La letanía recitada en los templos clamaba: “¡Y del terror normando, libéranos, Señor!”. Los normandos, los vikingos, saqueaban las costas europeas con ahínco. Lo anterior solía recitarse en iglesias inglesas y alemanas. De aquellas incursiones llegaban ecos tan solo, hasta que los guerreros del norte decidieron bajar cada vez más y bordearon la península, primero por el Atlántico, luego por el Mediterráneo.
Así, entraron por Guardamar y, río Segura arriba, llegaron hasta Orihuela. Aunque la zona no era la misma que hoy: el Segura y el Vinalopó desembocaban en el Sinus Ilicitanus o golfo de Elche, que comenzó a formarse entre el 4.000 y el 3.000 a. C. y que no acabaría de ser deglutido por el paisaje hasta prácticamente el XIX. Los vikingos tenían el camino expedito.
Primeros ataques
En sus campañas no actuaban precisamente como querubines: practicaban feroces rapiñas que no dejaban piedra sobre piedra ni hierba sobre tierra. Aún faltarían años para que antropológicamente les descubriéramos las ricas cultura y folclore, su predemocrática organización sociopolítica, con los ‘thing’ o asambleas de hombres libres, y una notable artesanía. A nivel ‘mediático’, el asunto se había iniciado en el verano de 789.
Fue cuando amanecieron por el condado inglés de Dorset, al sur de Inglaterra, tres peculiares navíos procedentes de lo que después iba a conocerse como Noruega (la primera unificación de estas tribus-estado normandas no iba a llegar hasta el 872, bajo el liderazgo de Harald I, 850-933). Arramblaron con todo, y ese iba a ser ya su ‘modus operandi’. El mismo que desplegaron en su, llamémosla, campaña oriolana, en el 860.
Los normandos atacaron Orihuela en el año 860
Decrecientes metros cúbicos
¡El caso es que el Segura fue navegable! Claro que los vikingos, para eso, hacían trampa. Sus barcos, los ‘dakkar’, de poco calado (la parte de la nave sumergida; técnicamente, la distancia vertical entre un punto de la línea de flotación y la quilla: la columna vertebral de la embarcación, la pieza longitudinal desde donde nacen las cuadernas o costillas de la nao), además de ligeros, podían manejarse en aguas poco profundas.
La serpiente fluvial nacida en el municipio jienense de Santiago-Pontones muestra bien clara la imposibilidad manifiesta, hoy, para transmutar su recorrido de 325 kilómetros, con una superficie de cuenca de 14.936 kilómetros cuadrados (1.493.600 hectáreas), en un circuito navegable. Si a su paso por la localidad murciana de Cieza registra 26,3 metros cúbicos por segundo, en su desembocadura, por Guardamar, solo anota un metro cúbico. ¿Nos da para un ‘dakkar’?
Carlos proyectó la navegabilidad de los ríos españoles
Proyectos perdidos
Planes hubo. Algunos textos se atreven, pese a no existir registro fiable de ello, a adjudicarle un proyecto para hacerlo navegable a Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico (1500-1558), rey de España, Germania, Cerdeña, Italia (la de entonces, al norte peninsular; la unificación aconteció entre 1848 y 1871) y Sicilia. Siempre puede achacársele a la geopolítica. Fue la época de la guerra de las Germanías (1519-1523).
Lo cierto es que la única obra al respecto (y Carlos I fue generoso en dichos propósitos) que se concretó fue el canal de Castilla (1753-1849), iniciado mientras reinaba, de 1746 a 1759, Fernando VI (1713-1759), e inaugurado mientras gobernaba, de 1833 a 1868, Isabel II (1830-1904). El Segura proseguirá su ciclotímico proceder sin que se concrete ningún plan.
En 1969 se pensaba incluso hacer carreras de regatas
Con el trasvase
Muchos de ellos no pasarían de la chifladura interesada; un proyecto de estas características habría supuesto un buen pellizco monetario. Pero alguno de ellos ya tenía su fundamento. Eso sí, el intento de navegabilidad se trasladará no a Jaén o Albacete, ni siquiera Alicante (la Vega Baja), sino a la zona murciana, tanto en la Vega Alta (Abarán, Blanca, Cieza, Ojós) como en la Media (Alguazas, Ceutí, Las Torres de Cotillas, Molina de Segura, Lorquí).
Pero sobre todo en la propia Murcia ciudad. De esta forma, en 1969 la idea era la de que en el tramo capitalino hubiera puerto fluvial y hasta, según los dibujos conservados, regatas de remo. Se estaba materializando entonces el trasvase, gestado en 1922, resucitado en 1966 y concretado en 1979, y parece que todo el mundo se vino arriba esperando un maná acuoso.
Últimos planes
De todas formas, el proyecto se rescataba en 2016, con la intención de hacer navegable el Segura hasta Ojós. De nuevo, por ahora, ha quedado arrinconado. Queda así el caudal de las cuatro provincias una vez más privado de parecerse a sus hermanos sí navegables, como el Duero, el Guadalquivir, el Guadiana o el Tajo. Entonces, ¿nadie navegará el Segura? Siguiendo la estela de los vikingos, embarcaciones de poco calado.
Porque sí hay todavía pequeñas atracciones donde el caudal y las condiciones del agua lo permiten, y es posible ver botes de pescadores en veteranas imágenes del Segura a su paso por localidades como Rojales u Orihuela. ¿Y qué decir de la populosa marina guardamarenca, en la misma desembocadura del río? Eso sí, hoy los normandos tendrían que acarrear la embarcación al hombro si quisiesen llegar por río. No da para muchos saqueos.