Entrevista > Aida Payá / Restauradora de arte (Elda, 11-septiembre-1979)
Aida Payá confiesa que quiso ser restauradora tras visionar la película ‘El paciente inglés’, sobre todo una escena en la que a la protagonista (Juliette Binoche) subían con unas cuerdas para ver unas pinturas. “Yo quiero estar ahí”, se dijo.
Estudió Bellas Artes en València, ya con el objetivo de convertirse en restauradora, faceta que nos explicará con detalle: “no es muy común y en ocasiones está poco valorada”. Pasó seguidamente por diferentes firmas en Orihuela, Zaragoza y Murcia, hasta que se trasladó a Euskadi.
“Me enamoré de un chico vasco y resido en Bergara (Guipúzcoa) desde hace veinte años”, indica, al principio de empresa en empresa. Decidió entonces, junto a una compañera, fundar su propia compañía, Artez, en 2008. Pese a vivir en una buena zona, reconoce que echa de menos Elda, donde está toda su familia, y siempre que puede viene, “mínimo tres veces al año”.
«Me fascina el arte: entro en un museo y de tanta belleza no puedo evitar ponerme a llorar»
¿Para quién trabajas y cómo realizas una restauración?
Primero indicar que no hay dos obras iguales, porque además podemos estar simultaneando una pintura mural, la fachada de una iglesia o una escultura.
Trabajo para la Diputación de Guipúzcoa y diferentes museos, como el San Telmo de Donostia. Asimismo, hago muchas labores para arquitectos, ayuntamientos y el Obispado, para la Iglesia. Podría decir que el 70-80% de mi función se focaliza en centros religiosos.
¿Cuál es el proceso?
Inicialmente llevo a cabo una visita, que me permite hacer un estudio previo de la obra. La analizo para saber su estado de conservación y las patologías que presenta, sentando los criterios básicos para después afrontar la restauración.
A veces me ponen un andamio para que suba a lo alto de una iglesia o bóveda y haga un informe. Acto seguido mando un informe a Diputación, indicando qué necesita esa obra y cuál es el presupuesto.
¿El tuyo es un trabajo casi quirúrgico?
Mucho, con un gran análisis de las muestras tras la información que recibimos de los laboratorios. Consta de una parte teórica y luego otra práctica, donde me subo al andamio, mi medio natural, y ejecuto la restauración.
Recientemente hemos estado dos años restaurando las pinturas murales de la Parroquia de la Asunción de Beasaín. Allí, al igual que en muchos otros casos, nos topamos con una iglesia blanca -tantas veces encalada- en la que debajo hay pinturas.
«Es importante que el público comprenda que una restauración no tiene nada que ver con pintar»
¿Descubres, por lo tanto, obras?
Efectivamente. Como sabemos, todas las iglesias a partir del 1500 constaban de pintura mural, formaba parte de su sistema constructivo. Hallamos obras totalmente destruidas, rascadas durante siglos…
Hacemos pruebas, catas en la pared y comprobamos que hay pintura, aunque en muy mal estado normalmente. Finalmente las extraemos con bisturís.
Una labor de paciencia, apasionante.
El arte en sí me fascina, sobre todo la pintura mural: cada vez que entro en un museo me pongo a llorar, de tanta belleza. No puedo evitarlo, ¡es una acción, reacción!, como sucede a tantos con la música.
¿Cuáles han sido tus trabajos más relevantes?
Los de la Catedral de Santa María de Vitoria, los lienzos de Sert, diversas pinturas murales y obra escultórica, sin olvidarme de los encargos del mencionado Museo San Telmo.
Es importante que el público comprenda que una restauración no tiene nada que ver con pintar. Lo que pretendemos es cuidar y devolver legibilidad a las obras, siendo conscientes que no vamos a recuperar su estado original, porque ya no existe.
«Mi objetivo es que muchos más puedan volver a apreciar y disfrutar la obra, con un entendimiento»
¿Respetando el paso del tiempo?
El objetivo es que muchas más personas puedan volver a apreciar y disfrutar la obra, con una lectura y entendimiento. Pero no la dejamos nueva, es imposible, ya que ha tenido una historia, un desgaste e incluso un maltrato.
¿Piensas que estáis bien valoradas?
Fuera de la Administración, no. También por lo que pasó en la restauración del Ecce Homo de Borja (Zaragoza) en 2012. ¿De quién fue la culpa? Del que lo encargó a una persona no profesional.
Todo es educacional. Muchos no entran en las iglesias por el culto, sino porque son grandes centros de arte.
A tanta distancia, ¿qué vinculación tienes con Elda?
Mucha, regreso siempre que puedo -imprescindible verano, Semana Santa y Navidad- para visitar a familia y amigos. Mi padre, Paco Payá, trabajó en la Casa de Cultura entre 1992 y 2004, además de dirigir el Teatro Castelar ocho temporadas (1999-2007).
Son ocho horas de trayecto, pero la necesidad de sol y de tomarme un buen arroz -en cualquier versión- siempre están muy presentes. Quiero mucho a mi pueblo.