Si algo es relevante en un accidente, un infarto, un ictus o en cualquier urgencia de la vida, es que los segundos son vitales. Y si no que se lo digan al personal sanitario o incluso a la policía cuando actúan en casos como esos.
Lentitud del Estado
Pues esa rapidez es la que no tiene el Estado cuando ocurren desgracias al máximo nivel. Todavía tenemos reciente la covid y los efectos de la tardanza en tomar decisiones, así como la demostración de lo poco preparados que estábamos para ello.
El día a día nos engulle y las imágenes de otros sitios, así como los mensajes estatales de “lo bien que aquí estamos”, nos hacen vivir en una realidad paralela a la que realmente nos encontramos.
Lo cierto en aquella crisis de la covid es que nadie hizo caso de lo que se avecinaba, a pesar de conocerse muchos días antes, y cuando llegó se actuó sin cordura y sin medios.
No hemos aprendido nada
Todos recordaremos que por no tener no teníamos ni equipos de protección (EPI) para los sanitarios, muchos de los cuales se tenía que cubrir con bolsas de basura para poder seguir trabajando, intentando no infectarse. Todo ello sacó a la superficie la realidad de nuestro sistema sanitario.
Pero además murieron decenas de miles de ancianos en las residencias, aislados, porque nadie sabía que hacer, porque no existía un protocolo de actuación y por lo tanto no se podía aplicar.
Se tardaron días en levantar los hospitales militares, en atender la realidad de la situación cuando ya miles de personas habían fallecido abandonadas, desasistidas. Los familiares no podían ni acceder a sus muertos, ni asistir a su entierro.
Sin preparación
Fue el caos de una crisis que demostró la debilidad de un Estado supuestamente de Primera División, que tardó mucho en reaccionar por falta de preparación. Y de esa íbamos a aprender, habría un antes y un después, se prepararían protocolos para que a partir de ese momento cualquier actuación necesaria fuera rápida.
Evidentemente, una vez más, se ha demostrado que las palabras se las lleva el viento. Ha llegado una nueva crisis en la que las acciones de emergencia deberían haberse puesto en marcha de inmediato, con un protocolo que permita a todos actuar sin esperar la orden política, y todo estaba igual de precario que antes.
Seguimos igual que siempre. Cuando llega la catástrofe se demuestra que estamos sobre un castillo de naipes: un soplido fuerte y todo se cae. No tenemos capacidad de actuación inmediata, que es lo que se necesita.
Dejar a los profesionales
Y la culpa de esa paralización puede estar en los políticos, pero para mí el verdadero problema es esa falta de un protocolo que haga que en una emergencia no se tenga que depender de sus instrucciones. ¿Se imaginan si se le está quemando la casa, llama a los bomberos y no pueden ir hasta que no se lo autorice el político de turno? Se incendiaría todo el barrio y no habrían llegado.
Esa, o cualquier otra emergencia, debe estar prevista, calculada al milímetro, con todos los simulacros que hagan falta, como se hace con los terremotos, para que los diferentes cuerpos del Estado sepan cada uno que tienen que hacer y cuando, y actúen con la misma rapidez que se hace para salvar a alguien que se está ahogando,
Falla el sistema que tenemos creado, el que no tengamos previstas las catástrofes que sabemos que van a llegar, porque son cíclicas. Y donde sí fallan los políticos estrepitosamente es no generar esos protocolos de actuación y querer ser ellos los protagonistas cuando toca el turno de los profesionales: militares, sanitarios, bomberos, Protección Civil, policía, y un largo etcétera. Es decir, la enorme maquinaria que tenemos en España.
Papel mojado
Y luego llega la otra parte, la de las ayudas y esa frase a la que tanta manía he cogido: “no dejaremos a nadie atrás”. Y me ofende porque es un insulto a la inteligencia. Hace que se callen ‘las masas’, se justifican así ante los medios, pero luego todo es papel mojado o palabras vacías.
Terremoto de Lorca, la DANA de la Vega Baja o el último gran fenómeno de la naturaleza que fue la erupción del volcán en La Palma, demuestra que es una frase que se dice en el momento, mediática, repetitiva… pero irreal. Que se lo pregunten a todos a los que las ayudas no les han llegado nunca.
Y ahora se inventan una nueva fórmula, que puede arruinar más aún a las personas, y que ya usaron en la covid: ayudas que hay que devolver. Eso, en mi tierra, se ha llamado siempre pedir un préstamo (y si lo necesitas y te lo dan con facilidades, no te planteas si al final lo podrás devolver o será peor).
Delincuencia ‘legal’
Por último, llegamos a los delincuentes, que no solo son los salvajes que han aprovechado el drama para robar o estafar. Hay otros de ‘guante blanco’, aquellos que por la devolución de una letra, de la gente que lo ha perdido todo, les incluyen en un listado de morosos para que no puedan hacer nada; eso sí, para salir de ese listado, una vez pagado lo adeudado, son al menos dos meses.
Lo dicho, un miserable castillo de naipes en cuanto necesitas algo extraordinario del sistema.