Raúl Antón / Humorista
Raúl Antón (València, 7-diciembre-1980), compungido por la tragedia vivida en la provincia de València, nos recibe con su sonrisa contagiosa para remarcar que en ocasiones no se pueden contar chistes de todo. “Hacer humor blanco es lo más complicado”, defiende, porque haces reír de forma fresca, sin ofender a nadie.
Habitual de las redes sociales, echa de menos los vídeos que realizaba antaño, contando una historia. “Ahora son más fugaces, apenas puedes decir un chiste”, se resigna, antes de admitir que, pese a disfrutar sobre los escenarios, “este trabajo también tiene una cara oculta: la presión y tensión acumulada, con meses sin un día libre”.
Acaba de finalizar su show ‘CuarAntón’ y asegura que en absoluto se siente ‘viejo’, “los que se hacen mayores son los de mi alrededor, yo sigo igual”, bromea. De inminente estreno es su nuevo monólogo, ‘Hay más tontos que ventanas’, igualmente divertidísimo.
En un momento trágico, ¿el humor ayuda?
Por supuesto, porque el humor cura. Es evidente que los que han perdido a un ser querido jamás olvidarán esta tragedia, pero sí, ayuda; y una vez se puede hacer humor sobre algo, es que ha pasado el dolor. Tardaremos en superar este drama.
¿Siempre fuiste el gracioso del grupo?
Yo creía que no, aunque luego me lo han recalcado muchos, ¡es normal que te dediques a esto! ¡Se veía venir!, comentan los amigos. Sinceramente no contaba con ello.
¿De qué forma empezaste?
Antes de hacer comedia, me dedicaba a la educación no formal, principalmente en adolescentes. Pertenecía a ‘Viviendo del cuento teatro’, empresa valenciana que se mueve por toda Europa, y siempre me pedían que hiciera monólogos.
Un día solté uno, me perdí a los diez minutos (ríe), pero poco a poco me fue gustando; comencé en Fallas, de un modo amateur.
«El día que hice mi primer monólogo estaba tan nervioso que me tomé ¡catorce valerianas!»
¿Te imaginabas como monologuista?
Tras mi monólogo, sobre 2010, fui a ver a un profesional del humor y en noventa minutos no hizo reír a nadie. Conmigo los amigos no paraban y pensé: “¿quizás tenga algo bueno?”. Empecé con los monólogos, subiéndome por primera vez solo a un escenario. Estaba tan nervioso que me tomé ¡catorce valerianas! No había forma de relajarme.
¿Se puede hacer humor de todo?
Hoy en día se habla mucho de las barreras del humor. Se cuentan chistes de todo porque la gente así lo hace, pero ¿dónde está el límite? Uno es el legal y otro el que tiene cada uno: yo tengo uno muy claro -bajo-, ya sea por experiencias personales o si me toca más la fibra. El humor que no es mi rollo no me va.
¿Debemos reírnos de nosotros mismos?
Totalmente, es ridículo no hacerlo. Debes de ser el primero que saque humor de uno, para humillarte en aquello que se puede, con un control. ¡Hay que hacerlo, es inevitable!
¿Te gusta implicar al público?
Siempre, ya lo hacía en ‘Viviendo del cuento’, que era pura improvisación, pero desde una manera no invasiva. Una persona que paga una entrada viene a reírse, no a sentirse humillada.
Nunca lo he hecho, incluso cuando estaba de moda reírse del calvo o el que llevaba gafas. Me parece una falta de respeto, aunque cada uno hace el humor que quiere. El mío es blanco, que es el más complicado de todos.
«Una persona que paga una entrada viene a reírse, no a sentirse humillada»
Haces mucho uso de las redes sociales.
Han sido y son un altavoz. Estábamos preocupados porque para destacar tenías que salir en el canal Paramount Comedy; si no, no eras nadie. Al mismo tiempo, los youtubers nos pasaban por todos lados, hasta que nos dimos cuenta de que era el camino para darte a conocer y que valoraran tu trabajo.
Fui de los primeros en hacer vídeos, en aquel momento más elaborados. Los de ahora, mediante los reels, es como comer pipas, con el dedo no paras de pasar uno y otro. He perdido un poco de cariño a hacer vídeos.
¿Qué es ‘CuarAntón’?
Una forma de resaltar que, aunque tengamos cuarenta años, no son los mismos que en los ochenta y noventa. Estamos en la mejor edad posible, por comodidad y posibilidad de ocio, tiempo libre y relaciones sociales. ¡Tenemos una increíble capacidad para ser felices!
Hoy en día podemos hablar con tu familia de Luxemburgo, e incluso ir a verla, cuando hace unos años mis padres como máximo se iban de vacaciones a Alicante, Murcia o Andalucía.
¿Cómo es el final?
Increíble; la gente se queda con ganas de vivir más. Hablo directamente de la muerte, porque a partir de los cuarenta te das cuenta de que los días pasan muy rápido y se valoran mucho más los que te quedan por vivir.