En las sombras del siglo XIX, Utiel se erigió como enclave disputado en la Primera Guerra Carlista. Aquel conflicto, desatado por la sucesión al trono español, dividió familias y tierras. En 1837, las facciones carlistas, leales a Don Carlos, merodearon la comarca, dejando huella en bodegas y hogares. El 25 de noviembre, una irrupción en Venta del Moro simbolizó el terror cotidiano.
La guerra irrumpió en la zona desde 1833. Partidas carlistas cruzaban el Cabriel, requisando víveres y reclutando a la fuerza. Utiel, con sus viñedos extendidos, sufrió extorsiones que ahogaban el comercio local. Documentos del Archivo Municipal registran peticiones de auxilio a València, clamando por cartuchos para la milicia nacional.
Fue en febrero de 1837 cuando Ramón Cabrera estableció cuartel en Utiel. Desde allí, planeó asaltos contra Requena con líderes como Forcadell y Sancho, el Fraile de la Esperanza. El 15 de marzo, un grupo armado de utielanos y requenenses apresó a 38 carlistas cerca de Sinarcas, cargados de víveres. Dos días después, Cabrera insistió en un nuevo ataque desde Utiel, que fracasó.
Cuartel de sombras
Las acciones de marzo intensificaron el cerco a Requena. El 19, nueve milicianos isabelinos murieron cerca de la Fuente de Reinas. Cabrera se retiró a la huerta valenciana, pero Forcadell, huyendo de Murcia con botín, pasó por Utiel en tormenta. Estas incursiones causaron indefensión en aldeas, con requisas de acémilas que paralizaron el transporte de mosto y grano.
Julio trajo más desmanes. Partidas de Sancho, Tallada y Peinado eludieron persecuciones isabelinas. En Venta del Moro, desarmaron y apalearon nacionales, estableciendo portazgos en atalayas de Contreras. Estos peajes interrumpieron la arriería, el flujo vital de bienes agrícolas, incluyendo el vino utielano destinado a mercados valencianos.
La población utielana, mayoritariamente isabelina, organizó milicias. En noviembre, el Ayuntamiento solicitó cartuchos a València, alegando servicios prestados. Las facciones carlistas, sin embargo, entraban y salían a su antojo, exigiendo raciones y amenazando a vecinos pudientes.
Peinado, Vizcarro y El Puli, natural de Utiel, lideraban estas bandas. Cometían fechorías que generaban pánico: alcaldes y concejales huían, dejando el municipio en caos. La economía local, dependiente de la vid, se resintió por el saqueo de recursos agropecuarios y la interrupción del comercio.
Dependiente de la vid, la economía local se resintió por el saqueo de recursos agropecuarios y la interrupción del comercio
Irrupción en Venta del Moro
El 25 de noviembre de 1837, ocho facciosos irrumpieron en Venta del Moro. Exigieron al alcalde ochenta raciones, sesenta camisas y 12.000 reales. Robaron y estropearon casas, amenazando con degollar a la familia del alcalde, al cura y otros si no cumplían. El alcalde, analfabeto, recibió el oficio y huyó con el cura para acatar la demanda.
Este episodio, documentado en actas parroquiales, ilustra el terror impuesto. Las requisas agotaron la riqueza local: raciones de pan, carne y vino provenían de viñedos y huertos utielanos. La viticultura, pilar de la comarca, vio mermada su producción por el desvío forzoso de cosechas a las bandas armadas.
La guerra carlista exacerbó la pobreza en Utiel. Saqueos y extorsiones calamitosas interrumpieron el suministro de alimentos y transporte. Bodegas familiares, guardianas de la Bobal temprana, enfrentaron pérdidas directas: barriles requisados para las tropas, jornaleros reclutados o huidos.
En diciembre, las columnas isabelinas de San Miguel barrieron la zona. Pernoctaron en Campillos de Paravientos, retenidas por lluvias torrenciales. La población utielana atendió sus necesidades, pero el temporal simbolizó el agotamiento general: campos anegados, viñas expuestas al pillaje.
Aquellos saqueos forzaron innovaciones y Utiel emergió fortalecida
Heridas en la Vid
El impacto económico perduró. La interrupción de la arriería elevó precios del mosto, afectando exportaciones a Grao. Historiadores locales, como José Luis Martínez en su obra de 2017, detallan cómo estas acciones retrasaron la expansión vitivinícola utielana hasta la década de 1840.
Archivos militares registran que Utiel suministró raciones a isabelinos, pero las facciones carlistas drenaron recursos equivalentes. Familias enteras migraron temporalmente, dejando surcos incultos. La milicia local, armada con fusiles prestados, defendió plazas como la Iglesia de la Asunción.
La incursión de 1837 no fue aislada, sino eslabón en una cadena de violencia. Cabrera y sus lugartenientes, operando desde Utiel, convirtieron la meseta en tablero de ajedrez bélico. Pero la vid utielana, tenaz como el suelo calcáreo, brotó de nuevo, tejiendo la Denominación de Origen actual.
La población utielana, mayoritariamente isabelina, organizó milicias
El vino perdura
En catas otoñales, se evoca ese mosto requisado: tinto robusto que sobrevivió al caos. Utiel, testigo de lealtades divididas, honra a sus milicianos isabelinos. La historia, como un barril envejecido, destila lecciones de unidad ante la adversidad.
El legado carlista en Utiel radica en la memoria colectiva. Documentos del Archivo Municipal preservan testimonios: curas exiliados, alcaldes aterrorizados. Estas páginas, amarillentas por el tiempo, narran no solo batallas, sino el pulso de una comunidad agraviada.
En la memoria
Noviembre, mes de nieblas en la Plana, invita a reflexionar. La irrupción del 25 de noviembre 1837, con sus demandas implacables, subraya el costo humano de la guerra. En Venta del Moro, lápidas del siglo XIX guardan nombres de víctimas silenciadas.
Utiel emergió fortalecida. La viticultura, golpeada pero no quebrada, impulsó la economía postbélica. Cooperativas nacientes en 1840 canalizaron el renacer de la Bobal, exportando a puertos lejanos. Aquel saqueo forzó innovaciones: pozos de guarda para mosto, lejos de ojos armados.
Hoy, con 2025 trayendo ecos de desastres recientes como la dana, recordamos 1837. La resiliencia utielana, forjada en carlismos y riadas, une generaciones.




















