Las ciudades del agua 50 | Principio: Concienciación social
Sobre la fuente de la plaza del Parador, en el Camp o Campo de Mirra, puede admirarse un mosaico de azulejos, obra de la veterana (1886) firma biarense Cerámica Artística Maestre, fechado en 1994. ¿Y qué muestra? En un tiempo pretérito, aunque aún reconozcamos el inmueble adjunto al Centre Civic i Social, dos campesinos parten. Uno comienza a montar a caballo, el otro se prepara para engancharle el carro Al fondo, tras un muro (la estructura de la hoy plazoleta era muy diferente), se observa el cerro de Les Penyetes (las peñitas) y, sobre él, la ermita de Sant Bertomeu (1917, levantada sobre una reconstrucción de 1654 del templo original, cuya cita más antigua es de 1566).
Una inmersión en el alma de una población hoy enjuta en habitantes (442 según censo de 2023, ¡aunque registró hasta 1.014 en 1910!) pero generosa en acontecimientos, de esos callados del día a día, pero también de los que festonan libros de historia. Esta comarca del Alto Vinalopó resulta especialmente famosa porque en sus fiestas mayores, año tras año, se representa, el 25 de agosto, el Tratado de Almizra, que, firmado el 26 de marzo de 1244 entre las Coronas de Aragón y Castilla, fijaba los límites del Reino de Valencia.
Muros historiadores
Antes de arribar a la historia, hagámoslo físicamente. Por ejemplo, desde la CV-81, que une la valenciana Ontinyent (Onteniente) con la murciana Yecla, pasando por la alicantina Villena. De allí, tomemos la avenida de Biar, cruzada por el camino Carrer (calle) Beneixama, para plantarnos casi en la plaza del Parador tras detenernos por el camino a admirar el pasado fabril del municipio, como con el molino a vapor plantado presidiendo una rotonda.
O la CV-7940 (“de acceso al Camp de Mirra”), que enlaza con la avenida de Villena para saludarnos desde la plaza de España, por donde la neoclásica iglesia de San Bertomeu, erigida entre 1820 y 1875, con torre de ladrillo y cúpula de tambor cubierta de tejas azules, o el Ayuntamiento. Un cuadro de azulejos colindante a la plaza nos cuenta en valenciano: “En el 750 aniversario del Tratado de Almirra, primera frontera del antiguo Reino de Valencia, nuestro pueblo recuerda fielmente su historia. Con el deseo de un futuro de paz y concordia. El Campet de Mirra, 25 de agosto de 1994, día de la representación del tratado”.
Heredera de una antigua alquería andalusí, hoy de fuerte sabor rural, con viviendas de dos, como mucho tres alturas, donde el ladrillo contemporáneo adopta ropajes chaleteros o pareados, la población es ahora pequeño remanso de paz que, en los veranos, celebra por todo lo alto pasado tan noble. Ubicada en el Vinalopó Alto, por el valle de Beneixama, linda con esta y Biar al este, al oeste con la Canyada o Cañada, al sur con esta y Biar y al norte con la valenciana Fontanars dels Alforins.
Huertas y fábricas
Está rodeada la población de huertas, de las secanas. Cereales, olivares, vides. También hortalizas, aunque esto sea más a título familiar, particular. En cuanto a lo del vino, antaño se instalaron bodegas y hasta alguna que otra almazara (las huellas de esto aún constituyen apreciables arqueologías, digamos, contemporáneas), bien es cierto que buena parte de las uvas eran enviadas a Villena para su transformación en bebidas alcohólicas. En la actualidad, Beneixama sustituye el papel villenense en bodegas y almazaras, aunque desde el Camp de Mirra te remiten a una cooperativa aceitera en la calle San Vicente, por donde el Horno La Molinera, según los azulejos.
También, y no solo en las rotondas, motean los paisajes huertano y urbano los recuerdos industriales. Aquí se fabricaron medicamentos y plásticos, y hasta despuntó la manufactura textil. Pero la emigración (migrantes porque se van) iniciada en las primeras décadas del pasado siglo hacia otras economías municipales no remó precisamente a favor. Esto acabó fraguando este oasis vital que cada año vivifica más tradiciones, además de escenificar el Tratado de Almizra o Almirra (el nombrecito no viene de la medicinal y bíblica resina llamada mirra, sino de ‘al-miṣrān’, las dos comarcas, o ‘al-mazra’a’, el cultivo, combinado con la denominación popular, valenciana, al lugar: el ‘camp’, campo, o ‘campet’, campito; uno de los gentilicios, además de mirrense, es ‘camper’).
Así, aquí, con vistas a la Semana Santa, se celebra la Salpassa (del latín ‘salis sparsio’, aspersión de sal), pero antes, el fin de semana entre Navidad y Nochevieja, la Festa dels Folls (fiesta de los locos). Y en pleno agosto, no nos olvidemos de los agasajos a los santos patrones, ‘Els Sants de la Pedra’ (los santos de la piedra, protectores contra el pedrisco), San Abdón y Senén, con Moros y Cristianos. Y con la representación, a cargo del propio vecindario, del tratado.
Allá en las alturas
Alegremos antes estómagos y almas con la buena gastronomía del Campet. Quizá una ‘perola d’arròs amb conill o pollastre, rovellons i xonetes’ (perola u olla de arroz con conejo o pollo, níscalos o robellones y caracoles), o unos ‘gaspatxos amb conill, rovellons, xonetes i pebrinella’ (gazpachos con conejo, robellones, caracoles y pebrella o pimentera). O postres como ‘rollets d’aiguardent’ (rollitos de aguardiente) y ‘pastisets de moniato’ (pastelitos de boniato o batata).
Si estamos en plenos festejos mayores para esta localidad que desde el XIII dependía de Biar, de Beneixama desde 1795 hasta 1836, y desde 1843 es municipio independiente, podremos asistir a la famosa representación que arrancaba en 1976 con libreto del biarense o biarut Francesc González Mollà (1906-1987), aunque desde 1981 se usa el del festero alcoyano Salvador Domènech Llorens (1929-1991).
El acontecer histórico se desarrolló en Les Penyetes, en el castillo del XIII, del que hoy quedan visitables restos, construido sobre un asentamiento de la Edad del Bronce (entre 1700 y el 1100 a.C.). Sobrevivió la torre del XIV, junto a la que se erigió el activo ermitorio. Desde allí, una panorámica nos muestra el milagro del Camp de Mirra, no muy lejos de un río Vinalopó estacionalmente paupérrimo, al que se conecta mediante las acequias Reg de Dalt (riego de arriba) y Reg de Baix (abajo), pero que, junto al ánima histórica, le insufla permanencia.