Le venía de cuna. El padre del compositor e instrumentista villenense Ruperto Chapí Lorente (1851-1909) no era músico, sino nada menos que barbero sangrador (o sea, también ejercía como una suerte de médico para todo: extraía dientes, muelas y piedras del riñón, limpiaba oídos, aplicaba ventosas y sanguijuelas). Pero le gustaba mucho la música. No sabemos mucho más de la biografía del padre, José Chapí Pérez, salvo eso, que le gustaba mucho la música.
Posiblemente también al abuelo de Ruperto, quizá al bisabuelo. El caso es que a este quinto hijo (tuvo tres hermanos y cuatro hermanas, aunque dos de ellas fallecieron pronto), que sufrirá a los seis años, el 28 de octubre de 1857, con la pérdida de su madre, Nicolasa Lorente Puche, de poca biografía registrada, iba a ser uno de los grandes compositores de zarzuela. Porque al padre le gustaba la música.
El niño prodigio
La melomanía paterna, de hecho, llevó a que el chaval entrase con solo nueve años en la banda municipal villenense, que hunde sus raíces bastante más allá del siglo XIX (por tiempos del jovencísimo Chapí, la Banda Nueva, en oposición a la Banda Vieja; aunque este maremágnum se oficializará como Banda Municipal de Música de Villena desde el 5 de septiembre de 1922). En realidad, había empezado a estudiar solfeo.
Desde los seis años, según historias y leyendas en torno a su figura, fue José Chapí, el barbero sangrador, quien se encargó de impartirle las primeras lecciones musicales al niño prodigio. A los quince años, aseguran los cronicones, ya era director de orquesta. Cornetín, flautín, guitarra… Poco a poco, los instrumentos dejaban de tener secretos para él. El salto parecía a la vuelta de la esquina.
Entró con solo nueve años en la banda municipal
Un chiquillo de Villena
El xiquet (‘chiquet’, en valenciano de la época) de Villena, el ‘chiquillo’ de la castellanohablante Villena, se había hecho ya famoso por la provincia, que recorría como músico. Pero Chapí hijo, quizá alentado por su padre, tenía que probar otros aires para prosperar. Y en aquel tiempo prosperar suponía hacer las maletas y marchar hacia Madrid. Después de todo, desde el 25 de mayo de 1858, la línea ferroviaria Madrid-Alicante ya funcionaba, con parada en Villena.
El Madrid de aquella época tan centralizada se había convertido en tierra de promisión: si querías estar, ser, tocaba ir allí. No siempre se cumplía la ecuación; hubo gente que marchó y tuvo que volverse, o se diluyó en la capital del reino gobernado primero por la regente María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1806-1878) y desde 1902 por el monarca oficial, Alfonso XII (1886-1941).
Su primera ópera en la capital pinchó en taquilla
El ensanche madrileño
Los daguerrotipos (simplificando, las fotos de la época) nos muestran a un Madrid que se sacudía cualquier aspecto rural para comenzar a adoptar aires de gran urbe. A mediados del XIX la ciudad cobijaba a unos 250.000 habitantes que debían bregar en algo que era poco menos que una aldea enloquecida, de calles insalubres y estrechas. Aunque no salvaba todos los problemas (las epidemias de tuberculosis lo prueban), tocaba evolucionar.
El Canal de Isabel II, de acta fundacional en 1951, que evitó que la población madrileña tuviera que continuar sacando agua de unos pozos de aguas ya escasas o salitrosas, cuando no directamente emponzoñadas, y a partir de 1860 el ensanche de lo que devendría en metrópoli, estimularon un aumento poblacional con la consiguiente construcción de nuevos edificios de ocio.
Fallecido en 1909, su cuerpo retornaba a Villena en 2003
Decepcionantes comienzos
Ruperto Chapí acudía a la capital en el flujo de movimiento migratorio (o sea, inmigración cuando vienes, emigración al irte) que multiplicó a la población madrileña. Tierra de oportunidades, lo suyo era triunfar o retirarse. Y en el caso del villenense, en realidad, estuvo a punto de fracasar del todo: sus primeros tarareos no acababan de cuajar.
Quien había compuesto su primera zarzuela a los doce años, ‘Estrella del bosque’ (1863), se vio obligado a dormir en parques y jardines. Actuaba como trompetista para el Teatro Novedades (1857-1928), entre otros trabajos, y estrenó otra zarzuela, ‘Abel y Caín’ (1871), con libreto del madrileño Salvador María Granés (1838-1911). Pinchó en taquilla.
Un título tras otro
Una ópera, ‘Las naves de Cortés’ (1874), con libreto del murciano Antonio Arnao (1828-1889), le permitía un pensionado en Roma que presagiaba un triunfo que, de nuevo en Madrid, produjo títulos como ‘La revoltosa’ (1897), con textos del madrileño José López Silva (1861-1925) y el gaditano Carlos Fernández Shaw (1865-1911), o ‘El puñao de rosas’ (1902), con libreto del alicantino Carlos Arniches (1866–1943) y el crevillentino Ramón Asencio Mas (1876-1917).
Chapí compuso también temas religiosos, más óperas, música de cámara y hasta temas para bandas de música. Casó en 1852, tuvo una nutrida prole (seis hijas y tres hijos), aupó las carreras de cuantos levantinos pudo y hasta fundó, en 1893, la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE). Una pulmonía se lo llevaba; enterrado en Madrid, su cuerpo iniciaba el retorno el 30 de marzo de 2003 a su tierra natal. El periplo había resultado tremendamente creativo.