El mercado o, como todavía llaman a esos edificios en no pocas regiones de España, ‘la plaza’, siempre fue un lugar de efervescencia vital en las ciudades y pueblos. Más allá de su objetivo principal, el de reunir en un solo sitio productos y servicios de toda índole para saciar las necesidades de la población, durante siglos los mercados fueron, además, el centro de la vida social de las comunidades a las que daban servicio.
Entre carniceros, fruteros, pescateros y profesionales de todo tipo y pelaje, los mercados también sirvieron como lugar en el que se impartía justicia, donde se dirimían los asuntos locales de importancia comunitaria, donde se transmitían las noticias llegadas de fuera o donde, en aquella romántica época de aventureros y descubridores, el común de los mortales accedía a nuevos alimentos y viandas que sólo crecían allende los mares.
Cambio en el siglo XX
La importancia capital de los mercados y plazas se mantuvo intacta hasta bien entrado el siglo XX. Fue entonces, especialmente después de la II Guerra Mundial (en España, por motivos históricos que a nadie se le escapan, aquello tardó un poco más en producirse), cuando la incorporación de la mujer al mercado laboral, la aparición de nuevos inventos como el plástico, la ‘democratización’ de las neveras eléctricas en los hogares o el desarrollo de los productos ultraprocesados y congelados, cuando el acto de llenar la despensa comenzó a desplazarse hacia otros lugares.
Enormes e impersonales grandes superficies, ubicadas casi siempre en las afueras de las ciudades, tomaron el relevo de colmados, ultramarinos y mercados en general. Allí, con la teórica comodidad de poder hacer la compra ‘para toda la semana’ se anteponía la cantidad a la calidad, y fue así como, explicado de forma muy gráfica, el tomate perdió el sabor del tomate.
El proyecto cuenta con una dotación presupuestaria de algo menos de 80.000 euros procedentes de fondos de la UE
Vuelta al origen
Sin embargo, como en aquellos tebeos de Astérix y Obélix, los mercados siempre estuvieron ahí, resistiendo rodeados de aquellos ‘locos romanos’ con sus pasillos infinitos, congeladores lineales, luces de colores y una oferta tan inabarcable como, muchas veces, estúpida.
Y así, llegados ya al siglo XXI, la sociedad fue dándose paulatinamente cuenta de la importancia que una buena alimentación tiene en la salud y, poco más tarde, de las muchas bondades que sobre muchos aspectos, como el medioambiente o la creación de empleo y riqueza, tiene lo que hemos convenido en llamar producto de kilómetro cero.
Ahora la iniciativa se encuentra en plena fase de licitación del proyecto
Modernizar la oferta
Un movimiento que, por motivos que todavía tienen que ser estudiados con un prisma mayor, se aceleró durante y después de la pandemia. Los mercados, quizás no tanto como antaño, pero sí de forma muy evidente, han recuperado el vigor perdido y son muchos los que, desandando el camino, han priorizado la calidad y la confianza con el vendedor sobre la (teórica) comodidad de la gran superficie.
Por su parte, las plazas, sus responsables, han sabido darse cuenta de que este puede ser el último tren para salvar su modelo y, por lo tanto, no han perdido el tiempo a la hora de transformar parte de esos negocios para amoldarse a las nuevas necesidades. Y eso, por supuesto, también ha implicado la llegada de las nuevas tecnologías a esos mercados tradicionales.
La mejora permitirá un control más adecuado de muchos parámetros del día a día del edificio
Fondos europeos
Un buen ejemplo de ello lo encontramos en el Mercado de Altea, que va a afrontar en breve un interesante proceso para convertirse en un edificio inteligente, gracias a un proyecto que cuenta con una dotación presupuestaria de poco menos de 80.000 euros (procedentes de fondos de la Unión Europea) y que se encuentra ya en fase de licitación.
Mediante esta iniciativa, se dotará al Mercat Municipal de todos los elementos físicos y tecnológicos para llevar al edificio a convertirse en un verdadero mercado del siglo XXI, permitiendo así una gestión mucho más eficiente gracias a que sus responsables podrán conocer, en tiempo real, el comportamiento de los clientes y, de esa manera, adaptarse de forma muy rápida a sus necesidades y exigencias.
Más servicios, misma esencia
A falta de conocer los detalles más concretos de esa transformación, algo que sucederá cuando se haya licitado el proyecto y, por lo tanto, se conozca la propuesta ganadora, los grandes objetivos que persigue esta modernización pasan por avanzar en el control del propio edificio, haciéndolo más sostenible gestionando de forma mucho más eficiente variables como la climatización, la iluminación o la calidad ambiental.
Además de eso, el constante monitoreo del aforo real del edificio, así como de muchos otros ítems relacionados con la ‘experiencia de cliente’, permitirán a la plaza de la Villa Blanca asemejarse un poco más, en ese sentido, a superficies más modernas; pero sin perder la esencia que ha devuelto la vitalidad a estos viejos modelos de negocio de proximidad.