Hay que ser muy valiente -o quizás un descerebrado- para planear un viaje en bicicleta desde Teulada (Alicante) hasta Kashgar (China), ¡alrededor de 10.000 kilómetros! Esa aventura la realizó a lo largo de quince meses el joven Edgar Innerevo (1999), con el objetivo de crecer como persona y mejorar los idiomas que domina.
“Crecí siendo trilingüe, iba a un colegio británico”, indica. Las otras lenguas que habla, que son muchas, las ha ido perfeccionando en el tiempo. “El alemán, por ejemplo, lo aprendí cuando marché, con 18 años, cuatro meses a Aquisgrán, ciudad fronteriza con Bélgica y Países Bajos”.
Poco después, con 21, descubrió cómo aprenderlos de un modo autodidacta, “me enganché y quise saber doce más”, dice sonriente. Hoy en día, haciendo gala de su don de gentes, “de las energías positivas”, se defiende en ruso, rumano, francés, portugués, italiano, búlgaro, serbo-croata, macedonio, albanés, griego…
La idea
Mientras residía en Croacia, el 20 de diciembre de 2020 vivió una experiencia espiritual tras probar la ayahuasca, bebida psicoactiva que tradicionalmente se emplea en rituales tribales. “A partir de ese momento dejé de lado las malas costumbres y me centré en mi desarrollo personal”, se sincera.
Le sobrevino entonces la idea de hacer un viaje atravesando aquellos países cuya lengua sabe hablar, para practicarlos. El mayor problema residía en el alto coste, pero encontró una solución, llevarlo a cabo en su bici: “si no hay dinero, hay que viajar de otro modo”, expresa con picardía.
“A pesar de todo me gasté unos 9.000 euros en esos quince meses”, la mayor parte en comida, alojamientos y transporte. “Se puede hacer con menos, unos 300 euros al mes, siempre que tengas rigor”.
Ya en Croacia tuvo una experiencia con ayahuasca que le hizo dejar de lado las malas costumbres
Un recorrido improvisado
Respecto al trayecto, iniciado en el municipio de Teulada, Edgar expone que iba improvisando. “Tardé más de un mes en llegar a la frontera con Francia, también porque me crucé con Carmen, otra aventurera, y el extremo calor de ese verano, el de 2023”, asevera. En el siguiente país, Italia, conoció a Elayïs, que hacía el mismo recorrido.
Se convirtieron en ‘novios’ durante unos meses, “con fecha de caducidad”, como prefiere decir, aunque es cierto que por sus caracteres -totalmente distintos- en ocasiones decidían separarse varios días. “Quedábamos en una ciudad una semana más tarde”, comenta.
Además, Edgar pasó un mes vendimiando en Aviñón (Francia) -un voluntariado, junto a unos artistas de circo- y visitó a unos familiares en Saluzzo, pequeña localidad medieval próxima a Turín (Italia).
Ha vivido momentos inolvidables, como el mes vendimiando en Aviñón o las semanas por Turquía
Cambio radical
Nuestro protagonista reconoce que la vida le ha cambiado por completo, “ya en Croacia empezó”, rememora. “El viaje fue como un rito de iniciación, en el que se pasa de niño a hombre: ha sido lo mismo para mí, un reto tanto físico como mental”, argumenta.
“La capacidad del Edgar actual es mucho mayor, ya no me quejo tanto, en definitiva, soy mejor persona”, señala orgulloso. Ha sido tanto lo que ha recibido en esta aventura, atravesando países mucho menos conocidos, como Albania, Macedonia, Uzbekistán o Kazajistán.
Obviamente también estuvo en la romántica Venecia, la sorprendente Eslovenia y en ciudades tan turísticas como Budapest, Dubrovnik, Zadar o Mostar. “Me gustaron especialmente las islas croatas, en el Adriático”.
Considera que es otra persona, con muchas más capacidades, «había un Edgar antes y hay otro ahora»
Múltiples anécdotas
En un viaje de quince meses suceden miles de anécdotas, no siempre positivas. Entre las peligrosas, una vivida la primera noche en Albania, cuando un compañero de viaje -el inocente francés Toto-, quiso jugarse dinero al billar con unos lugareños, “por suerte se lo impedimos, porque el país albanés en ocasiones es sumamente complicado”.
Ha aprendido sobre todo que las ciudades grandes son arriesgadas, quizás por eso rehúso pisar Estambul, “igualmente por el tráfico, horroroso”. Sí recorrió después toda la península de Anatolia, “descubriendo durante dos meses la verdadera Turquía, no la que ven los turistas”.
Otra vivencia, para nada agradable, fue la fuerte gastroenteritis que padeció precisamente en Albania, teniendo que recorrer varios días 60 kilómetros sin comer ni beber. “Continuamente me preguntaba qué hacía ahí, luchando contra mi propio ego”.
Gran Muralla
Tras un pequeño descanso invernal en Gavarda, Edgar afrontó con la misma ilusión la segunda parte del viaje, pasando por pueblos inéditos de Turquía o Georgia. Allí vio las primeras montañas de 4.000 metros de altura, las del Cáucaso, antes de cruzar Armenia y conseguir el visado ruso. “En Rusia no deseaba pasar mucho tiempo, al estar en guerra”, aclara.
Se acercaba el final, pero todavía le quedaban maravillas por apreciar, como los desiertos de Kazajistán y Uzbekistán, “lugares muy místicos”. Solo Tayikistán y sus enormes montañas -con dificultad incluso para respirar- le separaba de la anhelada Kashgar, primera ciudad china de cierta relevancia.
En China, punto final de un viaje para el recuerdo, aprovechó para conocer Chendgu, Pekín y, por supuesto, la Gran Muralla.