Por estos pagos le echábamos arrestos. Nos conquistaron, sí, pero a qué precio. Al menos eso aseguran leyenda y crónicas. Lo cierto es que los romanos nos dejaron, aparte de las calles Salvador y dels Cavallers, que se corresponderían con el Cardo (orientación norte-sur) y el Decumano o Decumanus (este-oeste), el bautismo de Valentia Edetanorum (‘valor de los edetanos’).
Y aquí ya tenemos uno de los primeros intríngulis de la cuestión. El primer nombre que asociamos a la actual ‘València capitalina’, la metrópoli de los 792.492 habitantes en 2022. Empezó fuerte para la época: la fundación de la ciudad como emplazamiento romano, sobre una porción de tierra firme que ya estaba habitada, supuso la entrada de unas dos mil personas. Pero vayamos por partes en esto.
Íberos por doquier
Lo de los edetanos tiene su por qué. En aquel momento el Levante español estaba poblado por los norteños ilercavones (ibercavones, según algunas referencias; más o menos habitaban las provincias de Teruel, Tarragona y Castellón), los sureños contestanos (Alicante, Albacete y Murcia, más parte de València) y los centrados edetanos (casi dos terceras partes de la actual provincia valenciana y el cacho que queda de Castellón).
¿Razas ubérrimas? ¿Etnias asentadas? En realidad, hablamos de gentilicios, como hoy diríamos murcianos, alicantinos, valencianos, castellonenses, tarraconenses. Íbero definía la ubicación geográfica, edetano la acotaba aún más. Eso sí, despachemos inmediatamente la imagen mental de ‘tierras’. Cuando el 218 a.C., al controlar la poderosa colonia de Emporiae (Ampurias o Empúries), los romanos atracan en el hoy Mediterráneo patrio, por estos pagos, más que tierra, lo que encuentran es agua a mansalva.
El bautismo latino hace referencia al valor de sus primeros pobladores
Bahías de punta a punta
Lo que iba a ser con el tiempo València, en pleno llano o Pla, conformaba entonces una isla entre el mar y un espacio que llegó a abarcar unas 31.000 hectáreas (310 kilómetros cuadrados) que cubrían lo que hoy se conoce como el golfo de València. Tenemos ahora a la Albufera (21.120 hectáreas, 211,2 kilómetros cuadrados) como fluido vestigio de aquella época. En realidad, las ensenadas eran la tónica en buena parte del litoral levantino.
En lo que hoy es la Comunitat Valenciana, anotemos huellas pantanosas como el Prat de Cabanes-Torreblanca, la Marjal de Pego-Oliva, la laguna salina de Ifach, el ilicitano-crevillentí e interior Fondo y las santapoleras salinas (ambos parques naturales, junto al Clot de Galvany, nos hablan de lo que fue el Sinus Ilicitanus o golfo de Elche), las salinas de Torrelamata y Torrevieja…
Los árabes conservaron, adaptándola, el apelativo original
Mosquitos, romanos y árabes
¿Y si lo del valor venía por lo de la valentía de la población edetana al vivir entre mosquitos? No parece que molestasen mucho a las huestes del general y político Décimo Junio Bruto Galaico (180 a.C.-113 a.C.), quien obsequió a unos dos mil colonos el vivir en una ciudad que llegó a albergar un coliseo con capacidad para unos 10.000 espectadores.
Valentía no hizo sino crecer, en especial tras su segunda fundación, en el siglo I, tras ser desterronada en parte tras las guerras entre Cneo Pompeyo Magno, o simplemente Pompeyo (106 a.C.-48 a.C.), y Quinto Sertorio (122 a.C.-72 a.C.). Trascurridas décadas, hasta los árabes, que dominaron la ciudad del 714 al 1238, conservaron el nombre, al menos por lo fonético: Balansiya.
Desde 1917 se la escribe oficialmente en valenciano
La palabra se aposenta
Al entrar Jaume I (1208-1276) en València, en 1238, el nombre iba a triunfar igual. Valencia (en castellano sin acento) iba a extenderse incluso con la creación y desarrollo del Reino de Valencia (1238-1707), integrado en la Corona de Aragón (1164-1707, o desde 1035, si abarcamos la época en que se independiza el condado que se iba a convertir en el reino que gobernó e integró a los demás).
Abarcaba la Corona también los reinos de Cerdeña, Córcega, Mallorca, Nápoles y Sicilia, los ducados de Atenas y Neopatria (la griega Tesalia), más el condado de Barcelona. A principios del siglo XX, el Reino (Regne de València en lengua autóctona) se convertía, por impulso de la derecha regionalista, con el apoyo también de los intelectuales de izquierdas (más tarde, el mismísimo y suecano Joan Fuster, 1922-1992), en el País Valenciano o Valencià.
Nace la provincia
Con la división territorial de España de 1833, obra del político motrilero y afrancesado Javier de Burgos (1778-1848), al comienzo de la regencia de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1806-1878), entre 1833 y 1840, se crea la provincia valenciana, y esto nos deja un problema en los gentilicios: ¿si digo que soy valenciano, soy del País, de la provincia o de la capital?
Y ahí entra otro bautismo: ‘cap i casal’ (literalmente, cabeza y casa o casal, de las voces latinas ‘casa’, ‘choza’, o ‘casalia’, límites de una finca rústica). Esta denominación, que también recibe Barcelona, fue utilizada en realidad, a título administrativo, desde la época de Jaume I. Queda claro que será a partir de ahora cuando el nombre se afiance popularmente para tales asuntos, en una provincia y ciudad que desde 2017, recordémoslo, se escribe oficialmente en valenciano.