Entrevista > Francisco Mas Manchón / Fotógrafo (Crevillent, 11-junio-1972)
La lectura de los libros de Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura en 2006, provocó un cambio en la vida de Francisco Mas Manchón. Le condujo a Estambul hasta en tres ocasiones y en la ciudad turca -tan caótica como fascinante- realizó sus mejores fotos, “siempre en blanco y negro”.
“Esa urbe sencillamente me fascinó”, relata hoy, y motivos tiene: Mezquita Azul, Basílica de Santa Sofía -hoy museo-, Gran Bazar, Palacio Topkapi… Su trabajo ‘Estambul, el gran teatro gris’ le permitió exponer en diferentes puntos de España y que su labor fuera ampliamente reconocida.
En el mejor momento de su carrera como fotógrafo sufrió un importante bache personal que le llevó finalmente a Girona, donde reside desde hace doce años. Se volvió a casar y disfruta muchísimo de las oportunidades que brinda Cataluña, “echando mucho de menos Crevillent, por supuesto”.
«La era digital permitió que todos pudieran hacer miles de fotos, pero para mí se perdió la magia»
¿Siempre tuviste tantas inquietudes?
De pequeño fui un chico normal, combinando el colegio con el fútbol. Mi pasión por la fotografía llegó después de casarme, que hice muy pronto, por otro lado. Nació seguidamente mi hija y, como todo padre fanático, me compré mi primera cámara réflex, para hacerle infinidad de fotos.
Me gustó esta actividad, comencé a interesarme, a investigar, participar en concursos, como los que ya se celebraban en Crevillent para Semana Santa o Moros y Cristianos.
¿Ganaste alguno?
Varios, de hecho, pero deseaba algo más e indagué, leyendo sobre fotografía y yendo a muchas exposiciones. Seguí a los clásicos (Henri Cartier-Bresson o García Alix, por ejemplo), empapándome de sus biografías, sin dejar nunca mi trabajo, una cafetería de la localidad.
Terminé entonces con los concursos, porque mi intención únicamente era ya la de exponer. Adquirí una cámara superior y me varió totalmente la visión, saliendo de viaje para hacer fotos más profesionales.
Por ejemplo, a Estambul.
Llevé a cabo un trabajo muy bueno -durante tres años- sobre esa ciudad, llamado ‘Estambul, el gran teatro gris’, que se expuso en diversas salas de Madrid, País Vasco y Andalucía. Vendí asimismo mucha obra a museos y particulares e incluso la periodista Maruja Torres escribió una columna sobre mí en ‘El País’.
Acudí por primera vez a Estambul en 2009 y descubrí una urbe muy diferente a la que es ahora, tan turística. Me fascinó, también porque iba solo, con mi cámara, ¡ahí me sentí fotógrafo!
«Vendí mucho a museos y particulares, e incluso Maruja Torres escribió una columna sobre mí»
¿Qué sucedió entonces?
Cuando más estaba disfrutando de la fotografía me separé de la que era mi mujer, Fuencis Juan, complicada por ambas partes y caí en una depresión bastante fea.
Seis meses después un amigo me invitó a Girona a pasar unos días, me surgió trabajo, decidí quedarme y abandoné la fotografía a nivel más profesional.
¿No se ha desvirtuado el mundo de la fotografía?
Sin duda. La entrada de la era digital, que permitió que todo el mundo hiciera miles de fotos, significó que perdiera la magia, ya no es lo mismo para mí. Es verdad que sigo haciendo -de las montañas o localidades preciosas como Cadaqués-, pero ahora son para mí.
Considero que mantengo la visión, en parte por mi cultura fotográfica, aunque ya no me interesa exponer. Perdí el interés, quizás también por la edad, no es lo mismo que cuando tenía 30 años.
¿Pronto te enamoraste de Girona?
Realmente Cataluña siempre me gustó muchísimo. Mi idea era estar unos días en casa de mi amigo, para cambiar de aires, pero encontré trabajo de casualidad y llamé para decirles a mis hijos que iba a probar unos meses, ¡que se han convertido en doce años!
Girona es una ciudad bonita, magnética, no excesivamente grande, parecido a un pueblo grande, pero no muy amable. Sin embargo, me fue bien, deseaba estar solo.
«Intento bajar a menudo a Crevillent, para ver a mis hijos, amigos y comer una buena paella»
¿Por qué es poco amable?
Cada uno va a lo suyo, no es gente abierta, como en otras partes. Yo también soy un poco así, por lo que me venía bien, igual que la distancia con Crevillent.
Buscabas una vida solitaria.
La llevé un tiempo, hasta que encontré uno de los mayores regalos que me ha hecho esta tierra, mi mujer María. Vivimos en Girona capital, yendo mucho a Roses, porque el Cap de Creus y su entorno me chifla… Me he recorrido los Pirineos y la Cataluña medieval en bici, mi otra pasión.
¿Cuál es tu vinculación actual con Crevillent?
Intento bajar a menudo, ahora lo hago más, para ver a mis hijos (Laura y Pablo), nieta (Nina), padres, amigos y disfrutar de una buena paella y de nuestra Semana Santa. Soy todo lo feliz que se puede ser teniendo a la familia lejos.