Detrás de cada nombre hay una historia. Y en el caso de Alfafar, esa historia empieza mucho antes de que existieran los mapas modernos. Para muchos investigadores, el origen de nuestro nombre hay que buscarlo en la lengua árabe, cuando estas tierras formaban parte de Al-Ándalus.
Hay quien sostiene que viene de al-ḥawwār, que alude a una tierra blanca, yesosa, incluso fangosa. Otros apuntan a al-fahhar, que significa alfarero. Y las dos teorías tienen sentido: por el tipo de suelo, sí, pero también por la tradición ceramista que rodeaba la zona.
Lo cierto es que, aunque el debate etimológico sigue abierto, la mayoría coinciden en algo: el origen es árabe. Y no solo por el prefijo ’al-’, tan característico de los topónimos andalusíes, sino porque la historia de Alfafar, su trazado, su huerta, su sistema hidráulico, también lo es.
Alquería entre acequias
Alfafar era, en tiempos musulmanes, una alquería más dentro del complejo sistema agrícola del sur de València. No era una ciudad, ni una medina, pero sí una pieza clave en el entramado de acequias y cultivos de la Vega. La de Favara, en concreto, era su principal fuente de vida. A su alrededor, pequeños núcleos de casas de adobe y tapial se abrían paso entre campos de cebada, arroz y hortalizas.
En comparación con otras localidades vecinas como Catarroja o Benetússer, Alfafar no alcanzó gran tamaño ni notoriedad política, pero sí cumplió una función esencial: garantizar el equilibrio agrícola de la zona. Los restos arqueológicos y la toponimia que aún pervive lo confirman.
El debate sobre el origen exacto del nombre no ha cesado
Conquista cristiana y cambio de manos
Con la llegada de Jaime I y la conquista de València en 1238, todo cambió. La zona fue repartida entre caballeros, nobles y órdenes religiosas. En el Llibre del Repartiment ya se menciona el nombre de Alfafar, aunque con formas latinizadas como ‘Alfofar’. En 1244, por ejemplo, se documenta la entrega de “casa et terra in loco de Alfofar” a diversos beneficiarios del rey.
A partir de entonces, el antiguo enclave andalusí quedó integrado en el sistema feudal cristiano. A lo largo de los siglos XIV y XV, según consta en registros bajomedievales, Alfafar estuvo vinculado a familias como los Soler o los Vilanova, aunque con posesiones intermitentes. La población, mayoritariamente morisca, creció poco a poco hasta que, en 1609, la expulsión de los moriscos volvió a vaciar el lugar. Fue un golpe duro, como en tantos pueblos del Reino de València.
En el Llibre del Repartiment ya se menciona el nombre de Alfafar, aunque con formas latinizadas como Alfofar
Raíz árabe, aunque con matices
El debate sobre el origen exacto del nombre no ha cesado. Algunos expertos, como Julio González Hernández, insisten en la raíz al-fahhar, aludiendo a la presencia de arcilla y a una posible actividad alfarera en la zona. Otros, como Mikel de Epalza, se inclinan por la raíz ḥ-w-r, relacionada con lo blanco, lo yesoso. Ambas teorías conectan con el territorio, sus materiales de construcción y su paisaje.
Pero más allá del matiz semántico, lo que está claro es que el nombre Alfafar viene del árabe. Y con él, una parte importante de su identidad.
A finales del siglo XIX con el ferrocarril y la mejora de las comunicaciones el antiguo núcleo agrícola dio paso a un pueblo estructurado
Del campo a la calle: la lenta transformación
Durante siglos, Alfafar mantuvo su carácter rural. Era una alquería más, sin grandes aspiraciones urbanas. Fue con la llegada del siglo XVIII cuando empezó a cambiar el ritmo. El arroz, los cítricos y la cercanía a València y su puerto impulsaron el crecimiento económico. En 1843, el municipio ya estaba en condiciones de tener su propio cementerio: una señal clara de consolidación.
A finales del siglo XIX, con el ferrocarril y la mejora de las comunicaciones, el paisaje cambió aún más. Las casas se alinearon, llegaron el mercado, la iglesia, las escuelas. El antiguo núcleo agrícola dio paso a un pueblo estructurado. Pero el nombre, ese nombre andalusí, no se tocó.
Un topónimo que no es solo un nombre
Alfafar no es solo un punto en un mapa. Nuestro nombre encierra siglos de memoria: de agua, de tierra, de oficios antiguos. Es un recordatorio de que bajo cada calle, cada plaza, cada barrio nuevo, hay una raíz profunda que nos conecta con quienes estuvieron antes.
Hoy, Alfafar es un municipio moderno, con barrios como Orba o Parque Alcosa, y con una importante zona comercial. Pero bajo el asfalto, sigue corriendo, invisible pero constante, la acequia de Favara. Y junto a ella, pervive la herencia de un nombre que viene de lejos. Muy lejos.