Festejos como los de las Carasses de Petrer, desde el dieciséis, no solo semejan bien antiguos: lo son. Quizá se gestaron en la Edad Media, como pincelada pagana bajo el peso de la religión cristiana de la época, según unos estudios; para otros, se iniciaron aún antes del Medievo y fueron adoptadas por este cuando supo asumirlas vía religiosa. Pero los registros aportan también otras fechas.
El arranque generalmente consignado de las Carasses es en 1830, al quedar inscritas en el programa oficial de los actos dedicados al segundo centenario de las fiestas de Petrer dedicadas a la Virgen del Remedio. Ese año, además, procesionaban el siete de octubre las imágenes de la patrona más las de San Bartolomé y San Bonifacio. Y apoyaban los Moros y Cristianos, que arrancan como soldadescas en 1614, pero se oficializan el doce de mayo de mayo de 1822.
Un pasado más remoto
Aunque nuevos apuntes históricos nos retrotraen hasta tiempos más pretéritos. Así, las danzas de las Carasses quedan aquí asociadas al culto a la Virgen del Remedio desde 1681. La devoción arrancaba el siete de octubre del año 1630, al descubrirse la imagen tras el tabique de una sacristía gracias a la visión de un religioso. Y esta pincelada carnavalesca conseguía introducirse en las celebraciones.
Para cuando llegaron a Petrer, ya habían recorrido un camino que nos lleva más atrás en el tiempo. Una ‘carassa’ (mueca) conlleva una careta (sean de tela o gasa pintadas, una máscara en suma) y, aquí desarrollado el asunto como danza, no deja de transportarnos hasta el mismo Medievo, posiblemente desde las mismas fuentes, anteriores al cristianismo, que iban a desarrollar los bailes carnavalescos.
Existen asociadas al culto a la Virgen del Remedio desde 1681
En otros lugares
Por estos pagos, ya en la misma Edad Media se comienzan a celebrar las ‘danses de tapats’. Y estos tapados iban a viajar por la orografía de la hoy Comunitat Valenciana. ¿La prueba? La cantidad de celebraciones semejantes que pueden rastrearse. Así, también se denominan Carasses en Castalla, a últimos de septiembre; en Màscares hay rodeando las Danses del Rei Moro, y en Agost, entre finales de diciembre y el uno de enero.
En la valenciana Ontinyent tocaban Botargues en Carnavales, aunque estos ‘tapats’ casi han quedado reducidos al ámbito escolar. Y, de nuevo en la provincia alicantina, Tapats en Ibi, en plenas fiestas invernales; Els Espies de Biar, por mayo; Mucarasses en Onil, abrileñas, y en Tibi en las Danses de Reixos, por enero. Por citar solo las que continúan presentes en el acervo folclórico de la Comunitat.
Provienen de las ‘danses de tapats’ de la Edad Media
La gran expulsión
¿Cómo llegaron hasta Petrer? La fecha a retener es 1609. Ese año Felipe III (1578-1621) decide expulsar de España a los moriscos, los musulmanes que habían sido cristianizados tras la pragmática de conversión forzosa dictada por los Reyes Católicos el 14 de febrero de 1502. Una pragmática era un ordenamiento monárquico (hablamos de las pronunciadas entre los siglos quince al diecinueve).
La población morisca, que en buena parte siguió practicando su religión en la intimidad, suponía prácticamente un buen cacho de los habitantes de la Península Ibérica. Su expulsión significó un gran vaciamiento del país, aparte de que Estado e Iglesia se hicieran cargo de los bienes no transportables, los inmuebles. En Petrer, como en otras muchas localidades, el desastre resultó mayúsculo.
Biar, Castalla y Onil aportaron la tradición
Tocaba repoblar
Por entonces, el municipio petrerí, perteneciente al condado de Elda (1577-1837), albergaba a 240 familias, de las que solo quedaron siete. Se aplicó, como en el resto de la actual provincia de Alicante, de la que marcharon más del cuarenta por ciento de sus naturales, unas reglas estrictas: solo se salvaban las familias donde él fuera cristiano viejo, sin antepasados musulmanes o judíos; si la cristiana vieja era ella, únicamente ella podía quedarse.
Un informe de 1613 alertaba de huertos sin labranza o almazaras secas, y de tantas otras cosas dejadas por la cultura muslime que dejaban al campo desvalido. Así que se aplicaron en lo de repoblar. Por aquí se recolonizó con las familias que llegaron aparte de localidades como Mutxamel o Xixona, desde la Foia de Castalla (Biar, Castalla y Onil sobre todo). Con ellas arribaban también, lógicamente, las costumbres.
Pasados occitanos
Las Carasses, según algunos autores, se habían extendido por el Levante posiblemente vía occitana, quizá gracias a las huestes del montpellerino Jaime I de Aragón (1208-1276). La prueba esgrimida es el triunfo de estas danzas también en Cataluña, como la celebrada a las puertas de la catedral de Barcelona, desde el siglo dieciséis.
Señalemos el carácter burlesco contra los sarracenos de muchas de ellas, que anteriormente solo poseían el ánimo de agradecer las cosechas.
Con su punto rural y otro urbano, irónicas, bromistas, en permanente juego con el público, quién soy, quién puedo ser; acompañadas siempre de ‘dolçaina i tabal’ y Bien Inmaterial de Relevancia Local desde el pasado marzo, las danzas de las Carasses, prohibidas en 1962 y recuperadas en 1979, continúan siendo hoy, después del confinamiento, un testimonio vivo de vericuetos antropológicos que arañan pasados muy pretéritos.