Francisco Martínez y Martínez nació en Altea en 1866, en una época en la que la modernidad apenas comenzaba a asomar entre campos, redes de pesca y callejuelas encaladas, y el turismo era un sintagma que pocos habían llegado siquiera a escuchar.
La voz de un pueblo
Como tantos alteanos de finales del siglo XIX, creció rodeado de una tradición oral tan rica como frágil, un patrimonio cultural transmitido de voz en voz que corría el peligro de desaparecer para siempre. Esa sensibilidad hacia lo que podía perderse fue, precisamente, la brújula que marcaría toda su vida.
Desde muy joven mostró un interés poco habitual por los relatos populares, las costumbres locales y la historia menuda que sus mayores narraban al abrigo de las noches de invierno. No tardó en convertirse en uno de los personajes más respetados del panorama cultural de la Comunitat Valenciana, no solo por su dedicación al estudio, sino por su compromiso con el pueblo que le vio crecer.
Recorrió comarcas enteras documentando relatos, canciones y costumbres
Juez dedicado a la cultura
Martínez y Martínez ejerció como juez municipal en Altea durante buena parte de su vida adulta. Fue un cargo que desempeñó con sobriedad, rigor y un profundo sentido del servicio público. Sin embargo, quienes lo conocían sabían que, detrás del magistrado, latía un investigador incansable. Tras sus horas en el juzgado, volvía a sus cuadernos, documentos y manuscritos, decidido a reconstruir la memoria colectiva de su tierra.
A diferencia de otros estudiosos de su época, que centraban su trabajo en las grandes gestas y en los personajes ilustres, Francisco Martínez y Martínez miró hacia lo cotidiano, hacia lo que realmente definía a un pueblo: sus canciones, sus refranes, sus fiestas, su modo de hablar y hasta sus supersticiones. Su interés por lo popular fue, en cierto modo, adelantado a su tiempo.
Con sus investigaciones recorrió comarcas enteras, entrevistándose con ancianos, copiando manuscritos y transcribiendo relatos que, sin su intervención, se habrían diluido en la memoria. Fue, en esencia, un ‘rescatador de voces’.
Fue un pionero en el estudio del folclore en la Comunitat Valenciana
Enamorado del Quijote
Uno de los aspectos más singulares de su biografía es su profunda devoción por El Quijote, la obra cumbre de la literatura universal. Martínez y Martínez no solo era un lector apasionado de la obra de Cervantes, sino un estudioso riguroso que dedicó numerosos escritos a analizar sus pasajes, su simbolismo y su reflejo social. Llegó incluso a convertirse en una autoridad reconocida dentro del cervantismo español de principios del siglo XX.
Su aproximación a la obra cervantina no era meramente literaria: veía en Don Quijote una representación del espíritu mediterráneo, de esa mezcla entre idealismo, terquedad y nobleza que también percibía en su propia tierra. Para él, el hidalgo manchego y el pueblo alteano compartían una misma esencia: la lucha diaria por preservar identidad y dignidad en un mundo que cambiaba demasiado rápido.
Su legado es indispensable para entender la historia cultural de Altea
Puente entre pasado y futuro
La obra de Martínez y Martínez, ampliamente citada por investigadores posteriores, tuvo un impacto decisivo en la recuperación del folclore y la historiografía local. Gracias a él se conservan numerosos testimonios que hoy forman parte del acervo cultural no solo de Altea, sino de toda la Marina Baixa y de la Comunitat Valenciana.
Su trabajo ayudó a fijar tradiciones que, poco después, comenzaron a transformarse o directamente desaparecieron. También contribuyó a impulsar una línea de estudio que ha sido fundamental para valorar la identidad cultural valenciana. En ese sentido, Francisco Martínez y Martínez fue un pionero, un adelantado que entendió que la modernidad no debía implicar renunciar a las raíces.
Falleció en 1946, dejando tras de sí un legado que continúa vivo. Hoy su nombre puede que no sea tan popular como el de otros intelectuales de su época, pero su influencia sigue presente en cada investigación sobre cultura popular, en cada recopilación de tradiciones orales y en cada esfuerzo por preservar lo que somos.
Un alteano imprescindible
Hablar de Francisco Martínez y Martínez es hablar de Altea: de sus calles encaladas, de la cadencia de sus historias, del empeño por no dejar que se pierdan las voces de los antepasados. Su figura se ha convertido en un símbolo del amor profundo por la tierra y por las pequeñas cosas que conforman la identidad de un pueblo.
En un momento en el que el patrimonio inmaterial está más amenazado que nunca por la uniformización cultural, su obra adquiere una vigencia extraordinaria. Fue un hombre que entendió, mejor que la mayoría, que conocer nuestro pasado es la única forma de caminar con firmeza hacia el futuro.





















