Entrevista > María Botella / Médico anestesiólogo (Orihuela)
La ardua labor que como médico anestesiólogo desarrolló María Botella durante más de cuarenta años hizo que, con todo merecimiento, fuera nombrada Dama de la Real Orden de San Antón. Licenciada en la Universidad de València, se trasladó a continuación a Madrid, “porque mi padre pensaba que solo se hacía buena medicina en la capital”.
En el Hospital General Universitario Gregorio Marañón fue médico especialista en anestesiología, reanimación y dolor, estando presente en tragedias como el incendio de la discoteca ‘Alcalá 20’ (1983) o el atentado terrorista del 11-M (2004).
Ampliamente hechizada por Orihuela, como no se cansa de repetir, fue asimismo Dama de la Corte de Honor de Nuestra Señora de la Almudena (Madrid), Reina del Azahar siendo una niña, en 1971, y Dama Hospitalaria de la Hospitalidad de Lourdes. “He disfrutado con todo”, asegura, orgullosa.
¿Qué ha significado este reconocimiento?
Un enorme baño de cariño de toda Orihuela, localidad a la que amo pese a que hace muchos años que resido en Madrid. ¡Para nada me lo esperaba!, cuando a lo largo de la historia ha habido ministros, directores generales… Yo simplemente he sido un médico que ha dedicado su vida a esta profesión y a mi familia.
«Tuve a mi cargo a futuras eminencias: Julio Baviera (Clínicas Baviera) o Antonio Pellicer, fundador del IVI»
En este sentido, ¿por qué quisiste ser sanitaria?
Aunque mi padre era abogado, siempre hubo mucha tradición por la medicina en mi familia. De hecho, soy la quinta generación, ininterrumpida, de médicos, y lo tuve claro, pese a ir ‘obligada’ a estudiar a València -por ser mi distrito universitario-, con lo cerca que estaba la de Murcia.
¿Después te hiciste profesora?
Había dos asignaturas, Anatomía Humana e Histología, que siendo especialmente duras a mí me encantaban. Ya licenciada me quedé como profesora de la primera, teniendo a mi cargo a futuras eminencias, como Julio Baviera (de Clínicas Baviera) o Antonio Pellicer, el que años más tarde montó el Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI).
Seguidamente me trasladé a Madrid, al entonces Hospital Francisco Franco, actual Hospital General Universitario Gregorio Marañón, donde trabajé desde 1978 hasta mi prejubilación, en 2019.
¿Viviste momentos especialmente dramáticos?
El incendio de ‘Alcalá 20’, en 1983, en el que fallecieron ochenta y una personas por quemaduras, inhalación de humo y la gran avalancha que se produjo. Veinte años después, en el 11-M estaba de guardia.
«Tragedias como el incendio de la discoteca ‘Alcalá 20’ y el atentado del 11-M me cogieron en primera línea»
¿Cómo los afrontaste?
En ese momento, trabajando, todos íbamos a una. Fueron actuaciones maravillosas, pero luego, obviamente, te quedas tocada, porque ver personas con un agujero en la tripa no es fácil. ¡Pero estamos entrenados para eso!
¿No te afectaba psicológicamente?
Tengo bastante facilidad para colocarme una máscara cuando estoy triste y que no se me note demasiado. En aquel instante tenía todavía a tres hijos en casa, es decir, no podía extrapolar la pena con la familia. No se debe.
Al menos he tenido la suerte que no se ha muerto nadie en mis manos, en el quirófano.
¿De qué modo has visto evolucionar la medicina?
No tiene nada que ver. Cuando llegué, finalizando los 70, sabías si el enfermo respiraba o no por el color de la piel, mientras ahora está todo perfectamente monitorizado.
El Gregorio Marañón siempre ha sido un centro avanzado, como demostró la introducción de mascarillas laríngeas en lugar de intubar al paciente, y muchos de esos adelantos pasaron por mí.
«Mi padre fue una de las dos únicas personas a las que dedicó una poesía el gran Miguel Hernández»
¿Quisiste prejubilarte?
Debido a un problema familiar necesitaba disponibilidad y desde el hospital me lo facilitaron todo, algo que agradezco eternamente. Me volvieron a llamar cuando la crisis de la covid-19, pero dije que no.
¿Ya no estabas preparada?
Al contrario, sigo estándolo, a todos los niveles, pero tenía a mi marido, hijo y nuera en primerísima línea de actuación y ya me parecía suficiente riesgo.
Desde la barrera aprecié que estábamos tratando una enfermedad de la que desconocíamos el diagnóstico y tratamiento. Se hizo como mejor se pudo, realizando cosas tremendas, como ubicar a enfermos dentro de los quirófanos, ¡porque no había plazas!
Se trabajó muy bien en todos los sitios de España, con turnos de dieciocho o veinte horas día sí y día también, una barbaridad.
¿Cuál es tu vinculación actual con Orihuela?
Mi madre era muy oriolana, jamás quiso moverse de la casa en la que nació, al tiempo que mi abuelo fue médico honorario del Seminario Diocesano, atendiendo gratis a todas las monjas y curas de la ciudad.
Mi padre fue una de las dos personas -junto al ensayista Ramón Sijé- a la que Miguel Hernández dedicó una poesía. Disfruto muchísimo de nuestra Semana Santa, a la que acudo todos los años, y amo profundamente Orihuela.