En la única isla habitada de la Comunidad Valenciana eclosionan todos los matices de la Costa Blanca: desde su faro inmortal hasta sus callejuelas de cuento.
Qué tendrás Tabarca que siempre nos haces volver. Deben ser los secretos que solo custodian tus gaviotas, esas barcas que salpican el final de sus calles, o el aroma de su caldero fundiéndose con el horizonte.
Ubicada a 8 km de Santa Pola y a 22 km de la ciudad de Alicante, Tabarca es la suma de todas sus memorias: de los griegos y romanos que la bautizaron como Planesia y Planaria dada su disposición llana; los piratas barberiscos que asaltaban su costa para zarpar cargados de botines, o los refugiados genoveses de la isla tunecina de Tabarka que, tras ser rescatados por Carlos III y ubicados en esta isla, pasarían a ser la primera generación de Nueva Tabarca.
Una isla donde historia, folclore y Mediterráneo conviven por igual para convertirse en un oasis, en el perfecto refugio al que retirarse un fin de semana si estás de visita en la Costa Blanca.
El primer mandamiento a la hora de viajar a Tabarca consiste en reservar la embarcación que parte de Alicante o Santa Pola. Tras llegar y dejar las cosas en el hotel, sugerimos reservar en unos de los restaurantes donde se despliegan sus arroces y calderos de pescado para así recorrer tranquilos el resto de la isla sin preocuparse por la comida.
Tabarca es una isla donde el tiempo se detiene, flanqueado por los restos de sus murallas, sus escasas callejuelas donde algunos vecinos aún toman la fresca, y la buganvilla que envuelve balcones centenarios. Las barcas volcadas entre las pitas, el azul que se deja encontrar al final de las calles como el mejor espía, y el costumbrismo que inunda sus miradores y casitas de colores.
Tabarca se divide en dos extremos muy marcados que invitan a diferentes experiencias: el occidental descubre el pequeño pueblecito de San Pedro y San Pablo, moldeado por los vientos mediterráneos. Tras pasear por las callejuelas puedes asomarte a algunas de sus pequeñas calas y practicar esnórquel entre la posidonia que confirma el potencial de la primera Reserva Marina de España, designada en 1986. De hecho, en zonas como el islote de La Galera podrás descubrir caballitos de mar y peces como la dorada o el mero.
A la hora de secarte, nada mejor que sentarse a contemplar el islote de La Cantera y comprender la historia de este trocito de tierra de cuya piedra se extraía el material para construir los ventanales en forma de flor de lis de sus casas, todo un emblema arquitectónico de la provincia de Alicante. Y perderse por las calles hasta reconocer la cúpula de la Iglesia de San Pedro y San Pablo, hasta acceder a la fortificación por uno de sus tres accesos.
Un fin de semana en Tabarca gira en torno a los azules y las rocas, la posidonia y las gaviotas pero, también, el placer de sucumbir al caldero de Tabarca, elaborado con un caldo de morralla a base de pescado y arroz. El primero de diferentes platos que se despliegan en las mesas de sus restaurantes, como prolongación de una plaza del pueblo en la que poder sentarte para sucumbir a todos sus encantos.
Un fin de semana cuya segunda jornada puedes dedicar al extremo oriental de la isla, capaz de transportarte en tiempo y espacio. Un páramo se extiende ante ti y los agaves erosionados sirven de mejor soporte a las gaviotas. La Torre de San José, como el mejor espejismo, revela 200 años de silencio marcando la senda hasta el faro de Tabarca. Un icono construido en 1854 para poder avisar a los barcos que solían naufragar en la isla y que durante años sirvió como escuela de fareros. Hoy, el faro es utilizado como laboratorio biológico dadas las condiciones de la isla como Reserva Marina.
Una zona de la isla bordeada por calas de ensueño en las que sumergirse como el mejor secreto, nadar entre sus fondos de posidonia y fingir que te encuentras en cualquier otro lugar de la historia.
Porque un fin de semana en Tabarca puede ser suficiente para viajar a otras épocas. Para reconectar con las pequeñas cosas. Incluso, para descubrir que la provincia de Alicante podía caber en una sola isla.