Lo asociamos a jubilados, cuyos respectivos ayuntamientos les han puesto las correspondientes pistas valladas y siempre bajo llave. También a los ingleses, rubicundos, felices, blancos, jugando a algo que sin duda gestaron por la época de Camelot o más atrás. Pero resulta que la petanca es francesa. ‘Pétanque’, palabra derivada de la expresión provenzal, occitana, ‘pès tancats’ (pies cerrados, o juntos).
Sin embargo, si alguien sueña con un glorioso pasado asociado a las conquistas de Jaume I (1208-1276), echemos siquiera un vaso de agua fría; aunque los historiadores aseguran que en su versión con bolas de barro ya existía entonces, la que aquí se juega no pudo llegar más que después de la oficial francesa, que arrancaba en 1901. Eso sí, se ha convertido ya en juego tradicional en la Comunitat Valenciana.
Incompletas definiciones
¿Pero qué podemos interpretar como juego tradicional? La definición habitual nos habla de aquellos transmitidos generacionalmente, de padres a hijos, muchas veces adscritos a una cultura local (y ese ‘local’ puede abarcar, por tamaño, muy diferentes áreas físicas). Aunque esta explicación, como todas, luce sus propias sombras. ¿Significa que los juegos llamémosles universales no son tradicionales? Lo son de un determinado lugar.
No obstante, aquí la definición nos regala otro matiz: además no han de requerir equipamiento especial. Ni existe en ellos la figura del jugador profesional. Bueno, visto así, la petanca se nos escapa; hay que adquirir o alquilar las bolas, las ‘petancas’, y la modalidad está a punto de ser olímpica, concretamente en los próximos Juegos, los de París 2024. Entonces, ¿qué pasa con la pelota valenciana?
La petanca será este año olímpica en París
Trinquetes universales
Cualquier consulta sobre juegos tradicionales lleva a este deporte que puede desarrollarse en frontón, en trinquete o en la calle, que ya practicaron los griegos y que llegó a la hoy Comunitat Valenciana con la Reconquista. Pero lo cierto es que ya goza de una semiprofesionalización cuanto menos, requiere de equipamiento y, sí, también enfila caminito a París 2024. Bien, ¿juegos populares? La chavalería sabe mucho de eso.
“¡Por mí y por mis compañeros!”. El escondite. “¡Churro, media manga, mangotero!”. Y hay que saltar estilo potro encima de quienes, en cuclillas apuntando a la pared, han hecho una fila apoyada en aquella persona que le haya tocado espalda con el muro. Tendrás que acercarte lo máximo posible a este. Retomemos lo de la universalidad; por estos pagos es ‘mangotero’, en otros manga entera.
El churro, media manga, mangotero, se practica hasta en América
Distintos nombres
Muchos de nuestros juegos tradicionales fueron extendiéndose. El churro, media manga, se llama en zonas del norte estadounidense ‘buck, buck’ (churro, churro), pero en México ‘el chinche de agua’, ‘chinchilagua’ o ‘burro montado’, y prácticamente se trata de la misma diversión con parecidas o idénticas reglas. ¿Y al pasar la barca le dijo el barquero que las niñas bonitas no pagan dinero?
A la cuerda saltan en todo el mundo. En la saga cinematográfica sobre Freddy Krueger, el asesino de los sueños, cantan mientras saltan: “uno, dos, Freddy viene por ti; tres, cuatro, cierra la puerta; cinco, seis, coge un crucifijo; siete, ocho, mantente despierto; nueve, diez, nunca más dormirás”. ¿Y las canicas? Quizá del Antiguo Egipto. ¿La peonza? Mesopotámica. ¿El ‘sambori’? La rayuela, de origen europeo.
Se nos da bien lanzar cosas fuera, como con las ‘birles’
Cartas con origen
La gradación, lo peculiar, viene con lo regional, independientemente de que el juego se generase allí o fuera; lo lúdico siempre deviene universal. En buena parte de la península, que estuvo bajo dominio occitano, con la Corona de Aragón (1164-1707), se extendió un juego llamado aquí de ‘les birles’. Las ‘birles’, ‘birlots’ o ‘motxos’ (‘bitlles’ en Cataluña) vienen a ser unos bolos de madera que hay que derribar. Lo dicho, universalidad.
Pero los niños se hacen grandes, mayores, ancianos, y quieren seguir jugando. Las cartas, los originalmente chinos naipes (de ‘naïf’, inocente, triunfo), continúan siendo la diversión principal, junto al dominó (‘las porras’), derivación china de los dados renombrada por los franceses a partir de la expresión ‘benedicāmus Domĭno’ (bendigamos al Señor). Puede ser. Juguemos al mus, del País Vasco (‘musu’, beso), o al chinchón, por la localidad del mismo nombre en la Comunidad de Madrid.
En la calle
¿Y por qué no al italiano tute, de ‘tutti’, todos (los reyes o los caballos)? O al andaluz cinquillo o ‘sinquillo’. Y no se nos da mal lanzar cosas en la calle, como con las ‘birles’. Así, intentemos tumbar a monedazos una madera, canuto o ‘canut’ (así se llama el asunto). O el ‘pic’ (una ramita) y la pala (un palo). También el ‘set i mig’, tirando chapas sobre una cuadrícula numerada pintada en el suelo.
Hay que conseguir, claro, clavar -o acercarse a- la cifra de siete y medio. ¿Y el ‘mort i pam’, muerte y palmo, donde tenemos que lanzar un hierro sin mover los pies de donde estuvo este? Abundan los de este cariz, infantiles, adultos. Versiones unos de los otros, adaptadas a la idiosincrasia del sitio. Quizá hasta alguno fue el original, pero ahora se ha expandido. Y desde luego, son populares y tradicionales.