocio de informática se sitúa cerca del túnel, que “veíamos cómo se llenaba, ¡en apenas quince minutos!”.
La tienda, también sede de la asociación, se sumergió bajo dos metros de agua. “Toda la librería, ordenadores y género roto, con unas pérdidas estimadas de 80.000-90.000 euros, debido a que, si te dedicas a empresas, el material informático tiene más valor”, se resigna.
Un tsunami a la inversa
El dirigente nos recuerda que la zona afectada alberga el 20-25% del Producto Interior Bruto (PIB) total de la provincia, con un sinfín de empresas, concesionarios o fábricas. “Tardaremos muchas décadas en recuperarnos, pues desde la Guerra Civil no se vivía algo así en Alfafar”, asevera, antes de mostrar su malestar frente a la Administración y halagos eternos para los voluntarios.
Lorenzo perdió ese fatídico día a un primo hermano, que “hizo lo que muchos otros: intentar proteger su coche, llevándolo a una zona alta”. Pero el agua venía como un tsunami a la inversa, “no del mar, sino de las montañas: todo lo que estaba a dos metros o menos sobre el nivel del suelo está destrozado”, sentencia.
“Mi primo, al salir del patio de su casa, se agarró a la verja de un colegio, que se vino abajo y le aplastó”, indica, con el ligero alivio de pensar que murió en el acto, no ahogado o de forma más traumática. Lejos de lamentos, el presidente de Acypal organizó tareas la mañana siguiente, a las ocho.
Era urgente que mandaran envíos a Alfafar y a las poblaciones limítrofes. “Me puse rápidamente en contacto con los voluntarios y a organizar puntos de recogida de alimentos y agua. No podíamos dejar a la población sin abastecimiento de lo más necesario”.
El barrio de Orba
Sin duda, el de Orba fue uno de los barrios más desatendidos, “al estar separados, entre Massanassa y Benetússer”, advierte Rafa Alemany, escritor. “Los primeros tres días estuvimos abandonados y solo acudieron voluntarios, gracias a Dios”, prosigue, “ni Protección Civil, bomberos o militares”.
En esas primeras jornadas el olor era muy desagradable, “la calle apesta y pronto se propagarán enfermedades”, vaticinó Alemany entonces. No se llevaban los coches y tuvieron que ser dos jóvenes, con sus todoterrenos, los que lo intentaran, “pero había más de 5.000”.
“Todos los días marcho caminando hasta València, para comprar comida, porque hay personas mayores, obesas, que no pueden moverse”, indica. Llamaba al 112 “y no te decían nada”. Ya en ese momento se hacía la siguiente reflexión: “los políticos están jugando a hacerse quedar mal, unos a otros, no representan a las personas, sino a sus partidos”.
Esperaban la ayuda de los militares, con recursos ilimitados, entonces “no hubiera hecho falta la de los voluntarios, que ha sido determinante”, concluye.
Lo peor para muchos fue ver cómo algunos (pocos) aprovechaban la desgracia para dedicarse a robar
Animales muertos
Otras víctimas de este desastre han sido los miles y miles de animales muertos. Mili Corrales, presidenta de la Asociación Felina Dejando Huellas, ha perdido su casa, y la zona donde vivían sus gatos se ha deshecho. “De ocho que dimos en adopción la semana previa, cinco han desaparecido”.
A día de hoy no tienen acceso a lo que era la gatera, porque se ha llenado de coches y basura. Mili está en casa de su hermano a la espera de poder alquilar algo en Alfafar. “Ha sido horrible, con la muerte en el cuello, jamás vimos algo así”, expone, temblorosa.
Salieron de casa con lo puesto y estuvieron en la terraza cinco horas, “hasta que nos sacaron”. Había dos metros de agua en casa y solo nos dio tiempo a huir. “Por supuesto que temí por mi vida: si tardamos dos minutos más en subir a la terraza, nos hubiéramos ahogado, enganchados por el barro”.
Después, cuatro días abandonados, incomunicados. Los voluntarios les sacaron de la angustia, entre ellos su hijo Santi, al que inicialmente no le dejaron entrar. “No había teléfono, no podíamos hablar con nadie, fue una pesadilla”.
Todo lo que existía a dos metros o menos del nivel del suelo quedó totalmente destrozado
«Estoy vivo para ayudar»
Entre los más optimistas, Fran Jesús Pérez, cordobés afincado desde la infancia en la localidad. Asegura que se salvó de “milagro, pues me llevó la riada y pude agarrarme a un coche, para después subirme a un camión”.
“Estoy vivo para poder ayudar”, como así hizo: fue de los primeros que organizó un tráiler con comida, ayuda y productos de higiene.
Mientras, el chino Min Zhou, más conocido como Javi, propietario de diversas empresas en el municipio, suspira al ser consciente de que el temporal les afectó bastante, no al restaurante, sino principalmente a los almacenes y bazares: “todo está para reconstruir”.
Lo peor para muchos fue ver cómo algunos (pocos) aprovechaban la desgracia para dedicarse a robar
Más casos
Las abogadas Mª Carmen Llácer y Amparo González, al igual que la mayoría de vecinos, se han quedado sin despacho o lugar en el que poder trabajar. “Hay que empezar de nuevo, aunque todo es desolador”, rige la primera.
Por su parte, el presidente de la Asociación de Estudios de Alfafar, Juan Antonio Ferrer, reafirma que la riada fue “terrible, pero seguimos vivos, eso es lo importante”. Su mensaje, optimista, se debería transmitir.
Ayudas de los agricultores
Un gremio que se puso de inmediato manos a la obra fue el de los agricultores. Alrededor de cincuenta, liderados desde Sueca por Nando Durá, socorrieron varios de los puntos más afectados, siendo Alfafar el primer lugar de auxilio.
Se dedicaron a limpiar calles, “llenas de muebles y coches”, coordinados con el Ejército de Tierra y bomberos, “para que la gente pudiera entrar”. Al cuarto día en sus redes sociales espetó sentirse harto de bulos, “porque junto a otro compañero y los bomberos de Benidorm sacamos unos 150 coches del túnel, sin ningún cadáver en su interior”.