Donde el mito confunde a la realidad
Era lo acostumbrado. Sacar sillas y mesa plegables del maletero, y la neverita portátil con refrescos, más capazos con patatibris, tortilla de patata, ensalada murciana, olivas gordales, pan y conejo en tomate. Y algo de postre. Luego, corretear entre pinadas, subir al monte más cercano al balneario de Aguas de Busot o Aigües por un zigzagueante camino muy deteriorado pero practicable, con fuente seca y bancos desterronados en el recorrido, mojar los pies en las refrescantes acequias con resbalosas algas o enfilar por el camino a lo de la Marquesa, donde las chumberas más o menos salvajes, y hacerse, si era época, con unos higos chumbos ya maduros.
Pero aquel día algo salió mal: el viento, seco, persistente y fuerte, golpeaba por la espalda hasta que, de pronto, enfiló de cara: espinas a contrapelo por doquier. Casi enfrente, la caseta del guarda del preventorio. Solía haber al menos dos: uno con malas pulgas y otro dicharachero. El que tocó entonces. Nos hizo entrar, nos practicó las primeras curas y se convirtió en cicerone para pasearse los intríngulis del lugar.
Aún se conservaban en buena parte los edificios auxiliares: escuelas y casetas para trabajadores aguantaban como podían. La piscina, viva pero expectante, estaba llena de un caldo verdoso que semejaba espeso. Lo espectacular se encontraba en el interior del edificio principal, ya vacío pero con las estancias aún intactas. Subimos la escalera, a las habitaciones donde hubo camas para la chavalería, y por un momento imaginamos risas y lloros, cuchicheos, quizá correteos.
De segregaciones y marqueses
Aigües perteneció a Alicante ciudad desde 1252 hasta su segregación en 1841. Queda, como recuerdo, el Cabeçó d’Or (que comparten Busot, Relleu y Xixona), el de las cuevas de Canelobre, cuyo pico aún es un exclave (territorio perteneciente a otro pero no unido físicamente con él) de la urbe capitalina. Las autoridades alicantinas de entonces resolvieron salomónicamente: por las cercanías (enlaza con Aigües por la CV-773 y, luego, la CV-775) también poseían la localidad de Busot (3.207 habitantes en 2021), desde 1252 hasta 1773. Su nombre, árabe, procede de Bisant y, después, Bisot, ‘lugar en el bosque’. Pues bien, aquí había aguas mineromedicinales: llamémosla Aguas de Busot (una interdependencia que no existió).
El 30 de noviembre de 1596 se concede la explotación del área como zona termal, pero el preventorio tardará en llegar. Los legajos nos hablan de que María Catalina de la Encarnación Canicia de Franchi (1800-1833), VI marquesa del Bosch de Arés y III condesa de Torrellano, adquiere unos antiguos baños en 1816, pero no será hasta 1838 cuando José de Rojas y Canicia de Franchi (1819-1888), IV conde de Casa Rojas, VII marqués del Bosch de Arés y IV conde de Torrellano, siembre el ajado establecimiento que conocemos ahora.
Así, el Hotel Miramar Estación de Invierno comienza a funcionar a todo lujo importado desde medio mundo, como los exóticos sanitarios ingleses. Será en 1936, a las puertas de la Guerra Civil, cuando el Estado adquiera el complejo como hospital para niños tuberculosos, un preventorio como el que funcionó desde 1926 a 1963 en Torremanzanas (La Torre de les Maçanes), también en la comarca de l’Alacantí (antiguo Campo de Alicante). Tras la conflagración, comenzó un abandono ya definitivo a finales de los sesenta, y que ahora el constructor Valentín Botella, presidente del Hércules CF entre 2004 y 2012, pretende revertir.
Espectros y fuentes legendarias
El edificio señera del municipio es hoy casi una cáscara solitaria, paraíso para cazadores de psicofonías y fantasmagorías varias que desde la población te aseguran que hasta ahora desconocían. Pasto además de visitantes que, en vez de practicar un ‘urbex’ (exploración urbana) respetuoso a la par que didáctico, tipo, por ejemplo, el de la ‘youtuber’ Kibara, se dedicaron al saqueo. Hoy, sus ya peligrosos interiores (comprenden incluso túneles) semejan mercado en hora punta.
Permanece abierta solo para caminantes la senda a la mansión (la finca Thador, La Torreta), bien conservada y desde 2019 con nuevos propietarios. La acompañan la ermita protagonista de la estival romería a la Virgen del Carmen y la hoy desvencijada fuente de la Cogolla, abrevadero quizá de míticos seres del que manó agua a 37’5º. Pero vayamos ahora al núcleo poblacional, de activa concejalía de Medio Ambiente y abundantes trazas rústicas en su meollo urbano, rezumante de una chaletería en parte escondida entre arrugas orográficas.
Urbanismo con lavaderos y torre
Urbanizaciones con fachadas coloridas y con azulejos, de sabor añejo, y un setentero edificio de apartamentos playeros que de alguna forma encaja bien allí, más veteranas plantas bajas, el moderno Mercado Municipal y una escuela de 1926, nos introducen en el núcleo poblacional, donde asientan buena parte de los 1.049 vecinos anotados en 2021. Antes de la bifurcación preventorio-ciudad, al polideportivo lo escolta el pino ‘Manolo’, 16 metros con solera más que centenaria.
Esta localidad que ha vivido, aparte del turismo (“Aigües sin médico cura, / botica aquí ni se nombra, bastan sus aires, sus aguas / y de sus pinos la sombra”), de una agricultura de secano (algarrobos, almendros, olivos) o alimentada por su alma acuosa (hortalizas, frutas), generando una rica gastronomía de mar y montaña (arroz con conejo y caracoles, olleta con verduras, ‘pericana’, ‘borreta’, encurtidos y embutidos…), ofrece un perfil urbanístico rural, de pocas alturas salvo algún edificio desafiante.
La vida ciudadana en esta antigua alquería agarena posee un importante punto de reunión en la plaza de la iglesia parroquial (desde 1755) de San Francisco de Asís, con reloj del campanario (de las dos torres, la de remate metálico) de 1896, con cúpula y retablo con lienzo del XVIII. En febrero, Carnestoltes del Feixcar; en agosto, patronales de Moros y Cristianos. En una orilla urbana, el lavadero de la Font del Rasparet (Gasparet, te corrigen a pie de calle), de finales del XIX (con fuente de 1876).
Adjunto, un cerro también poblado, con las viviendas más antiguas aigüeras. Pintoresco ascenso que se puede en parte en automóvil, pero mejor andar. En lo alto, la torre del Castillo, del XIV, Bien de Interés Cultural en 1986 y mirador de montaña, pinadas y la franja campellero-vilera de la Costa Blanca. Todo un mar.