La calle comenzó a llenarse de agua. Y más agua. Más todavía. Pronto desapareció la calzada, la acera. El líquido elemento empezó a conquistar las porterías. En aquellas con escalones a mitad de trayecto, el agua comenzó a llegar al último de ellos. La imagen responde a una calle cualquiera de la periferia alicantina en una de las zonas ‘tranquilas’ de la tromba que azotó Alicante el 30 de septiembre de 1997.
No era, como veremos, la primera en descargar por estas generalmente sedientas tierras, pero en este caso el asunto resultó bastante espeluznante. Las crónicas hablan de 156 litros por metro cuadrado en una primera descarga y 267 a las pocas horas. El temporal se llevó cuatro vidas, incluidas las de una madre y su hijo, tragados por una alcantarilla. Ante el desastre, tocaba tomar una determinación. Tener un plan.
La ciudad desagüe
El Plan Integral Contra Inundaciones (PICI) local, diseñado entre los técnicos del Ayuntamiento y de la Consellería de Obras Públicas, abrió en canal buena parte de la ciudad con el fin de dotarla de venas y arterias subterráneas que lograran desaguar la urbe ante otro ataque celeste semejante o siquiera parecido. El asunto iba a extenderse, con la reconducción del barranco de las Ovejas y el cauce del Juncaret-Orgegia, hasta 2005.
Un esfuerzo que hoy se ve titánico, pero en modo alguno innecesario. Alicante entera no deja de ser una desembocadura inmensa, con aguas que llegan desde el telón de fondo montañoso. Quien quiera, puede subirse (es relativa y engañosamente fácil) hasta donde la placa de 1990 del pico de la sierra del Maigmó. Desde allí, se comprende el asunto. Que, como decíamos, se repite.
El proyecto lo diseñaron técnicos del Ayuntamiento y la Generalitat
Derrames varios
Así, en 1962 el derrame celeste, de más de doscientos litros, alcanzó a buena parte del Levante español. El 25 de septiembre, el desbordamiento de los ríos Besós, Llobregat y Ripoll, en Cataluña, sobre todo en la comarca del Vallès Occidental (en la provincia de Barcelona), segaba casi un millar de almas. Por estas costas alicantinas nos quedamos, el 19 de octubre, con 166 litros por metro cuadrado.
También hubo aquí cobro humano entonces: dos personas fallecidas, justo en el año en que Argelia se independizaba de Francia, el 5 de julio, y la provincia recibía otro diluvio, humano, con buena parte de los más de tres mil franceses de origen argelino (se les llamaba despectivamente ‘pieds-noirs’, pies negros) estableciéndose aquí. Curiosamente, el año anterior nos las veíamos con una terrible sequía tras un año sin llover.
La finalización global iba a extenderse hasta el año 2005
Municipios afectados
Hubo otros chaparrones que amenazaban apocalipsis entre estiajes, como los del 19 de octubre de 1982, que afectaron a diecisiete municipios en nuestra provincia, incluido el capitalino (además, Agost, Aspe, Biar, Elche, Elda, Ibi, Jijona, Monforte del Cid, Novelda, Orihuela, Petrel, Santa Pola, San Vicente del Raspeig, Sax, Tibi y Villena). El barranco de las Ovejas se desbordó, aislando el barrio de San Gabriel.
Avisados quedábamos, aunque para esto de las catástrofes nunca hay preparación suficiente y estas golpean una y otra vez. Al menos ahora se tenía un plan, en el que se iban a invertir entre cien y doscientos millones de euros. Las variaciones en los cálculos según fuente vienen marcados por el hecho de que entonces se contaba en pesetas y por las fluctuaciones en el índice de precios al consumidor (IPC, ‘la cesta de la compra’).
En 1962 el derrame celeste alcanzó a buena parte del Levante español
El antiguo plan
No era, en modo alguno, el primero de los planes antirriadas. Por ejemplo, queda en el baúl de la memoria el más serio intento anterior, desactivado desde los cenáculos políticos, el de José Guardiola Picó (1836-1909), arquitecto, urbanista e higienista (trataban estos la enfermedad como un fenómeno con implicaciones sociales). Ocasión perdida, ya que el alicantino fue prácticamente el responsable de la remodelación de la ciudad.
El caso es que ahora tocaba cumplir lo prometido. Alicante entera comenzó a ser horadada para que sus entrañas pudieran deglutir futuras inundaciones. Se comenzó actuando sobre las zonas que habían sido más castigadas. Como el ya casi desaparecido barrio de la Sangueta. O la Rambla, con su desembocadura en el paseo de la Explanada. Y también la confluencia de la avenida de Salamanca y la de Óscar Esplá, antiguo barranco de Benalúa.
Las icónicas tuneladoras
La ciudadanía se acostumbró durante una larga época a moverse por un Alicante ‘estilo Beirut’. Bien, la capital libanesa había sido bombardeada entre junio y agosto de 1982, año, como vemos, ciertamente convulso, y pasearse entre obras que parecían eternas había convertido en una cita recurrente lo anterior. Por la época, también se ironizaba así desde ciudades como Madrid, siempre en permanente reconstrucción.
Además hubo que familiarizarse con la imagen de las excavadoras tuneladoras, gigantescas orugas metálicas, de cabeza giratoria, que se convirtieron en icono. Incluso sirvieron de fondo para la foto de finalización de las obras (no todas, sino las acometidas en pleno casco urbano). Es cierto que, por fortuna, no se han abierto de nuevo las puertas del cielo sobre la ciudad como en aquella ocasión, pero por ahora se han mitigado excesos.