ENTREVISTA > Milagro Ferrer Calatrava / Pintora y doctora en Bellas Artes (Paterna, 19-noviembre-1940)
La artista repasa una vida entregada a la pintura y a la docencia, desde las primeras láminas en la escuela hasta las grandes exposiciones, su paso por las aulas universitarias y el impulso a la escuela del Ateneo. Tras obtener todo tipo de reconocimientos, su trayectoria es parte sustancial del rico escenario artístico local.
Hábleme de la Paterna de su infancia.
Tengo memorias extraordinarias de cuando era joven, pero en especial recuerdo la tranquilidad. Salías a jugar a la calle y no había coches. Era muy familiar; nos conocíamos todos y les decíamos “el tío” o “la tía”, aunque no lo fueran.
¿Dónde empezó a dibujar?
Fui a las Nacionales, que ahora es el colegio Santa Teresa. Era de niñas; los niños iban al Cervantes. En primaria ya comenzaba a dibujar unas copias que hacíamos entonces. La profesora estaba asombrada y ahí empezó todo.
«Pintar no es un camino fácil, hay que tener fuerza de voluntad para continuar si realmente te gusta»
Le cogió mucho gusto…
Muchísimo. Me continúa gustando, creo que moriré pintando, porque tras la familia es lo más importante para mí. Me da serenidad; te inhibe de los problemas. Quizá es como cualquier arte o afición: yo gozo pintando.
¿De qué modo alcanzó formación académica?
Dibujaba todo el tiempo y mi madre me llevó a una fábrica de cerámica. Aprendí con la práctica y con interés: empecé no como trabajadora y después me pagaron algo porque lo que hacía ya servía. Al mismo tiempo, desde los doce años fui a la escuela de Artes y Oficios en València. Esa preparación me sirvió para ingresar en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos.
Pocas mujeres estudiaban entonces, ¿tuvo apoyo familiar?
En casa éramos muy humildes, tras una posguerra dura estudiar Bellas Artes parecía surrealista. Los profesores insistieron mucho y mis padres hicieron un enorme sacrificio. Mi padre tenía dos o tres profesiones. Tuve becas y ayudaba como podía.
¿Tiene recuerdos de su primera exposición?
Me lo ofrecieron tras ganar un premio en la galería Estil de la calle Isabel la Católica de València, que hacía un concurso anual para promocionar a jóvenes. El premio era hacer la exposición y fue el mismo año que tuve a mi primer hijo, una experiencia estupenda.
«No me atraen los colores vivos que te apartan del cuadro; prefiero la atmósfera que te hace entrar en él»
La primera de muchas…
Después expuse en Madrid, en la galería Serrano, en Asturias, Santander, Barcelona… A veces llevábamos los cuadros en el coche con Jesús, mi marido. Él tenía casi más ilusión que yo.
Era retraída; a veces escondía lo que pintaba, pero él me impulsaba. Cuando nos invitaron en Francia, con los niños pequeños lo veía una montaña, y él decía “¿que no vamos a ir?” y por supuesto que fuimos.
¿Es crítica con sus obras?
Ya lo creo. En concursos, cuando veía mi obra al lado de otras me parecía que no tenía ese color vibrante que llama la atención. Lo mío era más la atmósfera y la luz. Un catedrático me dijo ante un cuadro: “hasta pueden respirar los pájaros, tiene atmósfera”, supongo que es mi rasgo más destacado.
No me gustan los colores fuertes porque te apartan del cuadro; prefiero la atmósfera que te hace penetrar dentro de la obra.
¿Y con el resto?
Respeto mucho la expresión de cada pintor. He sido muchas veces jurado y es difícil porque te influye lo que va contigo. Por eso ponemos normas para coincidir: buena composición, armonía de color y trazo, buscamos criterios objetivos.
¿Se ha rodeado de buenos pintores?
He conocido pintores excepcionales como Paco Martínez Navarro; Geroni, que además era mi cuñado; Alex Alemany, con quien tuve gran amistad y estudiamos casi a la vez; Antonio Vicente Poblador, Pepe Barbeta o Vicente Borrás, todo un pionero. Me dejo muchos y lamento no nombrarlos a todos.
«Me da serenidad; es como cualquier arte o afición: yo gozo pintando»
¿Paterna tiene buena escuela?
El Ateneo Cultural de Paterna hizo un trabajo extraordinario cuando no había tradición pictórica. Por la escuela de pintura Roberto Salvador, creada en los ochenta, han pasado jóvenes que luego han demostrado su talento y además despertamos la afición dormida de mucha gente.
Fue profesora en la Universidad de Bellas Artes.
Estuve veinte años, hasta los 71, y me hubiera quedado más tiempo: estaba muy a gusto, sobre todo con el alumnado. Me gusta enseñar, pero me gusta más pintar. No sé si mi carácter es demasiado afectivo; quizá para la didáctica debería ser más fría.
¿Qué enseñó a sus alumnos?
Conservación y diagnóstico, un mundo fascinante con una metodología científica muy avanzada. Tuve que aprender ultravioleta, infrarrojo, reflectografía I.R., etc. Me costó muchísimo ponerme al día, pero luego lo disfruté.
¿En qué consistía?
A mi clase llegaban obras de pintura, escultura, arqueología, pintura mural y las analizábamos con estas técnicas. En una Anunciación del Greco, inacabada, su hijo la continuó: gracias a estas técnicas se supo qué partes eran del hijo y cuáles del padre, porque, aunque los colores fueran los mismos; la forma de poner texturas y pinceladas era diferente.

















