El felino más amenazado del mundo ha dado un giro inesperado a su destino. En apenas dos décadas, el lince ibérico (Lynx pardinus), una especie endémica de la península ibérica —que no se encuentra de forma natural en ningún otro lugar del planeta—, ha pasado de estar al borde de la extinción a protagonizar uno de los mayores éxitos de conservación de la fauna europea. Gracias a la genética y a un ambicioso programa de conservación in situ, cría y reintroducción, la especie ha multiplicado por veinte su población. Esta es la historia de cómo la ciencia, la cooperación internacional y una voluntad férrea lograron devolverle el rugido al monte mediterráneo.
En poco más de dos décadas, el lince ibérico ha protagonizado una de las historias de recuperación más impresionantes del conservacionismo moderno. En 2002, con menos de cien ejemplares en libertad, era el felino más amenazado del planeta, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Pero en 2024, la población superaba los 2.000 individuos, de acuerdo con el último censo del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO). Este renacer ha permitido reclasificarlo de “en peligro crítico” a “vulnerable” y, por primera vez, incluirlo en la Lista Verde de la UICN, que reconoce casos exitosos de conservación.
Una de las claves de este éxito ha sido la genética. A lo largo de más de veinte años, el estudio del ADN del lince ibérico ha permitido reconstruir su historia evolutiva, detectar los efectos de la pérdida de diversidad genética y guiar las decisiones del programa de cría y reintroducción. “Se ha trabajado para reducir la consanguinidad en las poblaciones cautivas y reintroducidas, con el objetivo de maximizar la diversidad genética y la viabilidad de la especie”, explica José Antonio Godoy, investigador de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC), cuyo equipo acaba de publicar un artículo en la revista Molecular Ecology sobre el papel de la genética en esta recuperación.
Descubriendo el pasado para salvar el futuro
El lince ibérico fue antaño una especie común en el Mediterráneo occidental. Según estudios paleontológicos, su distribución alcanzaba incluso el sur de Francia y el norte de Italia, donde coexistía con su pariente, el lince euroasiático. Durante milenios, ambas especies hibridaron, dificultando la reconstrucción de sus respectivas historias evolutivas. Recientes análisis genómicos llevados a cabo en la EBD-CSIC han revelado que, aunque el lince ibérico se separó del euroasiático hace mucho tiempo, la introgresión —el flujo de genes entre especies— ha enmascarado esa antigua divergencia.
Ya en tiempos históricos, desde el siglo XVI hasta el XX, la población de lince ibérico empezó a fragmentarse. Para los años 80, su área de distribución se había reducido entre un 45 % y un 81 %, con una población estimada de solo 1.100 ejemplares. Pero el verdadero colapso llegó en 2002, con apenas dos poblaciones aisladas en Doñana y Andújar-Cardeña, cada una con menos de 50 individuos.
Los primeros análisis genéticos confirmaron lo peor: las poblaciones supervivientes estaban genéticamente diferenciadas, con señales de erosión genética, niveles preocupantes de consanguinidad y la diversidad genética más baja registrada hasta entonces en una especie amenazada.
Para comprender cómo se había llegado a esta situación, los investigadores analizaron ADN de muestras de museo, fósiles de hasta 43.000 años y linces antiguos. Descubrieron que antaño existía una sola población continua en la península ibérica, que se fue fragmentando con el tiempo. Curiosamente, los linces antiguos mostraban incluso menos diversidad genética que los actuales, algo que se atribuye a episodios de hibridación con linces euroasiáticos en los últimos 4.000 años.
“La genética nos ha permitido estimar que hace unos 20.000 años había solo unos pocos miles de linces”, explica Godoy. “A eso se suman cuellos de botella en los últimos siglos, que han reducido aún más la diversidad”.
