Todo el mundo sabía antaño que nada como una vasija fabricada con cuerno de unicornio para no envenenarte (si había toxinas, sudaba). Aunque en el siglo dieciocho demostraron que eran dientes de narval, cetáceo emparentado con la beluga. ¿Y qué tal un poco de polvo de bezoar (del persa ‘pâdzahr’, ‘antídoto’)? Pero eran bolos no digeridos en los estómagos e intestinos de rumiantes.
Pues bien, aquí en el cap i casal también contábamos con un curalotodo excepcional. Y no nos riamos; al contrario, pongámonos en la época: al cabo, surgían estas noticias, con los medios y entre las creencias de la época, por prueba y error. Así, a la Virgen de Campanar, homenajeada del dieciocho al diecinueve de este mes, se le rascaba la espalda de alabastro, magnífico contra los dolores cuando se tomaba diluido en agua.
Sulfato milagroso
Al generalmente translúcido alabastro, estrelleros e iluminados le han adjudicado desde la capacidad de purificar el alma hasta la de repeler tempestades, pero la función habitual fue la de material para estatuillas, copas o vasos, de ahí su nombre, que procede en primera instancia del griego ‘alabastros’, vasos sin asas. Este compuesto de sulfato de calcio posee muy poco sílice libre, al igual que en la calcita, la dolomita o el jade, así que poca toxicidad tendría.
El bebedizo se sumaba a la lista de milagros de una imagen aparecida en un barrio por otra parte milagroso en sí, con un casco histórico que bombea tranquilidad de población casi rural en medio del meollo urbano capitalino. La propia Virgen ya anota su ración de milagro con su propio hallazgo en una excavación, el domingo dieciocho o el lunes diecinueve (la opción más señalada) de febrero de 1596.
Decían que el alabastro de su espalda calmaba los dolores
Barrio con mucha historia
El Campanar como barriada (que a su vez preside el distrito con su nombre, que también incluye los barrios El Calvari, Les Tendetes y Sant Pau), habitó en la ribera izquierda del antiguo cauce del Turia. Ahora encara un complejo deportivo en el inmenso parque que acoge lo que fue río, al que saludan la estación de autobuses y un complejo comercial. Pero eso es su zona ultramoderna.
Hay que desplazarse hasta su núcleo histórico para encontrarnos con el dédalo muslime, el espíritu de las alquerías que en 1242 Jaume el Conqueridor (1208-1276) unificó (fue independiente desde 1836 hasta 1897). Y la Virgen encontrada tendría mucho que ver en su desarrollo.
El lugar fue independiente desde 1836 hasta 1897
La construcción del templo
Nuestra Señora de la Misericordia (1507) iba a transformarse, tras descubrirse la imagen, en Nuestra Señora de la Misericordia de Campanar, templo barroco (por las obras efectuadas en el diecisiete) con torre sembrada en 1741. No es este campanario, sin embargo, el que da nombre al barrio, que lo toma de ‘camp’, campo (hay quien aventura que de ‘camp anar’, ‘anar al camp’).
Pues ya teníamos los componentes del ungüento de los milagros, que ya no pararon. Y no solo por los vertidos en crónicas, como cuando su manto resucitó a un niño ahogado (además del río, el barrio creció entre acequias, las más importantes las de Mestalla y Rascaña). O cuando el gremio de heladeros la tomaron como patrona tras nevar en las montañas más cercanas al cap i casal.
Fue declarado Bien de Relevancia Local en 1992
El entorno singular
Quizá el principal, por otra parte el menos atribuido, fue la relativa conservación de su entorno (en realidad, buena parte de lo conservado pertenece a los comienzos del siglo veinte) en un clima deliciosamente ajeno a lo urbanita. Desde la plaza de l’Església, por ejemplo por la calle del Baró de Barxeta, después por Gravador Enguídanos, nos podemos introducir en un fácil pero reposado laberinto que ejerce de breve pero importante cortafuegos a lo metropolitano.
Pero lo taumatúrgico no se quedó solo en el patrimonio urbano, Bien de Relevancia Local desde 1992. La Mare de Déu de Campanar se reservó para sí el ser una de las pocas imágenes religiosas en la Comunitat Valenciana que salvaron el tipo durante la Guerra Civil. La patrona de la barriada, coronada canónicamente el veinticinco de abril de 1915, iba a seguir macerando unos festejos que hoy llegan más allá de las celebraciones iniciales.
Oropeles en familia
Sin embargo, el ambiente de pequeña población, el tú a tú a pie de calle, el ‘xé!’ y el ‘xé que bó!’ o el concepto mediterráneo de que familia o vecino (que casi es lo mismo) es quien venga allí se repiten uno y otro año, parones por fuerza mayor aparte, como la aún renqueante pandemia.
Además de la alborada y toda la lógica liturgia religiosa, incluida la procesión de la Virgen con su manto de oro, plata y raso (seda lustrosa), la civil ha ido aportando década a década gastronomía (sus paellas, sus raciones de ‘arròs amb fesols i naps’), el Mercat del Porrat de la Mare de Déu de Campanar, la Trobada d´Escoles de Folklore Valencià, el castillo final de fuegos artificiales. Siguen los milagros, sin necesidad de unicornios o piedras de bezoar.