Inés López Varó (1969), docente y directora de su propia escuela de danza, es una persona solidaria, espíritu que creció exponencialmente tras apadrinar un niño en la India. “Me desplacé junto a mi marido a Anantapur, ciudad sede de la ONG de Vicente Ferrer, a quien pudimos conocer en persona”, indica.
“Sentí como algo mágico lo que había creado ese hombre para ayudar a los más desfavorecidos”, subraya. De regreso a San Vicente descubrió por redes sociales la existencia de Guaguacuna, una organización fundada por la familia Beviá-Crespo para ayudar a las comunidades rurales de Otavalo (Ecuador), en las tierras altas de los Andes.
A partir de entonces se hicieron socios -diez años ha- y colaboran todos cada año con dos galas benéficas: una en Navidad y otra a final de curso. “El dinero que queda se cede íntegramente a la ONG, puedo dar fe”, no se cansa de remarcar, pidiendo “una mayor implicación, necesaria”, a todos los que quieran aportar su granito de arena.
Su primer viaje
Después de un tiempo involucrada, Inés anhelaba poder desplazarse hasta el país sudamericano y apreciar de primera mano aquello que tantas veces había visto en fotos. “Fueron muchas las ocasiones que Mónica Beviá, hija de Aida Crespo y ahora máxima responsable, nos ofreció viajar”, apunta.
Al fin ese proyecto pudo hacerse realidad, dieciocho días en los que no ha dejado de sentirse sobrecogida. “Hablo, recuerdo a los niños, y todavía me emociono”, confiesa, “es brutal ver cómo bajan de la burseta, el autobús que les recoge”.
Luego, “tan formalitos”, se les da un huevo duro, su desayuno, antes de pasar a las clases. Seguidamente llegan los mayores, la nueva iniciativa de la asociación, focalizada en adultos con discapacidades especiales.
Junto a su marido, Inés colabora desde hace años con la ONG creada por la familia Beviá-Crespo
Los zapatos
Otra de las imágenes que mejor conserva López Varó son los zapatos que todos los niños portaban, donados por la zapatería Tono de San Vicente, cerrada por jubilación. “Fue muy emocionante verles tan sonrientes”, expresa. Todavía queda mucho género por transportar.
Su día a día se focalizaba en ayudarles durante el almuerzo, estar un rato con ellos y también en impartirles clases de danzaterapia. “Son unos niños tan educados, agradecidos, no parábamos de recibir abrazos a todas horas”.
El concepto del grupo y de ayudarse unos a otros lo tienen muy arraigado, reflexiona, “duermen juntos, quizás tres en cunas de uno, es digno de ver”. Lo hacen habitualmente vestidos, “debido al frio y humedad que hace, a 4.000 metros sobre el nivel del mar”.
Regresó de Ecuador hace semanas, pero «todavía me emociono y lloro, recordando a los niños»
El aula Inés
Aunque no fue sorpresa, porque Mónica se lo había anunciado, sí le robó el corazón que una de las aulas lleve por nombre Inés López Varó, “en agradecimiento a todos los años de colaboración”.
Comenta, con lágrimas en los ojos, que son miles las anécdotas que han podido vivir, “junto a unos niños que te abrazan y no te sueltan”. Todos quieren mostrar lo que significas para ellos: “me hicieron llorar mucho allí, pero sobre todo de vuelta a casa”.
La ONG contribuye a que los menores puedan seguir estudiando en otra localidad. “Les proporciona los útiles (libros, libretas y lápices) para que prosigan en su formación”, ya que en Ecuador la educación previa y posterior a Primaria no es obligatoria.
En la desfavorecida zona de Otavalo la última clase inaugurada lleva por nombre Inés López Varó
Recursos limitados
Nuestra protagonista sigue fascinada cómo una ONG con tan pocos recursos -y gracias a la voluntad y valentía de una mujer, Aida Crespo- les puede ayudar de ese modo. “Acudí a las reuniones con las madres, comprobé las gestiones que Mónica tiene que hacer diariamente…”.
“Quisiera dejar constancia de que el dinero que se dona a la ONG llega íntegro, y que hace falta mucho más”, espeta. Parece mentira, añade, que “personas cojan un mes de su tiempo para trabajar allí ¡por nada a cambio!”.
Guaguacuna no se ocupa únicamente de esos niños, sino también de las necesidades que puedan tener familias de pueblos cercanos. “Buscan la manera de ayudarles, realizando una labor increíble”, repite orgullosa.
Más impactante
Respecto a su experiencia en la India, ésta ha sido más impactante, al no necesitar traductor. “Cuando lo ves de verdad, tras tantas colaboraciones desde España, comprendes mejor las limitaciones que tienen”.
Sin embargo, la pasión que sienten es la más autentica. “Nos contaban las madres de los adultos que los sábados y domingos, jornadas libres, no comprenden por qué no pueden ir al taller, donde se sienten realizados, queridos, valorados y mucho más”.
“Si en España un discapacitado lo tiene complicado, en Ecuador muchísimo más”, concluye Inés, cuyo concepto vital se ha reforzado radicalmente, “al ver tanto amor por el prójimo estoy con las fuerzas renovadas para seguir apoyándoles”.