Conservación con ciencia
A partir de 2002, comenzó un esfuerzo titánico de conservación, apoyado en gran medida por programas LIFE de la Unión Europea. Se pusieron en marcha planes de cría en cautividad, reintroducción y seguimiento de las poblaciones, todo con el respaldo de la genética. Esta herramienta ha sido crucial para seleccionar los individuos más adecuados para reproducirse, evitar cruces entre parientes y decidir dónde liberar a cada ejemplar.
Uno de los mayores logros fue evitar la propagación de enfermedades con base genética. Un caso destacado fue la epilepsia juvenil idiopática, que entre 2005 y 2012 afectó a 20 de los 121 cachorros nacidos en cautividad. Los investigadores de la EBD-CSIC identificaron que la enfermedad seguía un patrón de herencia recesiva y evitaron cruzar animales portadores, logrando erradicar la afección en nacimientos posteriores.
Otra enfermedad, la criptorquidia —descenso incompleto de los testículos— también se pretende abordar con estrategias genéticas. “Detectar las regiones del genoma asociadas a estas patologías nos permitirá aplicar medidas más eficientes para reducir su incidencia”, señala Lucía Mayor, investigadora predoctoral de la EBD-CSIC.
Estudios comparativos con otras especies de lince han revelado que el ibérico, pese a su reducida población histórica, desarrolló cierta resiliencia genética. Esta situación, conocida como «purga genética», permitió que algunas variantes perjudiciales fueran eliminadas con el tiempo. Sin embargo, la drástica caída poblacional reciente provocó una acumulación de mutaciones deletéreas, que afectaron su fertilidad, salud y capacidad de adaptación.
Uno de los momentos más críticos para la especie ocurrió en 2007. Un brote de leucemia felina afectó a casi todos los machos de Doñana en plena época reproductiva, lo que puso a esa población al borde de la extinción. Como respuesta, se trasladó un macho procedente de Andújar-Cardeña, conocido como Baya, que logró reproducirse con tres hembras y dejó una descendencia vital para el futuro de Doñana.
En los años siguientes, se introdujeron al menos once linces más, tanto nacidos en libertad como en cautividad. Aunque solo tres lograron reproducirse, el impacto fue notable: en 2022, por primera vez en décadas, Doñana superó los cien individuos. “Este es un claro ejemplo de rescate genético”, afirma Laia Pérez Sorribes, investigadora predoctoral en la EBD-CSIC.
Además de los collares de seguimiento y las cámaras trampa, hoy se utilizan técnicas genéticas no invasivas para estudiar a los linces. A partir de excrementos recogidos en el campo, los científicos de la EBD-CSIC extraen ADN y analizan más de 300 marcadores genéticos. Esta metodología permite identificar a los individuos, conocer sus linajes, registrar su reproducción y controlar la diversidad genética sin necesidad de capturarlos.
Desde 2002, se han llevado a cabo cuatro grandes proyectos LIFE que han permitido no solo estabilizar las poblaciones existentes, sino reintroducir linces en zonas donde habían desaparecido. Estos esfuerzos se han concentrado en Andalucía, pero también han llegado a Extremadura, Castilla-La Mancha y Portugal. Cada nueva reintroducción se planifica en función del análisis genético de los individuos disponibles, buscando siempre maximizar la diversidad del conjunto.
Nuevos retos
El reto ahora es consolidar la recuperación. El proyecto LynxConnect busca conectar las distintas poblaciones para crear una metapoblación dinámica, con intercambio genético y migraciones naturales. Pero aún hay desafíos. “Para asegurar la viabilidad genética a largo plazo, la población debería ser al menos tres veces mayor que la de 2023”, advierte José Antonio Godoy. “Aunque ambicioso, no es imposible: en 22 años, la población se ha multiplicado por 20”.
La historia del lince ibérico no solo es un triunfo local, sino una fuente de inspiración global. Demuestra que, con ciencia, recursos sostenidos y financiación internacional, incluso las especies al borde de la extinción pueden tener una segunda oportunidad.