Finales de junio de 1991. Puestos a descubrir cosas, allá por el barrio de El Carmen o amplios aledaños, una amiga que siempre conocía a alguien, a su vez amigo de otro que le habían contado algo, nos arrastraba a un exitoso local de copas en plan elegantón. Y mientras tomabas lo que tocase, escuchabas unos rugidos, y te aseguraban que sí, que en el local había tigres y leones.
Bueno, no te contaban, en tu maraña nocturna, que quizá repostabas alegría en cercana lejanía al zoo de Viveros, aquel que allí existió desde 1965 hasta 2007. El Carmen, al cabo, se había convertido ya en una zona de ocio típica (la Movida madrileña, irradiada desde el barrio de Malasaña y extendida a Chamberí, Chueca y Moncloa, marcó ‘oficialmente’ el modelo del ocio de madrugada).
Las zonas
El Carmen, como la logroñesa calle del Laurel o La Zona albaceteña, calle Concepción en cabeza, interpretó a su modo el modelo citado: además de la céntrica barriada y un buen cacho de la Ciudad Vieja, donde había de todo, desde establecimientos dedicados al punk o al reggae hasta los primeros locales llamados entonces ‘de ambiente’, otras áreas asumían la noche ‘canalla’.
Ese panorama era parecido al actual, aunque parte de los locales de entonces ya no existen y otros han sofisticado, en general, su oferta. Así, Ruzafa para la noche cultureta. O Aragón, Cánovas, Juan Llorens o la estudiantil avenida de Blasco Ibáñez. También la veraniega Malvarrosa. Luego, sumaría, por ejemplo, la noche de la Ciutat de les Arts i les Ciències, complejo inaugurado el 9 de junio de 1998.
Además de El Carmen, otros barrios asumían la noche ‘canalla’
Los comienzos
El arranque no fue muy distinto a otras partes, como por ejemplo con el Barrio (Casco Antiguo) alicantino. Alumnado universitario y personas relacionadas con la cultura y el espectáculo iban a participar, tras la muerte de Franco (1892-1975) y el comienzo de la finiquitación del franquismo (surgido en 1939, al terminar la Guerra Civil) como fuerza política predominante, en abrir el portón del ocio nocturno.
Alrededor del ‘cap i casal’ iba a crecer un saturnino anillo de discotecas, salpimentadas por buena parte del área metropolitana, que se conoció como la Ruta Destroy, del Bacalao o Bakalao, de la que ya hablamos en estas páginas; pero también la propia ciudad, como hemos visto, iba a generar sus propios espacios bulliciosos y noctámbulos. Y por supuesto, llegaban con buena música.
El jazz abrió la espita para iniciar la Movida valenciana
Toca jazz
El jazz, de origen afroamericano y nacido a finales del siglo XIX en la estadounidense Nueva Orleans, prendía con especial fuerza en el ‘cap i casal’ a partir de finales de los sesenta del pasado siglo y en especial a partir de la década posterior. Actuaciones en València como la de los estadounidenses Joe Morello (1928-2011), baterista, y Paul Desmond (1924-1977), saxofonista, en 1963 iban a sembrar afición.
Una serie de nombres autóctonos, antes del célebre Trío Valencia Jazz (1974), iban a conseguir que germinara lo plantado, como el compositor y pianista Jesús Glück (1941-2018), más tarde autor de bandas sonoras, como varias películas del madrileño José Luis Garci; o el saxofonista y director de banda, de Benetússer (l’Horta-Albufera), Liberto Benet (1938-1988). Hacía falta, pues, un local para consolidar esto.
Valencia fue pionera en el movimiento ‘clubbing’
En la calle Dalt
Pues bien, aunque la democracia participativa no iba a volver a España hasta 1978, ya en 1977 (casi a la par que Madrid) abría la espita, con permiso de la suecana discoteca Barraca, creada en 1965, o la Chivago River (luego Fontana), de finales de los setenta (en la carretera de Catadau a Benifaió, Ribera Alta), un local dedicado al jazz llamado, y volvemos a temas felinos, Tres Tristes Tigres.
Aunque cerró pronto, en 1979, esta cita situada en la plaza de Santa Cruz prendía, para muchos, la mecha del ocio nocturno valenciano. Se iban a sumar más nombres, como el Refugio, en la calle Dalt, precisamente sobre un antiguo refugio antiaéreo; o el punk Stones, en el mismo vial; más un sinfín que iban a convertirse en peregrinaje jaranero obligatorio. Algunos son hoy restaurantes, gastrobares y demás, pero otros sobrevivieron.
A la luna
Los nombres se solapan en una ciudad que para los cronicones se convertiría en pionera en España del llamado movimiento ‘clubbing’, a espejo del de Manchester, algo totalmente cierto en cuanto al movimiento de discoteca en discoteca para la ruta Destroy, aunque, como dijimos, el ir de pub en pub, o de un local urbano a otro, se foguease, con el formato actual, por el madrileño barrio de Malasaña. Digamos que la Movida valenciana se desarrolló paralelamente.
La lista de locales, ya dijimos, es inmensa, aunque algunos suenen en la memoria más. Aparte de los citados, ¿qué tal el Continental, El Forn, La Torna… o, por qué no, el Arena Auditorium? Y para coronar, aquellas citas (con cartel de Mique Beltrán) en la plaza de la Mare de Déu, ‘A la lluna de València’, de abril a octubre de 1985. Y en la cercana lejanía, vaya, tigres y leones rugiendo.