Entrevista > Sandra Ferrández Penalva / Mezzosoprano
La cantante Sandra Ferrández Penalva vive un excelente momento profesional, “siempre mejorable”, y recuerda que sus inicios fueron vocacionales, “aunque con un notable trabajo detrás”. De hecho, el propio esfuerzo y tesón siempre han sido sus mejores aliados, en una carrera llena de sacrificios. “Es mi día a día, pero me compensa”.
Su registro es desde hace años el de mezzosoprano lírico: voz grave, con centro rico y agudos. “Es como una soprano lírica, pero con más cuerpo y más graves”, puntualiza. Entre los sueños que le quedan por cumplir, desea seguir cantando, “durante muchos años y, sobre todo, divertirme”.
Funciones no le faltan de cara a las próximas semanas: ‘Hansel & Gretel’, una ópera de Humperdinck -en el Real Teatro de Retiro-; ‘Rigoletto’, en el Marquina de Madrid; diversos recitales en el Castillo de Bellver, en Palma; y participación en el Festival de Valldemossa.
¿Cómo fueron tus inicios musicales?
Empecé en el Orfeón Euterpe de pequeña, asistiendo a clases particulares con Isabel Puig, que tenía una academia, donde estudiaba solfeo. Ella me aconsejó que fuera después al conservatorio, para que la titulación fuera válida.
Seguidamente hice el grado elemental en Elche; vi que requería algo más y realicé unos cursos de verano, en Callosa d’en Sarrià, dándome cuenta de que debía estudiar muchísimo más.
«Siempre confié en el trabajo más que en mí misma; en estudiar y no parar de formarme»
¿Qué hiciste entonces?
Me fui a València, para acabar el superior, con Ana Luisa Chova, y me trasladé a perfeccionar mi técnica -junto a Gundula Janowitz- a la ciudad alemana de Lübeck, preciosa, en el norte del país. Regresé a España y seguí formándome, en ocasiones con una profesora italiana.
¿Lo tuyo era vocacional?
Efectivamente, siempre me gustó cantar, pero mi voz no me permitía expresarme bien desde el principio. De niña cantaba mejor, luego la voz cambia y tenía una muy grave, y precisaba de mucho trabajo; hubo quien me dijo que me dedicara a otra cosa.
Sin embargo, siempre confié en el trabajo, más que en mí misma; en estudiar y no parar. Hasta hoy, que sigo guiándome en el trabajo, porque no hay otra cosa.
«Me gusta hacer todo de un modo discreto; lo principal para cantar es tener cabeza y oídos»
¿Es Isabel la que descubre tu talento?
Ella ya vio que contaba con una voz interesante, que me podía ayudar, también porque soy muy persuasiva. Me gusta hacer las cosas discretamente, de un modo constante y sin ruido, porque considero que lo principal para cantar es tener cabeza y oídos. La voz se va desarrollando.
¿Quiénes eran tus referentes?
Me fijaba en la gente de Crevillent, como Pepi Maciá, a quien escuchaba cantar y gozaba muchísimo. También veía como espejos los solistas que venían a nuestro municipio, a cantar óperas o zarzuelas, pues eran lo que yo quería ser de mayor.
Más adelante he sentido admiración por muchísimos colegas, destacando Elina Garanca, una mezzosoprano natural de Riga (Letonia).
«Aunque siempre me gustó cantar mi voz no me permitía expresarme bien desde el principio»
¿Cómo recuerdas tus primeras actuaciones sobre un escenario?
Con muchos nervios, ¡pero también los hubo en las últimas! Es cierto que son distintos, antes quizás eran menos, porque tenía menos responsabilidades. Ahora cada día que canto es un examen: algunas veces lo haces muy bien y no pasa nada, mientras otras actúas regular y suceden cosas buenísimas.
El día del estreno estoy como ausente: encerrada, hago deporte, leo o veo una serie, para no pensar mucho. Pasa algo parecido cada vez que tengo una función, es mi método de estar concentrada.
Sustituiste a la mismísima Montserrat Caballé.
Así es. El director Cristóbal Soler me conocía, sabía que podía leerme rápido la ópera. No me la sabía, la tuve que estudiar con celeridad y ¡actuar con únicamente dos ensayos! Caballé me regaló su partitura, con muchos cambios, y me deseó mucha suerte.
Fue durísimo, porque la ópera ‘Le roi d’Ys’ es larguísima. No la he vuelto a interpretar y me encantaría hacerlo.
«Tras pasarme a mezzosoprano, ahora sé qué hago con mi voz, cómo lo hago, por qué…»
¿Tuviste que hacer algún cambio vocal?
Sí, hace unos años, de soprano a mezzosoprano. De joven me aconsejaron que cantara de soprano, hasta que Plácido Domingo me escuchó y me dijo que tenía una voz maravillosa de mezzosoprano.
Mi respuesta fue “no, maestro”, pero insistió para escucharme de nuevo. Me dijo entonces que mi voz era de mezzosoprano, como ya anteriormente me habían sugerido Giancarlo del Monaco, grandísimo director de escena, y mi propia pareja, Javier Franco, que es barítono.
¿Qué sucedió a continuación?
Comencé a trabajar la técnica de otra manera, sabiendo lo que hacía realmente. Era como ponerse un zapato, que me entraba, pero me venía pequeño al mismo tiempo. Ahora puedo explicar qué hago con mi voz, cómo lo hago, por qué… Me encuentro en mi mejor momento.