Al camino o entramado lo llaman de la casa de Plaza, finca colindante con la salina, laguna por temporadas y espíritu salobre la mayor parte del año, ahora en deseado proceso regenerativo. Conecta también, por ejemplo, con el Club de Aeromodelismo Vinalopó, que también orilla el intermitente humedal. Pues bien, el camino se cruza con la vereda, asfaltada, de la casa de Amat, y en dirección a la salina nos encontraremos con que la pequeña carretera corta, pero no sangra, el llamado acueducto de la Molineta, por esta zona acequia-puente a la que se le acentúa lo histórico plantándole un panel explicativo justo aquí.
El agua hay que traerla de donde se puede. Y el aún presentable acueducto de la casa de la Molineta (cabe inferir que de las de extraer agua), que conecta con la referida casa de Plaza, patentiza que Salinas no se quedó con los brazos cruzados para regar sus huertas. Al cabo, al menos hasta los cincuenta del pasado siglo, el sector agrícola, en especial almendra, oliva y uva, alimentaba al lugar (ahora bolsos y calzados inyectan caudales). Continúa, eso sí, escanciándose buen vino.
Fincas y arqueologías
Piedra, argamasa y ladrillo fueron las materias con las que aparece construido este sueño, para nada solitario. El XIX resultó especialmente pródigo en fincas de explotación agrícola, muchas vitivinícolas, que con la tecnología existente aprovechaban el líquido elemento que manaba, tras las lluvias, desde la circundante sierra de Salinas. Se dice que la expelían las montañas tan abundantemente que sólo herir la tierra con un apero conseguía que ésta sangrara agua con dadivosidad.
Los derredores de la ciudad resultan generosos en esta arqueología vivencial, a veces semiderruida o sólo señales del pasado, otras aún activa, viviendas habitadas o en venta. Nombres a retener, como los ya citados o casa Calpena, palacete rehabilitado por el Ayuntamiento para actividades recreativas y culturales: 16.000 m² bajo pinada, más piscina, deportes o barbacoa, y habitaciones con baño y aseo. El consistorio salinero devino salomónico: a las arqueologías de mayor interés, al margen de mayor o menor antigüedad, les plantó el consiguiente panel informativo, lo que permite, a poco que se tengan ganas u ocasión, un ilustrativo y vivo paseo por el tiempo, que comienza nada menos que con los íberos.
Precisamente en la Molineta se ubican restos de un asentamiento de tal cultura, y también comprobamos que hollaron el sitio los romanos. No muy lejos, en la sierra Altos de Don Pedro, hay vestigios de un poblado (El Puntal) de entre el V y el IV a.C.
La sal que quita y da vida
La demografía lo aclara: más de 200 personas conviviendo en 1609, comienzo de la expulsión de los moriscos (hasta 1613). Pero en 1794 sumaban únicamente 80. Luego, se reactivó el asunto: de las 1.440 de 1900 a las 1.620 según cuenteo de 2020. Antes, el desastre: la afluencia tras lluvia de las aguas endorreicas (sin salida a río o mar) consiguió que subiera notablemente el nivel de la salina el 30 de octubre de 1751. El caserío original migrará hasta el emplazamiento actual.
El saladar sufrió de un proceso de desecación antes de llegar el higienismo (del XIX: la enfermedad como fenómeno social), pero por idénticas razones: las fiebres tercianas, o sea la malaria o paludismo, arreciaron debido al mosquital subsiguiente. La inundación supuso la puntilla. Y atrás quedaron ecos del pasado, como el Lugar Viejo, con restos de la muralla o de la anterior iglesia.
Este lecho arcilloso (1.200 metros de longitud por 800 de anchura) trufado de sales producto de pretéritos evaporantes concederá una importante industria al municipio, de la que hay constancia (vasijas para transportar la sal) incluso desde tiempos griegos. Pero será en el pasado siglo, de los cuarenta hasta 1960, cuando opere la Fábrica de la Sal (no hay señalización: lo suyo es llegar al pasaje Casa Cuartel, y de ahí al de Casa Compañía, y ya paseo bajo el sol), cuyas ruinas, más canalería inactiva (y balsas, lavaderos…), ostentan ajada solera y panel explicativo de la obtención de sal por evaporación. Cuando vuelve el agua, ruppia marítima, juncias o juncos parecen revivir siquiera como un guiño vegetal al vuelo de palmípedos y zancudas. Y taray (tamarix, pino salado), almajo, barila o siempreviva azul.
La urbe y la sierra
Sosegada, abarcable, con algo de pueblo fronterizo al interior, Salinas se mantiene separada del humedal pero ojo avizor a la maleabilidad climática. Casas de una o pocas alturas y galáctico Auditorio Municipal. Al llegar desde el norte por la CV-830, flanqueados sucesivamente por los parques de La Rana (entre eucaliptos, olmos y pinos, el agosteño ‘Rock in Rana’) y Pared Civil, con polideportivo, nos encontramos con jardines ante las casas, porches o los inevitables pareados. Y el Museo Salinas Lugar Viejo. Y más parques (La Vereda, la pinada La Térmica).
En la plaza de España, dos obligadas arquitecturas. La iglesia de San Antonio Abad (fiestas en torno al 17 de enero; patronales a la Virgen del Rosario, sobre el 7 de octubre), iniciada con el traslado poblacional pero con torre del XX. Dentro, obras del pintor surrealista salinense Juan Gabriel Barceló (1929-1973). Aparte, Ayuntamiento sobre calle cubierta (paso del Arco) a la calle del Horno de Vidrio. Buena zona para degustar un arroz con magro y garbanzos, salsa de garbanzos o gazpacho salinero, más almendrados, rollos fritos o toñas.
Todo esto, donde el ecologismo se agarra al alma (así los simposios de Agroecología, Municipalismo y Desarrollo Rural), no existiría sin el telón de la sierra de Salinas, afloramiento prebético que comparten Murcia y Alicante. Coges el camino calle Rambla y, tras clarear chaletería y bancales, llegamos hasta la antigua ermita de San Isidro Labrador (hoy abandonada), relativamente próxima a las ruinas de un inacabado fortín e iniciada en 1755 (la moderna, de 1995, cerca del paraje Casa Biar, acoge una romería cada 15 de mayo). Acceso a villenenses vías ferratas de dificultad K2 (fácil), más senderismo y ciclismo entre pinos, romero, sabinas y tomillo. Y abundan los miradores para comprobar cómo esta enorme esponja caliza configura de forma tan peculiar la comarca.