La vida de Perico Sambeat (Godella, València, 1962) está señalada por la música y más específicamente por el jazz, “sobre todo después de que mi hermano Antonio me regalara por mi catorce cumpleaños un disco de John Coltrane”, se sincera.
Fue simplemente el principio, porque como el propio Perico indica “el jazz -en diferentes ámbitos- ha estado conmigo toda la vida”. Antonio poco después, además, abrió el primer club de jazz de València, ‘Tres tristes tigres’, influyendo todavía más en el joven Perico.
Formado musicalmente en Barcelona, quiso marchar a Nueva York, la meca del jazz. A su regreso fusionó dos estilos que parecían antagonistas, jazz y flamenco: “no lo son, en absoluto”, nos aclara el también profesor de la sucursal de Berklee en València.
¿Tan pronto empezaste en la música?
Realmente sí, con seis años ya hacía piano. Fue mi primer contacto con un instrumento, aunque antes ya había recibido la vibración de la música. Recuerdo a los cuatro años maravillarme con el comediscos -una especie de tocadiscos portátil- que tenían mis hermanos mayores.
¿Después aprendiste de un modo autodidacta?
Empecé primero con la flauta, después con el saxo alto, antes de adquirir uno soprano, cuyas posiciones son parecidas a las de la flauta travesera. No parecía complicado, pero sí requería muchos años de estudio. Deseaba tocar jazz y me pasaba los días tocando los discos; así me pasé años y años.
Háblanos de tu etapa en Barcelona.
Fui junto a otros tres músicos jóvenes (Ramón Cardo, Eladio Reinón y Nacho Ros), porque en la Ciudad Condal estaba la única escuela de jazz de España. Sin embargo, el centro no resultó de nuestro agrado, le faltaba nivel, pero nos hablaron de otro bastante mejor, ‘Taller de Músics’, donde se produjo el colapso tremendo de nuestras cabezas.
«Veía el jazz como un lenguaje universal que podía aplicarse a distintas tendencias, soy muy ecléctico»
¿De qué modo continuó tu unión con el jazz?
Veía el jazz como un lenguaje universal que podía aplicarse a distintas tendencias (bop, post-bop, free…), soy muy ecléctico. Me apasionan muchos tipos de música y en todos intento poner mi voz.
¿Era el momento de ir a Nueva York?
Ese es un aspecto común en todos los músicos de jazz del planeta, porque es la meca y anhelamos ir allí en algún momento. Lo conseguí en 1990, tras muchos años solicitando ayudas.
Disfruté del alto nivel jazzístico, aunque pronto comprendí que la forma en la que entendía ese estilo era exactamente igual a la de los músicos jóvenes. También que en mi país había una nueva generación que no tenía nada que envidiarles.
¿Cómo surgió mezclar jazz y flamenco?
Creo que es parte del devenir natural en las músicas autóctonas de los países. En España se empezó a llevar a cabo muchos años antes, yo solo me subí al carro, debido a mi pasión por diferentes tipos de estilo, como decía. Tuve la suerte de tocar muchos años con Gerardo Núñez, un gran aprendizaje para mí.
¿Llegaron seguidamente tus mejores discos?
Es difícil decirlo, porque todos ellos están elaborados de una forma muy minuciosa y perfeccionista. Me he dejado el alma desde el primero hasta el último; no podría aseverar que ‘Perico’ (2001) es mejor que mi homenaje a Zappa.
No siento los discos como ristras de temas, a veces los concibo en forma de suite, como ‘Flamenco Bing Band’ (2008), exigente en todo instante, cuando lo escribo, lo arreglo, llamo a los músicos… Incluso al hacer la portada.
Has colaborado con grandes del flamenco.
Trabajar junto a Enrique Morente, fallecido en 2010, resultó una experiencia maravillosa. Era un alma libre y con él colaboré en mi primer acercamiento al flamenco, ‘Ademuz’, en 1995. Tenía un modo de concebir el mundo, hasta la política, muy liberal, coincidiendo conmigo; era un creador nato. Nuestra relación fue fabulosa desde el primer momento.
«En Nueva York comprendí que la forma en la que entendía el jazz era igual a la de los músicos jóvenes de allí»
¿También con Miguel Poveda?
Durante la creación de ‘Flamenco Big Band’, disco que me costó muchísimo de escribir, barajé la posibilidad de que lo cantara por dos razones, su talento para el cante y lo abierto de mente que es.
¿Qué sientes en un solo de saxo?
Se trata de un viaje de introspección muy personal y profundo, en el que estás tan concentrado que no puedes pensar en otra cosa. Sostienes un montón de decisiones, para que el solo quede orgánico, natural. Al acabar, aterrizas, no sabes ni dónde estás.
¿Eres un privilegiado?
Me siento muy afortunado, cada día doy gracias de poder vivir de lo que me gusta, ojalá hasta el final. También es verdad que he trabajado muchísimo, en Barcelona estaba obsesionado, todo el día en el estudio.
¿Tienes nuevos proyectos en marcha?
Está previsto un nuevo disco con CMS, ya grabado, un doble quinteto, que incluye uno de viento más clásico. Recientemente lanzamos otro con la Big Band de Matusinhos.




















