Hace unos treinta años, en uno de mis viajes a Barcelona, creo recordar que en un ´librero de viejo de la calle de la Palla`, tuve la suerte de adquirir dos números (235-236) de una publicación semanal en francés dedicada a diarios de viajes que hacía referencia a Orihuela.
En ellos se narraba las observaciones del paso, en 1862, del barón Charles Davillier por esta zona, ilustradas por Gustave Doré, que serían publicadas dos años después.
Aquello nos recordaba otras ´tour du monde` que dejaron su impronta en letras de imprenta y en la filmografía. Concretamente ´La vuelta al mundo de un novelista` de Vicente Blasco Ibáñez que, en 1921, embarcado en el navío ´Franconia` recorrió el globo terrestre. Así como, la novela ´La vuelta al mundo en 80 días` de Julio Verne, llevada al cine en 1956, contando en el reparto con David Niven y Mario Moreno ´Cantinflas` que, años después, 1983, fue llevada al cine en dibujos animados con el título ´Willy Fog`.
De Alcoy a Orihuela
Pero, centrándonos en la vuelta al mundo que nos ocupa, Davillier narra costumbres, fiestas, bailes, paisaje y relaciona personajes, acompañándose de los dibujos de Doré, que se recrea con numerosas escenas de tipos y de la vida cotidiana de aquellos años. En el primero de esos números citados nos presenta con toda clase de detalles las fiestas de moros y cristianos de Alcoy, ciudad desde la que parte hacia Orihuela, siguiendo una ruta ferroviaria que hoy nos resultaría extraña.
Así, nos narra que había visto este tipo de fiestas con anterioridad en ´Soler` (debe ser Sóller), en Mallorca. Nos recuerda el viajero que en la víspera de la festividad de San Jorge, desde cada una de las poblaciones cercanas acudían grupos de músicos, los cuales una vez concentrados frente al ayuntamiento recorrían las calles haciendo sonar sus instrumentos anunciando la ceremonia del día siguiente.
Moros y cristianos
Davillier nos recuerda cuales eran éstos: dulzainas, pequeños oboes parecidos a los ´pifferari` romanos, tambores napolitanos, trompetas, bandurrias y guitarras. El día de la fiesta, tras entrar el clero en la ciudad, se dirigía procesionalmente hasta la Plaza Mayor en la que se levantaba un castillo construido a base de tablones y lonas pintadas. Después el cortejo formado por los cristianos y moros, a pie o cabalgando en briosos caballos, armados de cabeza a los pies, entraban en dicha plaza. A continuación se dispersaban las tropas dividiéndose en grupos bailando delante del ayuntamiento ante las autoridades e invitados.
El segundo día se celebraba la procesión de la imagen y la reliquia del santo, y al tercero se llevaba a cabo el simulacro de combate entre moros y cristianos, con gran profusión de disparos de mosquetes. Recuerda el viajero el consumo de turrones en esos días y de la horchata de chufas.
Asombrados por la huerta
Tras abandonar Alcoy, comienza su odisea ferroviaria por Cocentaina, Játiva, Almansa, Chinchilla, Caudete, Villena y Sax, hasta llegar los viajeros a Alicante, desde donde en tartana, pasando por Elche, llegaban a nuestra ciudad, de la que quedaron prendados del paisaje, del que decían:
“La huerta que se extiende entre Elche y Orihuela, nos ofrece, casi sin interrupción, el aspecto de un vergel maravillosamente fértil: la vegetación, tal vez más tropical, más vigorosa todavía que en las huertas del Reino de Valencia: los granados, los naranjos, las higueras tienen dimensiones colosales, los girasoles, de los que las gentes del pueblo comen la semilla, doblan sus tallos bajo el peso de su disco negro y amarillo; las rosas son como bambúes, las flores rosadas que crecen a lo largo de los arroyos, son verdaderos árboles y los aloes que bordean el camino se elevan como yataghans gigantescos”.
«Los viajeros no dejaban en olvido la fertilidad de nuestra tierra»
Canales de riego
Pero, estos viajeros no dejaban en olvido la fertilidad de nuestra tierra y se hacían eco de aquello que otros anteriores se habían percatado: “Llueva o no llueva, hay trigo en Orihuela”, y alababan los canales de riego que mantenían este paraíso terrestre con una humedad continua, favoreciendo el sol el resto.
«Se alabaron los canales de riego que mantenían este paraíso terrestre con una humedad continua, favoreciendo el sol el resto»
Al referirse a los huertanos, aunque Doré nos muestra a un indigente o un mendigo, nos narran que son más parecidos a los africanos que a los europeos, y nos lo presentan con zaragüelles y pañuelo anudado a la cabeza.
«Viendo la huerta de Murcia aseguraron que tenía la misma fertilidad que la de Orihuela»
Paisaje urbano
En el paisaje urbano apenas se detienen, únicamente resalta que la ciudad queda dividida en dos por el río Segura, la existencia de numerosas iglesias y se fijan en las casas encaladas que denotan prosperidad, que contrastan con las altas palmeras y los frondosos naranjos, adquiriendo una fisonomía oriental. En referencia a la historia, se detienen en la hazaña de Teodomiro y su ardid de las mujeres barbadas y la ventajosa capitulación que firmó con Abdelacis.
Desde Orihuela, Davillier y Doré partieron hacia Murcia, e hicieron notar la poca diferencia entre el paisaje murciano y oriolano, viendo la huerta de Murcia con la misma fertilidad que la de Orihuela, alabando las cualidades de los agricultores murcianos, haciendo referencia a dos versículos que acompañaban a unas imágenes populares que habían comprado en el mercado de Orihuela, en la que se representaba a un labrador murciano acompañado del pareado.
“Tiene el murciano en su huerto / de su subsistencia el puerto”, que también podría haberse hecho valer como “Tiene el oriolano en su huerto / de su subsistencia el puerto”. Así, Davillier y Doré pasaron por Orihuela, en aquel lejano año de 1862.