Descargaban, potentes o melódicos, o ambos, los sonidos del rock sesentero, recargado en nubes ‘hippies’: ‘folk’ (prosas poéticas contraculturales, a veces protestonas), psicodélico (con su fondo de ‘blues’) o ‘surf’ (chicas y playas); o los del setentero: ‘hard’ y ‘heavy metal’ (vamos a distorsionar los sones guitarreros), ‘punk’ (recogemos el envite, pero más agresivos y directos), progresivo o sinfónico (música clásica y jazz al ánima).
Quizá ‘rock and roll’ puro (fusión del rock con ‘blues’, ‘rhythm and blues’, ‘country’ y jazz), o en su versión inglesa: el ‘beat’ (impulso). Y a la España de entonces, a pesar de todos los pesares políticos, llegaban. Suavizados. Tarareos yeyés, del inglés “yeah, yeah”, que popularizaran los Beatles, grupo ‘beat’. Barcelona, Madrid, Sevilla y València, como núcleos principales, y algunos secundarios, como Alicante, se lanzaron a ello, ¿desde qué locales?
Varios géneros
Realmente, no hubo mucho aquí de especificidad rockera. Sí veteranas ‘salas de fiestas’ o ‘boites’, del francés ‘boîte’ (caja). Las ‘boîtes de nuit’ (cajas de noche) se habían popularizado en el país vecino ya desde los años cincuenta. Y no tardamos mucho en importar el modelo, al cabo precursor de discotecas o boliches, entremezclándolo con el modelo del casino español.
Nacidos en el XIX, se prolongaban así hasta sobrevivir en los ochenta-noventa o, remodelados, nuestro siglo. Obviamente, y más en aquellos tiempos en blanco y negro, como mucho en sepia, el rock no fue recibido con los brazos abiertos desde las autoridades, pero, y dada su aceptación popular, fue un género más en liza por estos locales, junto a folclóricas y flamencos, rumbas y boleros.
Mucha especificidad rockera no hubo realmente por aquí
Pioneros autóctonos
La nómina que arrancaba por nuestra Comunitat Valenciana no era escasa. Nombres como el del cantante, compositor, guitarrista y productor discográfico valenciano Eduardo Bort (1948-2020), o el vocalista setabense Emilio Baldoví Menéndez (1940 -1990), más conocido como Bruno Lomas, quien compartió un seudónimo con el alicantino Gaspar Campillo (de biografía hoy diluida: hay quienes lo finiquitan en 2017 y quienes aseguran que aún vive): Henri Le Diable.
En el caso alicantino, es porque formó parte del grupo Henry y sus Diablos; en el valenciano, por homenajes. Anécdotas aparte, sumemos otros nombres, como el rafelbunyoler Pep Laguarda (1946-2018), quien viró por lo de cantautor pero se sentía muy influido por Bruno Lomas. Y los setenteros Doble Zero (1976-1980 y 2001-2008), de Aldaia y Alaquàs. O el rock progresivo de los valencianos Cotó en Pèl (1976-1981).
Becerro en fiesta
¿Pero dónde? Para abrir boca, el propio ‘cap i casal’ contaba con uno de aquellos locales hoy míticos. El Mocambo Club (luego, Mogambo o Bounty), sito en los números 9 y 11 de la calle de la Sangre o Sang, en las azarosas cercanías de las oficinas de la Gestión Tributaria Integral del Ayuntamiento (se trata de un flanco del edificio consistorial).
No podía estar en mejor calle. El lugar llegó a arrastrar una gran fama en cuestiones de ocio y espectáculos, con su ambiente canallita, eso sí, con anécdotas como la que cuenta Amparo Zalve Polo desde el blog ‘Valencia en blanco y negro’, con la suelta de un “becerrito” en la sala para festejar uno de los triunfos del torero Enrique Vera (1933-1993).
Mocambo Club, en València, fue uno de aquellos locales míticos
Un gallo colorado
Mobiliario roto, gente de los nervios, estropicios mil y la orquesta tocando pasodobles sin parar. El ambiente del Mocambo (en kimbundu o angoleño, choza o refugio), de los de cerrar las puertas pero continuar, siguió. Aunque las crónicas le abonen el finiquito antes, aún hoy existe en una de sus antiguas direcciones un local de sones latinos (como latina fue su decoración).
Una mítica que no debe de taparnos la existencia, en la Comunitat Valenciana, de otros míticos sitios que sirvieron también de impulso a aquellos jóvenes yeyés (una manera, en los medios de comunicación de entonces, de englobar a los rockeros del comienzo). Por ejemplo, El Gallo Rojo (1962-1984), en El Campello (l’Alacantí), que premiaba anualmente, con un trofeo en forma de gallo, a las mejores actuaciones del lugar y a los mejores empleados.
Otros bailoteos
Con el movimiento ‘clubbing’ (de local en local) ya pidiendo paso, en el que la ciudad de València y su zona metropolitana, con extensiones colindantes, fueron pioneras, se anotaban nuevas aspas en este calendario, pero esto iba a llegar más cercanos los ochenta, ya cuando comienza a gestarse la ruta Destroy, aparecida en varias ocasiones desde estas páginas. Aunque hubo adelantadas.
Tal que la discoteca Barraca, que alberga sones desde 1965, desde Sueca (Ribera Baixa); o la Hacienda, en Xàbia (Marina Alta), aún activa desde que abriera sus puertas en 1966, anticipándose, en el mismo lugar, a la Molí Blanc (1968), actual Molí Jávea. En realidad, la lista se extiende más allá del espacio de este artículo, lo suficiente como para permitir que entonces ya nos llegasen aquellos sones desde allende nuestras realidades.