La vida del artista local Copérnico García es digna de contar, pues su estilo bohemio y singular carácter -bromista, pero igualmente solitario- también se refleja en sus obras, hiperrealistas tanto en pintura como en escultura.
Orgulloso de Alcoy, donde nació en febrero de 1940, de pequeño le apasionaba sobre todo dibujar, “lo de pintar vendría más adelante”, nos apunta. Pronto comenzó a demostrar su talento, con un simple trozo de yeso, “haciendo historias en las propias aceras”.
El escaso dinero que le daba su madre, durante la difícil posguerra española, se lo gastaba en las clases del maestro Miguel Torregrossa, autor de las tallas de varias iglesias de la ciudad. A día de hoy, “la época más complicada”, Copérnico anhela seguir vendiendo cuadros y piensa en la opción online, “una ventana al mundo”.
Vocacional
En su estudio del centro de la ciudad, donde nos recibe con una sonrisa, Copérnico reconoce que lo suyo es “vocacional” y que pintar “nunca ha sido un trabajo, es una diversión con la que he disfrutado toda la vida”. En los instantes de inspiración, “ni almuerzo ni ceno, me alimento de la pintura”.
Sin embargo, en sus inicios su padre no veía futuro en aquello de pintar cuadros. “Dedicado al textil, encargado de la fábrica Bernabéu, y con gran influencia en la izquierda política, tenía reservado para mí otro destino: el de hilador”, sostiene ahora, décadas después.
Torregrossa le enseñó a modelar y dibujar, con diecisiete-dieciocho años, junto a otros compañeros, “que sí pintaban”. Uno de ellos fue Camilo Sesto, que principalmente hacía paisajes. “Era un pintor comercial”, comenta sobre el posterior cantante.
Pronto comenzó a demostrar su enorme talento, en las aceras de Alcoy y con un simple trozo de yeso
En su tierra
Una de las principales lamentaciones de nuestro protagonista es no haber triunfado en su tierra, “no he sido profeta aquí, en Alcoy no existo”, se resigna. Solo una vez pudo enseñar sus obras en el municipio, “después de una muestra en València”.
Sí se ha sentido enormemente valorado fuera, haciendo exposiciones en Marbella, Marruecos, Guatemala y San Petersburgo (Rusia). En Puerto Banús, por ejemplo, además de vender muchos cuadros, pudo hacerle un retrato al actual rey de Marruecos, Mohamed VI.
“Nunca pensé que podría vivir de la pintura”, confiesa, “lo hacía porque me atraía”. Sus cuadros, muy llamativos, están llenos de todo tipo de detalles, en frutas, zapatos, rostros o casas.
Marruecos es su lugar de inspiración: le fascinan sus ciudades, calles, gentes, gastronomía, paisajes…
Marruecos
El país norteafricano brinda un gran simbolismo para el artista: es su lugar de inspiración, como Arlés (Francia) lo fue para Vicent van Gogh o la Costa Brava para Salvador Dalí. Le fascinan sus paisajes, gentes, gastronomía, ciudades…
Era tal su pasión por Marruecos que a principios de los noventa marchó con un periodista amigo (Miguel Abad) y ‘desaparecieron’ ¡seis meses! “Recorrí Marruecos, Túnez y Argelia, donde pintaba muchos temas árabes, sus peculiares casas”, expresa.
Son más de 2.000 los cuadros que ha hecho, destacando varios, como el que muestra el minarete o alminar de la mezquita de Casablanca, que representa el abuelo (el pasado), el rey marroquí (el presente) y su bebé, el futuro.
Su principal referente siempre fue Michelangelo, y prueba de ello es que puso a su hijo mayor Miguel Ángel
Michelangelo
En cuanto a sus referentes, no duda en señalar a Michelangelo Buonarroti, genio del Renacimiento, autor del ‘David’ y ‘La Capilla Sixtina’, entre otras muchas. “En su honor al mayor de mis hijos le puse Miguel Ángel”, apunta.
Por otro lado, no comprende cómo Pablo Picasso está catalogado con tanta grandilocuencia: su fama procede, opina, de cuando dibujó ‘La Paloma de la Paz’ o pintó el ‘Guernica’, emblema de la Guerra Civil, “pero es a mí al que llaman el pintor de las palomas”.
Ciertamente, en la mayoría de sus cuadros aparecen estos pájaros, siempre blancos y con detalles. Preguntado de cuáles obras se siente más orgulloso o satisfecho, el artista advierte sonriente que “el mejor cuadro es el que está por pintar”.
Apasionado del misterio
Al igual que su homónimo hijo, al que conocimos el mes anterior, es un apasionado de todo lo vinculado al misterio, especialmente a raíz de un episodio que ambos vivieron en una masía ubicada en Agres.
“Fue impresionante, porque en esa casa pasaban cosas”, avanza, antes de rememorar que “dormíamos juntos y los dos pensábamos que allí había más gente”. Las puertas se abrían, sin sentido, y era constante la sensación que había espíritus, “observándonos”.
Han pasado más de treinta años, aunque Copérnico continúa convencido que ese lugar estaba -o está- encantado. “Teníamos una perrita, una más de la familia, y por las noches se acercaba a la puerta no a ladrar, sino a llorar”, dice, mientras se le eriza la piel por el recuerdo. Los perros “intuyen lo que nosotros no, porque encendíamos la luz y no veíamos nada”, sentencia.