El viento de Poniente, húmedo allá por las lejanas costas del oeste, se recalienta tras cruzar la meseta y peinar cereales en la inmensa llanura manchega. Cuando alcanza la feraz vega de Benferri, lo notamos cálido y seco. Bendición para las frías noches invernales, pero desplome sofocante cuando más aplasta el verano. En cambio, el viento de Levante, procedente del Mediterráneo, atemperado por pinadas guardamarencas y salinas torrevejenses o deslizado sobre el oriolano embalse de la Pedrera, aporta humedad, frescor, salvo cuando atesora temporales en el morral.
Así, sembrados y labrantíos, algunos regados por goteo, se extienden por buena parte de los 12,40 km² (1.240 hectáreas) de Benferri, que ya en 1970 dedicaba el 79,5% del mapa municipal al cultivo, 7,75 km² (775 hectáreas) de secano y 1,84 (184) de regadío. La localidad encaraba la primera década del siglo con 0,48 km² (48 hectáreas) dedicados a plantaciones herbáceas (hortalizas) y 7,29 (729) para leñosas (cítricos, frutales, olivos y vides).
Benferri o Beniferri (‘hijo’ o ‘partida de Ferri’) basa su día a día, como en muchas otras poblaciones de la Vega Baja, en la agricultura, cuyos terrenos drena la rambla de Favanella o Abanilla, curso bajo del Chícamo, afluente oficial del Segura que en realidad queda deglutido por las huertas benferrejas y oriolanas. En medio de un secarral, el municipio posee alma de agua.
De sierra a cabezo
El Chícamo nace a poco menos de 54 km de aquí, en Macisvenda, pedanía abanillera a tan solo cinco kilómetros del linde con la provincia alicantina y parecida, en morfología y quizá alma, a la pequeña ciudad alicantina. Pero hay diferencias: Macisvenda registraba 604 habitantes en 2022, frente a los 1.955 de Benferri; la localidad murciana se encuentra en alto, por la proximidad de la sierra de Barinas, y posee desniveles; mientras la vegabajense se encuentra allá abajo, en llano, a pesar de la contigüidad del cabezo de Lo Ros, compartido con Orihuela.
Entre ambas aspas en el mapa media un paisaje de trazos morfológicos y vegetales con gran parecido a los palestinos. Al Chícamo, que solo aporta caudal constante durante cinco kilómetros, le van, eso sí, las hortalizas (legumbres y verduras), que combina con álamos del Eúfrates (chopos de Elche), palmeras y carrizales, más, en lo herbáceo, esparto, romero o tomillo.
Benferri se convierte en una especie de Brigadoon (esa población mágica que ‘despierta’ cada centuria) entre mares de huerta. Antaño, hasta esta localidad delimitada por Orihuela, Granja de Rocamora y Redován, únicamente se llegaba por la carretera Orihuela-Abanilla, que cruzaba el municipio de norte a sur. Hogaño es casi igual, solo que ahora la llamamos CV-840, es más moderna y, además, podemos acceder a ella desde la Autovía del Mediterráneo.
Está bien señalizada: al llegar a una rotonda, si seguimos adelante, nos vamos a Abanilla tras pasar por otras poblaciones, como la siguiente parada, la pedanía oriolana de La Murada. Si viramos a la izquierda, nos saluda un paisaje urbano de viviendas de máximo tres alturas. Entre otras cosas, tenemos dos citas monumentales que cumplimentar. No nos demoremos, que hoy el sol pica.
Nobles pretéritos
El trazado callejero es sinuoso en las zonas veteranas, como si las casas hubiesen nacido a los bordes de viejos senderos de una ganadería sin apunte hoy en las guías. A la plaza de la Constitución la preside el edificio consistorial de última hornada (desde donde se gestionan iniciativas tan propias de un municipio rodeado de vegetales como EcoBenferri, para “disfrutar en verde”) y la acompañan márgenes algo arbolados y dos leones que pueden evocarnos el pasado noble de una villa que se gestó muslime para crecer luego alrededor de una torre del XIII.
El monarca valenciano Jaime II de Aragón, El Justo (1267-1327), concedía el lugar a los señores de Rocamora, que comenzarán a repoblarlo hacia 1494. Sera el séptimo señor de Benferri y de Puebla de Rocamora, el oriolano Jaime de Rocamora y López Varea (1530-1622), quien meses antes de su muerte iniciará la construcción de la población actual. 1622 fue también la fecha de la independencia de Benferri de la jurisdicción de Orihuela, tras haber obtenido la personalidad jurídica propia en 1619.
Y fue además el año en que terminó de construirse la iglesia parroquial, en estilo renacentista tardío, transmutando la torre original en campanario, según las crónicas, aunque bien es cierto que venía a sustituir a una ermita de 1470 en honor al apóstol Santiago el Mayor (5 a.C. – 44 d.C., patrón de España) que amenazaba ruina. El templo, iniciado en 1618, se dedicará a San Jerónimo (340-420), uno de los padres de la Iglesia católica, autor de la ‘Vulgata’ (‘para el pueblo’), la ‘Biblia’ en latín, y a quien los Rocamora profesaban gran fervor. Se encuentra casi al lado de la plaza, alcanzable desde los callejones del Marqués de Rafal o de la Iglesia.
Presenta un interior (tres naves, una central y dos laterales) luminoso, gracias a recursos como la cúpula rematada en una pequeña torre con vidrieras. Se llena de personas y abanicos durante las fiestas patronales, en septiembre, y en honor a la Virgen del Rosario, en octubre, cuando la población vuelve a demostrar que sabe disfrutar, vivir, sus calles.
Pitanzas con paseos
Vale, gocemos también, por ejemplo, saboreando la recia pero deliciosa gastronomía benferreja, presidida por el serrano arroz con conejo y el huertano cocido con pelotas. Incluso algo de comida internacional, importada por los residentes europeos (alemanes, franceses, ingleses, marroquíes, ucranianos…) que han ido aposentándose, año tras año, en el municipio.
Ahora, paseemos: quizá al parque (oficialmente, paraje) de nueva factura Vertiente, allá por donde soleaba la acequia del Bertenejo, con la galáctica capilla de la Cruz, para la romería de mayo, además de polideportivo y espacios infantiles. O nos vamos de naturaleza, al cabezo de Ros (que orgullosea la Cruz de Benferri), sendereando por una ruta que podemos iniciar en el barrio Cabezo, poco antes del de las Cuevas si vinimos por la CV-869 (que lleva a La Matanza, pedanía de la murciana Santomera). Allá abajo, el Chícamo, rambla de Abanilla, rugiente en ocasiones, agostado las más, vivificante siglo tras siglo.