Entrevista > Mireia García Escriche / Secretaria de Proyecto Ontupaia (Benetússer, 11-julio-1985)
Proyecto Ontupaia nació hace ocho años con una misión clara: transformar la realidad educativa en uno de los barrios más pobres de Mozambique. Lo que comenzó con un viaje de voluntariado de tres amigas se ha convertido en una asociación sólida con base en Alfafar.
Hablamos con Mireia García, secretaria de la organización, sobre cómo la solidaridad de nuestra comarca está cambiando vidas a miles de kilómetros y cómo la reciente experiencia de la dana ha resignificado su labor.
¿Cómo surge la iniciativa de poner en marcha este proyecto en 2017?
Todo comenzó ese verano, cuando tres amigas decidimos hacer un voluntariado en Mozambique. Ya habíamos estado en Latinoamérica y el norte de África, pero buscábamos una experiencia en el África más profunda. Fuimos a una misión de las Hijas de la Caridad en la ciudad de Nacala, concretamente en el barrio de Ontupaia.
¿Sentisteis la necesidad de hacer algo?
Exacto. Ya en el avión de vuelta pensamos que teníamos que hacer algo. No podía ser que tuvieran esas ganas de dejarse la piel trabajando y carecieran de medios. Su mayor urgencia era que las escuelas eran de barro y techos de caña, en época de lluvias se venían abajo.
De esa necesidad nació el primer objetivo: la construcción.
Ellos nos decían que lo primero era construir bien esas escuelas. Nosotras prometimos intentar mover a la gente para conseguir dinero, quizás para una sola escuela. Pero a la vuelta, gracias a actividades y una iniciativa en Toys‘R’Us, en dos meses logramos el dinero para construir las nueve escuelas que tenían. Fue un subidón ver que la gente quería ayudar.
«Estamos pagando los estudios de enfermería a un chico de Ontupaia que conocemos desde niño»
¿Cómo se convierte esta iniciativa en una ONG propia?
Decidimos organizarnos y seguir adelante como asociación. A partir de ahí, cada verano se han sumado más jóvenes de Alfafar, de los pueblos de alrededor e incluso alumnos de mi colegio al cumplir los dieciocho años. Empezamos a crecer, hicimos campaña de socios y la respuesta fue muy buena.
Mantener el vínculo desde la distancia no debe ser sencillo. ¿Cómo gestionáis el día a día con las Hijas de la Caridad?
Hoy en día, gracias a las redes sociales y WhatsApp, el contacto es semanal e incluso diario si hay proyectos en marcha. Ellas están al pie del cañón y conocen la realidad, así que les preguntamos qué necesitan cada año. Además, aprovechamos el mes que pasamos allí en verano para reunirnos, visitar los proyectos y planificar.
Hablemos de los logros. Además de las nueve escuelas, ¿qué otras mejoras habéis conseguido en estos ocho años?
Hemos crecido bastante. Las escuelas, que eran de adobe, las hicimos de bloques y luego las pintamos. También encargamos mesas y sillas a un artesano del barrio, algo enorme para él. Durante la pandemia, mediante un crowdfunding, construimos letrinas en cada escuela porque no tenían baños.
«Hay tanto por hacer que no sabes por dónde empezar»
¿Vuestra intervención se ha ido ampliando a otros sectores educativos?
También colaboramos en la escuela de primaria de Ontupaia, que tiene unos 3.000 alumnos, renovando baños y pintando aulas. Además, las hermanas nos pidieron ayuda para otras misiones. En el sur, cerca de Maputo, hemos conseguido reabrir una escuela infantil pagando a los profesores y renovando pupitres en otra misión.
Incluso habéis dado el salto a la ayuda individualizada con becas.
Es lo último que hemos hecho. Estamos pagando los estudios de enfermería a un chico de Ontupaia que conocemos desde niño. Acabó la secundaria y quería ir a la universidad, así que gracias a los socios lo estamos financiando.
Ante tantas carencias, ¿resulta difícil priorizar dónde destinar los fondos?
Mucho, porque hay tanto por hacer que no sabes por dónde empezar. Siempre preguntamos a las hermanas cuál es la prioridad. A veces, si tenemos remanente, enviamos ayuda al centro de salud para alimentación de niños con desnutrición o enfermos de Sida. Es duro porque estando allí nos colapsamos, mucha gente pide ayuda y no llegamos a todos.
«Nos llamó mucho la atención ver cómo trabajaban los profesores sin tener prácticamente ningún recurso»
¿Con qué apoyo social contáis actualmente en la asociación?
Ahora mismo rondamos los cuarenta socios. Pagan una cuota anual muy bajita, de veinte euros. Aparte, recibimos donativos puntuales, sobre todo en Navidad o cuando saben que viajamos. También buscamos subvenciones continuamente y vendemos productos como calendarios o artesanía con telas africanas que traemos de allí.
¿Dónde pueden encontraros aquellos que quieran participar?
Nuestra sede habitual para actividades es la parroquia de Alfafar, que nos cede sus locales. También hacemos cosas en el parque de las Palmeras con permiso del Ayuntamiento. Lo mejor para contactarnos es a través de nuestras redes sociales o por correo electrónico.
¿Qué mensaje enviarías a la gente para animarla a colaborar, especialmente en este momento?
Creo que ahora, tras haber vivido la dana, lo entendemos mejor que nunca. Hemos sabido lo que es estar sin luz ni agua y necesitar ayuda externa para salir adelante. Igual que agradecemos a quienes vinieron a ayudarnos, nosotros estamos en deuda con quienes viven esa situación siempre. Aunque la aportación sea pequeña, o simplemente compartiendo lo que hacemos en redes, ya se está ayudando mucho.


















