Hace sesenta años que el último farero que se hizo cargo de habitar, mantener y, sobre todo, encender cada tarde la linterna del Faro de l’Albir, hoy reconvertido en centro de interpretación, abandonó para siempre el que había sido su hogar y puesto de trabajo para poner rumbo a Cádiz, donde fue destinado después de que los destellos de esa luz que vela por la seguridad marítima en un extremo de la Serra Gelada fueran automatizados.
Se cumplen, además, once años desde su última visita. Fue entonces cuando Antonio Hurtado pisó por primera vez desde su partida (y última, al menos que se tenga constancia) aquel edificio blanco en el que, aseguró en ese momento, “me siento desubicado, no sé dónde estoy”. Y no era para menos, porque en ese antes al que se refería el farero, a los pies de su linterna, “no había más que campos”.
Tras pasar por el faro de l’Albir, Hurtado fue destinado a Cádiz y, posteriormente, a Tenerife
Un ‘cierrafaros’
No fue, en cualquier caso, el Faro de l’Albir el último que cerró Antonio Hurtado. O, mejor dicho, el último en el que asistió a la sustitución del hombre por la máquina en un primer paso (aunque eso, seguramente, ni lo sabía) de una revolución que ha llegado hasta nuestros días convertida en la inquietante sombra de la inteligencia artificial.
Hurtado, tras verse desterrado de esa cima en la que compartía exposición al Mediterráneo con las ruinas de la Torre Bombarda y de las minas de ocre (y tras su paso por Cádiz); aterrizó en la linterna de Punta de Teno (Tenerife), donde finalmente echó raíces y donde hoy en día siguen viviendo sus hijas, Loli y María.
El novato
Hace poco más de una década, Antonio Hurtado volvió a l’Albir invitado por la concejalía de Patrimonio Cultural de l’Alfàs del Pi, que dio con él y le pidió que participara en la elaboración de un documental que, estrenado en 2013, repasa la historia de uno de los puntos más emblemáticos (hoy en día, turísticos) del municipio.
En aquella visita, ya octogenario, Hurtado no había perdido del todo el inconfundible ceceo y no dejó de recordar anécdotas y vivencias de su estancia en ese mismo lugar a principios de la década de 1950, cuando fue destinado al faro de l’Albir “con las oposiciones recién aprobadas”.
Vivió la época de la automatización de los faros y también fue el último farero de Punta Teno
La luz del amor
Su historia en l’Albir podría haber sido una más de tantas. Otro relato de un tipo solitario y huraño, que es como cualquiera se imagina a un farero, de no haber sido porque, siendo tan joven, las cosas del querer también llamaban a su puerta… aunque para ello hubiera que ir y venir desde el faro a l’Alfàs a través de una senda que, ni mucho menos, era tan transitable como la actual.
Tanto es así que fue durante su estancia en ese primer destino cuando el farero gaditano conoció a su mujer, la alfasina Pepita Ripoll, en unas fiestas de l’Albir. No fue un amorío sencillo porque, recordaba Hurtado hace más de una década, “cuando me marché, aún no existía el actual camino del faro”, construido en 1961 “y sólo se accedía hasta él por una escarpada senda de caballos, portadores del petróleo con el que funcionaba la linterna”.
Siglo y medio de historia
Antonio Hurtado se convirtió, en 1958, en el último habitante de un edificio que, posteriormente, fue cayendo en el olvido y el desuso. Tanto es así que, para evitar actos vandálicos sobre su linterna, se acabó perimetrando el recinto con una valla y prohibiendo el paso a un lugar que parecía el perfecto escenario de una película de terror.
El Ayuntamiento de l’Alfàs del Pi lo recuperó y lo convirtió en un centro de interpretación relacionado con el Parc Natural de la Serra Gelada, dando así una nueva vida a una estructura que ha cumplido ya 160 años de vida y que sigue siendo fundamental para la seguridad de la navegación por la zona.
Visitó el faro por última vez en 2012 y murió en 2020 a los 93 años
Cuatro horas andando
Sus hijas, que no llegaron a conocer el faro alfasino porque nacieron ya en la etapa de Hurtado en Tenerife, recuerdan que a su padre “le gustaba mucho la tranquilidad, la naturaleza, se entretenía mucho con manualidades y siempre estaba enredado con cosas” y, además, aplauden a su madre, que es quien “tuvo que hacer el mayor, porque seguir a mi padre, con dos niñas pequeñas, sin luz y sin agua no fue sencillo”.
No lo conocieron, pero sí recuerdan las historias que sus padres, Antonio y Pepita, les contaron sobre sus andanzas en el faro y lo que costaba llegar a él desde ‘tierra firme’ por un sendero “que se tardaba unas cuatro horas en recorrer”.
Niñas privilegiadas
Loli y María saben lo que es crecer en un lugar tan particular como un faro y, desterrando tópicos, no dudan en asegurar que “fuimos unas auténticas privilegiadas por poder estar en un sitio maravilloso, pescar, bañarnos, hacer la comida… las noches eran una auténtica gozada”.
Todo, al fin y al cabo, recuerdos de un tiempo que no volverá y de personas (y personajes) que ya son parte del pasado, de la historia, de l’Alfàs del Pi y de l’Albir. Como Antonio Hurtado, que volvió hace once años a la que fue su casa y que dejó este mundo en 2020 a los 93 años, teniendo una cosa clara: “volvería a trabajar de farero”.