Entrevista > Pablo Arenas Navarro / Presidente del Club de Caza y Tiro de Utiel (València, 6-julio-1985)
Lo cierto es que la caza es una actividad ancestral que a menudo genera un intenso debate público. Sin embargo, detrás de la controversia, existen asociaciones como el Club de Caza y Tiro de Utiel que reivindican su papel como gestores y conservadores del medio natural. Hablamos con su presidente, Pablo Arenas, para conocer su labor en el control de especies y su profunda conexión con el entorno que les rodea.
«Tenemos la obligación de actuar cuando un granjero sufre daños por animales»
Para entender el presente del club, ¿cómo fueron sus orígenes y por qué se decidió acotar el terreno?
Antiguamente, esto era una zona libre de caza y la densidad de piezas era tan alta que venían cazadores desde València. La gente del pueblo, para evitar que el monte se quedara sin nada, decidió organizarse. Empezaron a juntar las firmas de los agricultores para poder cazar en sus terrenos y crearon un coto privado.
Más tarde, se llegó a un acuerdo con el Ayuntamiento para que el monte público también fuera cedido a la sociedad. De esta forma, el coto actual se compone de una parte de propiedad de los agricultores y otra que es propiedad municipal.
A menudo se critica la caza desde algunos sectores, pero ustedes defienden que su labor es fundamental para la conservación. ¿En qué consiste ese trabajo?
La gente cree que queremos mucha caza para matarla, y es un error. Queremos que haya abundancia para que siempre queden ejemplares en el campo y poder disfrutar de la actividad de forma sostenible. No disfrutamos matando doscientos conejos, preferimos cazar diez y que queden para el futuro. Si arrasáramos con todo, nos quedaríamos sin afición.
Para ello, gestionamos el coto cazando depredadores cuando la ley lo permite, instalamos bebederos, realizamos siembras para alimentar a los animales y les ayudamos a que críen mejor.
Además de la gestión del hábitat, ¿qué papel juegan en el control de poblaciones?
La Conselleria nos obliga a realizar un número determinado de ganchos y batidas al año para reducir la población de jabalíes. Asimismo, cuando los conejos causan daños, los agricultores presentan un ‘parte de daños’ y nosotros tenemos la obligación de actuar en su parcela en un plazo de ocho días. Si no lo hacemos, el agricultor puede denunciar al club.
«Ayudamos a que los animales críen mejor»
Su labor también es clave en el ámbito sanitario, controlando enfermedades como la sarna en la fauna salvaje.
Sí, es un papel súper importante. La sarna es un gran problema que tenemos en las poblaciones de cabra montés. En cuanto detectamos un animal contagiado, intentamos darle caza para evitar que la enfermedad se propague y mantener así unas poblaciones sanas. Es otra forma de cuidar la fauna.
Respecto al cuidado del entorno, ¿qué iniciativas llevan a cabo más allá de la gestión de especies, como la recuperación de parcelas o la limpieza del monte?
Hemos creado unos treinta charcos hormigonados en puntos estratégicos del monte, con los permisos correspondientes, donde llevamos agua para que los animales puedan beber en épocas de sequía. Todo esto lo pagamos de nuestro bolsillo. También recuperamos parcelas agrícolas abandonadas para sembrarlas y que los animales coman allí, en lugar de en cultivos activos.
Además, organizamos jornadas de limpieza para recoger vainas de cartuchos, electrodomésticos y todo tipo de basura que encontramos en el monte.
Centrándonos en la práctica deportiva, ¿cómo se organiza la actividad cinegética dentro del club a lo largo del año?
Todos nuestros socios deben tener la licencia federativa, que es un seguro de accidentes, y la licencia de caza, que es el permiso legal para cazar. Cada año, en la junta general, elaboramos un plan de caza donde se especifican los días y meses hábiles para cada modalidad, ya que no todos cazan lo mismo: conejo, caza mayor, tordo, liebre, etc.
«Si arrasáramos con todo, nos quedaríamos sin afición»
Una vez se obtiene una pieza, ¿cuál es su destino?
La caza menor se la lleva el propio cazador para consumo personal o para regalar a familiares y amigos. Con la caza mayor, que es más grande, se procede igual: se saca toda la pieza del monte y se consume o se reparte. Es habitual juntarse varios socios, procesar la carne para hacer hamburguesas o embutidos y repartir los gastos.
¿Cómo afrontan el reto del relevo generacional?
El 95% de los jóvenes que se inician vienen por herencia familiar. Para fomentarlo, ofrecemos a los menores de dieciocho años ser socios sin ningún tipo de coste. Un chaval de quince años que quiera empezar puede unirse al club y probar la actividad sin gastos hasta que cumpla la mayoría de edad, a ver si le engancha.
Hoy en día es complicado por la burocracia. Hay que pasar un examen para la licencia de caza y otro para el permiso de armas. Son muchas complicaciones que, a veces, echan para atrás a la gente.
Por último, para alguien ajeno a este mundo, ¿cómo le animaría a conocer el mundo de la caza?
El fin de la caza no es matar, sino “estar cazando”. Se refiere a disfrutar de la naturaleza, del silencio del monte, de ver escenas que de otra forma serían imposibles. Puedes ver una jabalina con sus crías o una pelea entre águilas y azores. Es esa intriga de no saber qué vas a encontrar. Estar allí y vivir esas experiencias es la verdadera esencia de este deporte.