Un antiguo proverbio señala que nadie -o muy pocos- son profetas en su tierra. Un perfecto ejemplo de esa realidad es el arquitecto valenciano Rafael Guastavino Moreno, quien tuvo que desarrollar la mayor parte de su actividad profesional en Estados Unidos.
Allí, plenamente instalado, implantó el Guastavino System, un sistema de arco de baldosas (patentado en 1885) que se empleó en infinidad de edificios de Nueva York -destacando la cúpula de la Estación Grand Central-, Boston, Baltimore, Filadelfia…
Nacido en València el 1 de marzo de 1842, creció en el seno de una familia artística; de hecho, uno de sus abuelos fabricaba pianos. El entorno arquitectónico también colaboró, próximo a la catedral y coincidiendo con la restauración de la Lonja de la Seda.
Su etapa catalana
Guastavino pronto se trasladó a Barcelona, a los diecinueve años, para formarse en la Escuela de Maestros de Obra, donde aprendió la técnica de bóveda tabicada -o bóveda catalana-, ya utilizada por árabes y romanos.
En la capital catalana patentó seguidamente el sistema de techos abovedados, usando cemento -en lugar de yeso- y acabado cerámico ignífugo. Fue una enorme novedad para la época, tanto por el resultado estético como por la rapidez y bajo coste.
Durante el Ensanche barcelonés, todo un hito arquitectónico, Guastavino hizo sus primeros diseños, sobresaliendo la fábrica textil de Batlló o el teatro Massa. Pero la historia de este hombre, brillante y caótico por igual, estaba a punto de cambiar.
Se formó en la Escuela de Maestros de Obra de Barcelona, donde aprendió la técnica de la bóveda tabicada
Llegada a Estados Unidos
En 1881 un juez del distrito barcelonés de San Pedro dictó orden de busca y captura contra Guastavino, por alzamiento de bienes. Nuestro protagonista huyó a Nueva York, sin conocer a nadie, sin hablar inglés y con 40.000 pesetas en el bolsillo, dicen que procedentes de una estafa hecha en el teatro Massa.
Su primera esposa -también prima-, Pilar Expósito, había emigrado a Argentina con sus tres hijos en común, a los que ya no volvió a ver, harta de sus constantes líos mujeriegos. A la Gran Manzana llegó con su amante, Paulina Roig, y el hijo de ambos, Rafael, nacido en 1872.
Paulina y sus dos hijas, de una relación anterior, no se acostumbraron al frío neoyorquino y decidieron regresar a València ese mismo año.
Tuvo que huir a Estados Unidos en 1881, sin contactos y sin saber inglés, pero con una gran habilidad comercial
Habilidad comercial
Los principios, como eran de prever, no fueron sencillos, aunque su habilidad comercial le permitió introducirse en los principales círculos arquitectónicos. Para convencer que se empleara su sistema de cúpulas hizo levantar unas bóvedas en un descampado, prendiéndolas fuego como si de una ‘cremà’ valenciana se tratara, ante la atenta mirada de los presentes.
Extinto el fuego se comprobó que la cúpula estaba intacta, logro determinante para el éxito de su sistema de bóvedas. Recordemos el terror que profesaban los incendios aquellos años, tras arrasar miles de edificios, especialmente en Boston y Chicago.
Eran muchos los que hablaban del talento de Guastavino, del que también se decía que era amigable, entusiasta e ingenioso, pero asimismo sumamente descuidado para los números. Esta dejadez tuvo repercusión en sus negocios iniciales, muchas veces al borde de la ruina.
Su hijo, Rafael Guastavino Roig, continuó su legado en la Guastavino Company hasta su muerte, en 1950
Guastavino Company
Junto a su hijo estableció una relación muy singular, al ser el único familiar directo que le quedaba en Nueva York. Ya de niño le sumergió en el sector de la construcción, siendo su presencia habitual en reuniones de trabajo.
Con apenas veinte años Rafael hijo se dedicaba por completo al diseño, pese a no contar con estudios de arquitectura. De esta unión padre-hijo nació Guastavino Company, con la que ambos llevaron a cabo infinidad de encargos.
El sistema de bóveda tabicada se convirtió en una marca, el llamado Sistema Guastavino, y un proyecto condujo al siguiente. Guastavino Company estuvo en activo más de seis décadas, un largo periodo en el que completaron más de mil construcciones, de todo tipo.
Su legado
Rafael Guastavino Moreno falleció en 1908, a los 55 años. En la necrológica que publicó el New York Times al día siguiente se le rotulaba como el arquitecto de la ciudad: razón no les faltaba, pues los 360 edificios que pudo hacer en la Gran Manzana así lo confirman.
Nunca regresó a España, a pesar de sentirse profundamente valenciano. Decidió retirarse los últimos años a su casa de Ashville, con su última mujer, y se cuenta que allí cocinaba deliciosas paellas, para invitar después a las autoridades de la villa.
Fue Rafael Guastavino Roig, su hijo, quien prosiguió con su legado, hasta su muerte, en 1950. La tercera generación no supo gestionar la firma con la misma rectitud y Guastavino Company cerró en la década de 1960.
València quiso honrar la trayectoria de Rafael Guastavino Moreno en 2022 con una estatua en la Plaza de la Reina, junto a su estimada catedral.




















