Siempre te queda la duda de si es planta, arbusto o árbol. Te lo topas en todas partes: en ocasiones apenas despunta del suelo, en otras, ya leñosa, inunda senderos, superando uno, tres o hasta cinco metros de altura. Pero más de una vez te tropiezas con árboles de hasta siete metros de largo que huelen a lentisco e incluso tienen sus mismos frutos.
Bien, también son lentiscos; dichos frutos (que, ojo, no son comestibles) y el aroma (a resina, como a trementina, pero con mejor dejo en la nariz) los delatan. Muy resistentes a los incendios, por su capacidad para rebrotar y hasta reverdecer, capaces de medrar por igual en suelos calizos que salinos, sueltos que pedregosos, se han convertido en habituales de toda la Comunitat Valenciana.
Del Mediterráneo al Atlántico
Se desconoce si el lentisco llegó (como especie invasiva adaptada hoy a la naturaleza autóctona y hasta simbiótica, colaborativa, con ella) o desde aquí se expandió. Se extiende por todo el área mediterránea europea, pero también por litorales norteafricanos y de Oriente Próximo. Las costas españolas, francesas, italianas o griegas asomadas al Mediterráneo comparten además esta planta con la Macaronesia (islas del Atlántico Norte, como las Canarias o las Azores).
‘La mata’ se ha ido extendiendo allá donde no abunden las heladas. En todo caso el lentisco (‘Pistacia lentiscus’, del mismo género que los pistachos y la misma familia que los anacardos), por repetición visual, nos permite acercarnos a la flora no arbórea recurrente al pasearnos por nuestra Comunitat, donde también veremos amapolas, aliagas, jaras, lavandas, salvias, tomillos…
Estamos en zonas de monte bajo y bosque mediterráneo
Bosques y matorrales
Quitémonos de la cabeza la imagen de la ardilla recorriéndose de árbol en árbol la península ibérica. Es verdad que la deforestación continúa siendo fuerte por estos pagos. También lo es que estos roedores, antaño, habrían tenido que hacer de tripas corazón en muchas zonas y bajar al peligroso suelo. España y Portugal son en su mayor parte zonas de monte bajo y bosque mediterráneo.
Aunque, especialmente al norte, nos toparemos con áreas de bosque caducifolio (de hoja caduca, que cae al llegar la estación correspondiente) y de vegetación de alta montaña, por aquí nos encontramos ante todo con durisilva (bosque y matorral mediterráneo), sotobosque (vegetación boscosa más cercana al suelo), generalmente poco tupido; abundancia de saladares y mucha maquia (formación vegetal mediterránea de especies perennes, matorrales…).
Del tomillo alicantino o cantueso murciano destilan un exitoso licor
Licores y medicinas
Nuestra vegetación, aunque no excluye en absoluto el bosque, en vez de la de alzar la vista, lo es de agachar miradas. Así, el cantueso menor o tomillo borriquero (‘Lavandula stoechas’), o también el tomillo alicantino o cantueso murciano (‘Thymus Moroderi’), del que en el valle del río Vinalopó destilan el exitoso licor Cantueso. Quizá el gastronómico y medicinal tomillo común (‘Thymus vulgaris’).
Además del infusionable rabo de gato o rabogato (‘Sideritis tragoriganum’), en el fondo un endemismo (prácticamente se da solo por estos pagos). Y otras matas del género ‘Lavandula’, el del cantueso, como los espliegos o las lavandas. O esas hierbas, las ‘Papaver’, cuyas rojas flores llamamos amapolas, aunque no abunda tanto, aseguran, la amapola real o adormidera (‘Papaver somniferum’), la del opio (‘opion’, jugo).
Las selváticas buganvillas se adaptaron a estos semiáridos lugares
Ládano no es láudano
También nos encontraremos por tierras de la Comunitat con distintos representantes del género ‘Cistus’, o sea, las jaras, como los matorrales que denominamos jaras pringosas o ládanos (‘Cistus ladanifer’), de donde se obtiene, por cierto, el aceite de ládano, antes usado como jarabe contra la tos y hoy utilizado en perfumería como fijador. Pero no lo confundamos con el láudano, extracto de opio o el bebedizo, básicamente de azafrán, opio y vino blanco.
En el terreno más arbustivo, reseñamos la espinosa aliaga (‘Genista scorpius’), conocida en otras zonas como ilaga, perteneciente a la amplia familia de las fabáceas o leguminosas, de fruto tóxico (lo utilizaban como purgante o vomitivo). Se usaba como leña, pero también tintó de amarillo los paños de lana de nuestros antecesores. En el campo, todos estos vegetales servían para algo. Al cabo, al ser en buena parte endémicos, vivían con nosotros siglos y siglos.
Vienen y van
Volvamos con lo del lentisco: ¿emigró, o sea, se fue, o inmigró, llegó? Según la segunda teoría, se adaptó, tejió relaciones de crecimiento y supervivencia con el entorno y este lo asumió como propio y por tanto como imprescindible, insustituible. En este caso, no fue la única planta en hacer eso. El desembarco de Cristóbal Colón (1451-1506) en el Nuevo Continente conllevó un trasiego que aquí se concretó con la adición de nuevas especies.
Como las buganvillas (un género en sí mismo, ‘Bougainvillea’), arbustos trepadores procedentes de los bosques húmedos sudamericanos, lo que no impidió que algunas de las dieciocho especies aceptadas se aclimataran a nuestras semiáridas tierras. De Mesoamérica (por donde se unen las dos Américas, Norte y Sur) vinieron las chumberas o nopales (‘Opuntia ficus-indica’), con sus deliciosos higos chumbos. ¿Y los mexicanos agaves, magueys o pitas, otro género, colonizando nuestras zonas costeras? Hoy, que estas tampoco nos las quiten.