Del canal-río al mirador de la Vega
Hay verdor en Bigastro, muchísimo más de lo que pudiera suponerse por su ubicación. Y una feraz huerta, milagro producido por el azarbe Mayor de Hurchillo (pedanía oriolana), que toma sus aguas directamente del río Segura, líquido elemento que nació en Santiago-Pontones (Jaén) y luego riega también Albacete y Murcia antes de vivificar la alicantina Vega Baja.
Este canal-río, que insufla vida (como ‘el reguerón’ fue conocido, cuando aportaba más caudal) pero también devastadoras inundaciones (el ‘zanjón de la muerte’ lo llamaron), conforma la arteria principal del corazón Segura (a cuya margen derecha se sitúa Bigastro), que bombea esta circulación acuosa. Incluso antaño movió molinos, como el harinero, para maíz, trigo y cebada, construido en 1770 y recogido en el escudo del municipio, aunque durante los sesenta del pasado siglo se desterronó por abandono, tras subastarse en 1843. De aquellos restos, no obstante, germinó un matadero municipal.
Las venas principales son sus acequias, como la veterana Alquibla (‘dirección’, por ejemplo, hacia la que rezan creyentes), sembrada ya a principios del XVIII, con la fundación de la localidad a cargo del Cabildo de Orihuela. De hecho, se trataba de una partida rural oriolana que abarcaba un ramillete de caseríos diseminados propiedad de un tal Tomás Pedrós, de biografía hoy decolorada por el tiempo, quien testará el 5 de marzo de 1683 a favor del citado Cabildo. Se creaba así la aldea de Lugar Nuevo de los Canónigos, a cuyo cargo quedó una generosa huerta en censo enfiteútico (arrendamiento) que acabará por segregarse, obteniendo carta puebla bien pronto, en 1701.
La siembra fértil
Se plantó lino. Y cáñamo. Se cosechan hoy cítricos y verduras. Hay ñoras. La huerta bigastrense o bigastreña, que combina dadivoso regadío y productivo secano, alimentó, nutre o sustentará por igual naranjos y limoneros que cereales y legumbres, almendros, algarrobos u olivos. Genera una rica gastronomía vegabajense, recia, sabrosa, de arroz tres ‘puñaos’, camarrojas con sardinas (relativamente cercanas, Guardamar o Torrevieja), cocido con pelotas, ‘cucurrones’ (agua, harina y sal) con trigo ‘picao’ o ‘guisao’ de caracoles rubricados por ‘almendraos’, dulce de membrillo, soplillos o toñas. Una economía que, en lucha contra geopolíticas varias, también arropa industrias afines y del hogar. Y al turismo.
Curiosa sociedad la que iba a generar, con sus 7.130 habitantes censados en 2022 (1.257 de ellos, extranjeros; buena parte británicos). Salgamos de la autopista del Mediterráneo y enlacemos con la CV-920. Conforme nos acerquemos a la ciudad, mientras atravesamos un bulevar comercial, nos daremos de bruces con otra sorpresa: en medio de la planicie de la Vega Baja, ¡Bigastro no es llana! El cabezo (cerro) de los Pinos marcó su urbanismo. También salvó vidas, cuando el Segura se crecía, y se crece. Pero nosotros a lo nuestro: la avenida de la Libertad nos introducirá en la zona más urbanita de la localidad. Plantas bajas alternando con edificios de cuatro o cinco alturas más bajos. Tras cruzar la plaza de Ramón y Cajal, busquemos la plaza de la Constitución. Tenemos cita monumental que cubrir.
El Patrón omnipresente
La iglesia parroquial de Nuestra Señora de Belén, del XVIII, con campanario de techado verde y ventanas enrejadas, unida a un activo ayuntamiento en acciones como el Plan de Igualdad, se convierte en foco de las actividades sociales, como las festeras. Veamos: en su interior, una imagen dedicada a San Joaquín, patrón de la villa, que las guías atribuyen alegremente al murciano Francisco Salzillo (1707-1783), pero que en realidad es obra del valenciano Felipe Andreu (1757-1830). La fechaba en 1793, es una de las cumbres de la escultura barroca tardía y se basaba en una pintura de 1781 realizada por Luis Antonio Planes (1742-1821).
Al santo palestino (100 al 10 a.C.), padre de la Virgen María, aquí lo apodan cariñosamente ‘El Abuelo’ (“Abuelo insigne del redentor, y de Bigastro, excelso Patrón”), y las celebraciones en su honor eclipsan mediáticamente a cualquier otra (que las hay: Carnaval, Semana Santa…). Y música, mucha, en tierras de la Unión Musical de Bigastro (1987) y del militar y compositor Francisco Grau (1947-2019), a quien debemos los arreglos actuales (desde el 12 de octubre de 1997) del himno español.
La primera mitad de agosto, el municipio se enciende en fiestas: actividades infantiles, desfiles, barracas, jaraneo en la calle, procesiones, pasacalles como el del ‘Tío del tractor’, que reparte agua o botellines de cerveza por las calles. Por estas tierras, como los edificios de nueva factura, la modernidad deviene en motas que se sobreponen a un pasado celosamente conservado.
Pasado con huerta
Topónimo prerromano antes que musulmán, como en algún tiempo se supuso, sin nada que ver con, esta sí romana, la Bigastrum o Begastri excavada en el cabezo Roenas de la murciana Cehejín, el nombre de Bigastro ya asocia pretéritos que, en lo geológico, son totalmente acertados. ¿No habrán de despertar la curiosidad? Como sin duda lo hicieron para el científico autóctono, con investigaciones de resultados universales, Thomas Manuel Villanova Muñoz (1737-1802), astrónomo, botánico, farmacéutico, matemático, químico y puede que mil disciplinas más.
Bigastro asienta sobre tierras sembradas desde el plioceno, hace unos cinco millones de años, a las que les brotan lunares como los cabezos. El urbano no es el único con mirador, accesible en automóvil o andando: con ganas de ascender en pronunciada rampa, pillamos, desde la urbanita calle (con hechuras de avenida) General Bañuls (prolongación de la Mayor, y esta de la plaza de la Constitución), la calle Poeta Hidalgo Valero hacia arriba, acompañados por casas con jardín y el parque Santa Ana a nuestra derecha, y, sudorosos, llegamos: la arbolada terraza nos tocará a mano izquierda.
Tras la ciudad, el cerro de Bigastro también posee oteador: a un lado, la ciudad; al otro, huertas, balsas de buen tamaño, urbanizaciones y por dónde enlazar con otro mirador, otro más, el de La Pedrera, con zona recreativa, alojamientos rurales y ermita a San Isidro, inaugurada el 20 de mayo de 2006, de obra y madera, rodeada de pinos y olivos. Desde allí, qué menos que acercarse, en coche o sendereando, hasta la lámina de 1.272 hectáreas del oriolano embalse La Pedrera. ¿Quién dijo que en la Vega Baja no había agua?